Con frecuencia se escucha decir que los mexicanos nos hemos convertido en apáticos e indiferentes, que dejamos al último momento la realización de un sinnúmero de compromisos, llegamos con frecuencia tarde, o evadimos la solución de los conflictos que nos aquejan generalmente buscando algún pretexto o culpando a alguien más, por citar algunos ejemplos de apatía y desinterés.
Muchas personas están acostumbradas a vivir con sus conflictos o controversias en vez de enfrentarlos y resolverlos, quizás pensando que se solucionarán espontáneamente.
Pero no sólo en cuestiones de índole personal se nos ha caracterizado por ser apáticos e indiferentes, también en cuestiones de suma importancia como es el salir a votar en cada proceso electoral.
En nuestro país se tiene una lista nominal, según el Instituto Nacional Electoral (INE), de 99 millones 117 mil 292 ciudadanos registrados en territorio nacional y el extranjero con credencial para votar; sin embargo, en cada elección, ya sea local o federal, el fantasma del abstencionismo aparece, es decir, millones de mexicanos no ejercen su derecho al voto, dejando que otros decidan por ellos o simplemente como una forma de protesta a los Gobiernos en turno, creyendo que con eso los castigarán, pero la realidad es todo lo contrario.
El actuar de AMLO ha logrado que a millones de mexicanos les deje de importar la política, pues dice que sus decisiones son lo mejor y que si no salen bien es por culpa del “prianismo”.
Si bien es cierto que hemos avanzado en la construcción de nuestra democracia, no hemos aprendido a dialogar, a debatir, a aceptar la crítica ni a tolerar ante la pluralidad. Actualmente, la transformación que ofreció el Gobierno se ha traducido en una democracia disfuncional con un autoritarismo encubierto, una creciente simulación, la falsificación de la voluntad ciudadana, así como un nocivo populismo, expresión de la corrupción política al ser un instrumento para dividir a la sociedad.
Ello ha sido posible por la manipulación del pueblo que decide sin información, muchas veces amenazado o por resentimiento, de tal suerte que se degrada el poder y degenera a la democracia.
El actuar del actual jefe del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador, ha logrado que a millones de mexicanos les deje de importar la política, pues ha vendido la idea de que sus decisiones son lo mejor para todos, y que si por alguna razón no salen bien las cosas es por culpa del “prianismo”, lavándose así las manos de sus múltiples errores y dividiendo aún más al país.
Esta apatía ha permeado hasta dentro de su mismo partido, pues a los morenistas no les importa que cientos de cargos de elección popular que se disputarán este 2024 sean ocupados por expriistas, expanistas y algunos experredistas.
Pero la apatía y el desinterés por salir a votar les sale caro a los mexicanos, y lo podemos observar en los resultados que este gobierno ha presentado: un sistema de salud deficiente, un sistema educativo sin rumbo, una economía estancada, deterioro de la infraestructura, un país bañado en sangre por la fallida estrategia de “abrazos, no balazos”, un nulo apoyo al campo, etcétera.
Todo indica que una de las características de los regímenes populistas es la destrucción y la satisfacción que causa a sus líderes y correligionarios. Ello debilita a las instituciones y al tejido social.
Se dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, pero dudo que los mexicanos nos merezcamos el que actualmente tenemos. Evitemos transformarnos en una sociedad fallida, en la que a cada quien sólo le interesa lo que ocurre en su pequeño mundo, pues entre más divididos, seremos más débiles.
Hoy urge tomar conciencia de que el Gobierno nos sumerge en una gran tragedia nacional en lo político, en lo económico y en lo social que ya ha cobrado cientos de miles de vidas.
Urge sacudirnos la apatía, el desinterés y abrazar la organización, la unidad y la lucha en común para construir una sociedad más justa para todos, esa es la tarea y debemos trabajar para cumplirla.
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