Se dice en los medios de difusión que el país se encamina hacia uno de los procesos electorales más grandes de toda su historia, y eso es cierto. El INE informó que el próximo dos de junio podrán acudir a las urnas 98.8 millones de mexicanos registrados, para emitir su voto y elegir a 20 mil 708 cargos de elección, tanto a nivel federal como local, donde lo más relevante será el de la Presidencia de la república.
Conforme a esto, y permitiéndonos un sencillo ejercicio de suposición, tendríamos que, si por cada uno de los 20 mil 708 cargos en disputa hubiera solo cinco aspirantes en promedio compitiendo por ellos, representantes de igual número de partidos o en forma independiente, tendríamos así que en las calles habría entonces más de 100 mil mexicanos, con más de 100 mil equipos de campaña y con más de igual cantidad de grupos de simpatizantes en búsqueda del voto ciudadano.
Pero estoy seguro de que mi suposición se queda corta. Hay en el país, conforme al histórico proceso electoral ya mencionado, tal multitud tumultuosa y excesiva, partidaria y no partidaria, que al menor indicio de su candidato se lanzan a la calle en pos de ciudadanos portadores del voto. Asedia a los mexicanos, conforme al típico discurso electoral hoy repetido por más de 20 mil 700 voces, con muy contadas y honrosas excepciones, tal clima de promesas de bienestar, humanismo, compasión, seguridad, paz, tranquilidad y más, mucho más, todo nunca escuchado, cuyo único interés, pareciera, es la confusión momentánea del electorado; momentánea porque toda esa maravilla anunciada desaparece casi siempre como por encanto en el momento mismo en que cierran la última de las casillas electorales.
Pero es sorprendente esta jornada electoral de ahora, no solo por ser la más grande de la historia de México, como ya quedó dicho, sorprende además por ser la más violenta también de la historia reciente.
Hoy vemos estupefactos caer candidatos abatidos por las balas casi por doquier, incluso al momento mismo de prometer seguridad y bienestar para la ciudadanía. Hoy leí dos casos más a los que seguramente seguirán otros: “Matan a candidato del PAN en Tamaulipas”; el medio donde leí la nota dijo que la víctima, el candidato a la alcaldía de Ciudad Mante, fue asesinado cuando realizaba acciones de proselitismo. Y por otro lado: “Hallan sin vida a abanderado de Morena; su esposa está viva”; el medio dijo que este último candidato aspiraba a la alcaldía de San José Independencia, en Oaxaca. Si esto sucede a los que tienen y aspiran poder, prometiendo paz, tranquilidad y seguridad, ¿qué podemos esperar entonces los votantes desamparados de siempre?
Pero además, ya tampoco es garantía esperar protección de las instituciones encargadas precisamente del orden y la seguridad de todos. Para muestra otro botón más: “Ejecutan a comandante policiaco de la Villa”; así se dijo el día de hoy en otro medio local; la nota se publicó así: “Un comandante del tercer turno de la Policía de Villa de Álvarez fue asesinado a tiros ayer por la mañana, mientras conducía su vehículo, en la calle Mariano Pérez de la colonia Las Palomas, en el mencionado municipio”. ¿A quién debemos acudir entonces ahora en búsqueda de protección?
Y lo más catastrófico de todo esto es que en pleno período de promesas, el presidente López Obrador siga repitiendo en todos lados que los índices delictivos están disminuyendo en todo el país. Pero además que, por otro lado, los aspirantes presidenciales y también casi todos los demás que aspiran a los cargos locales procuren evitar el tema y evadan hacer propuestas concretas de seguridad en sus discursos a sus posibles electores.
Nadie que entienda la gravedad del problema social que estamos enfrentando todos debe dejarse engañar por los discursos y hacer caso omiso a las medidas de seguridad, que ya casi quedan todas solo en manos de los esfuerzos familiares. Que hasta hoy exista alguien que no haya sido tocado por la tragedia de la inseguridad no significa que ya esté libre de sufrir este mal social.
Y como argumento a mi humilde pero sincero exhorto, comparto a continuación algunos datos que espero sirvan y orienten a mis escasos lectores.
Cuando recién habían arrancado las campañas electorales, el portal López-Dóriga Digital publicó una información el 9 de marzo pasado que es útil conocer. En la nota se dice lo siguiente: “Del 1 al 3 de marzo, cuando iniciaron las campañas a la Presidencia de la República en nuestro país, se apuntaron 230 homicidios, convirtiéndose en el tercer fin de semana más violento en lo que va del año”. Se dijo además que, según cifras preliminares de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), se registraron en la primera semana de marzo 534 homicidios en México.
Y la nota precisó aún más: “Las entidades con el mayor número de homicidios entre el 1 y el 8 de marzo fueron Guanajuato con 64; Estado de México, 60; Michoacán, 39; Jalisco, 38; Baja California, 33; Morelos, 32; Veracruz, 25; Chihuahua, 24; Oaxaca, 23; Ciudad de México, 21; Guerrero, 21, y Quintana Roo, con 20 víctimas de homicidio doloso”. Finalmente, la nota cerró con datos que ya casi son del conocimiento público y que no debemos olvidar: “Del 1 de diciembre de 2018 al 9 de marzo de 2024, tiempo que lleva la Administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, las fiscalías estatales y federales han registrado 181 mil 143 homicidios dolosos en México”.
Pero hasta aquí, la tragedia que sufren los mexicanos aún no está completa, faltan los desaparecidos.
El 18 de marzo, en el portal digital del medio El País se dijo lo siguiente:
“Las cifras de desaparecidos para el gobierno de López Obrador representan un embrollo del que no se han podido librar fácilmente. Actualmente, la base de datos de la Comisión Nacional de Búsqueda señala que los desaparecidos que no han sido localizados hasta este lunes, son unos 114 mil 926. Pero el Ejecutivo ha dicho otra cosa.”
Ya se ha dicho bastante en otras ocasiones, pero es necesario repetirlo hoy: la salvación del pueblo debe ser obra del pueblo mismo. El sufragio popular es importante y debe ser ejercido, pero la historia ya demostró que no es suficiente. Sumar, educar y organizar a todos los agraviados y protestar con ellos en todo momento, sí puede ser la solución. Ojalá que así sea.
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