MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Yo ya me voy… a morir a los desiertos

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Vibran las notas del alto canto cardenche, la polifonía que hace llevar una nota triste que solloza y hace que consigo viaje el pasado de un México que, sorpresivamente duele tanto como el de ahora. Las manos arrugadas, la vista cansada y el cabello cubierto por los hilos de plata que tiñó la luna del pueblo trabajador y todo, a su vez, parece tan triste.

El cardo, es una cactácea del norte del país cuyas espinas, al enterrarse en la piel, son casi imposibles de sacar porque parecen escamas que al empujar hacia afuera se encarnan aún más en la piel y hacen un paralelismo. El llamado mal de amor encuentra su similitud en esta cactácea ¡Cuán doloroso es desprenderse de él! 

En la comarca lagunera es difícil dejar de llevar una fotografía mental de los hacendados y de la explotación a la que era sometido el pueblo que, como ahora, sólo tenía su fuerza de trabajo para ofertar a un explotador de rostro distinto. Esta es la historia que canta el canto cardenche, que nace precisamente en esta zona.

El canto cardenche es un género polifónico, coral y a cappella que era cantado en alusión a la profunda tristeza que invadía a los trabajadores de la hacienda. El canto cardenche era armonizado desde 3 voces y, al no contar con instrumentos musicales por su origen humilde, los cantantes debían acompañarse únicamente de la armonía empírica de la unión de sus voces, con las que creaban una nueva armonía lastimera que dolía como los azotes a los que eran condenados en ocasiones.

No en el mismo sitio, pero sí una historia similar, nos refleja John Kenneth Turner en su libro “México bárbaro”. Una parte, tan desgarradora como la que mencionaba líneas arriba se Lee, cuando Turner visita a las mujeres que vivían dentro de la hacienda del algodón. Turner, disfrazado de hacendado, visitaba y recogía el testimonio de los trabajadores casi esclavos que eran capturados, de mil y una formas, y engañados, para hacerlos trabajar hasta la muerte.

Al adentrarse en una pequeña cocina, con las mujeres, estas lo invitaron a comer del poco y mal alimento que disponían, ellas, resignadas, platicaban a Turner la añoranza de su tierra, de sus hijos y esposos, a lo lejos, una mujer visiblemente triste agachaba la mirada en el suelo, al interrogar a las demás sobre su situación, una de ellas, solo respondió que en días anteriores la habían azotado. 

Ante esta terrible realidad, Turner preguntó si podía ver sus azotes y la mujer indígena con un profundo pudor volteó el rostro. Ante esta negativa, Turner volvió a la mesa y preguntó a las otras mujeres ¿No les gustaría regresar conmigo a sus pueblos? Pronto, todas las mujeres se agolparon a su alrededor y, con lágrimas en los ojos, imploraban que las llevase con él para reencontrarse con sus familiares, Turner, regresando la vista a la mujer que había sido azotada, vio cómo esta se acercaba, mostrándole sus golpes en la piel aún abierta y sangrante.

Este tormento, no lo calmaban los “Cigarros de la Dalia” ni las “Copas de aguardiente”, allá, a lo lejos, quedaba el amor, la familia, los amigos. Acá solo la desesperación, el anhelo, la fe quebrada y la felicidad que agonizaba. 

El canto Cardenche también era llamad “Canto de los basureros” pues, los hacendados se molestaban al escuchar a los trabajadores cantar y los obligaban a alejarse y cantar, literalmente, en los basureros para no enturbiar la paz con sus voces.

Es cierto que, en el arte, queda guardado eternamente un momento efímero; aunque no veamos más estas escenas de la cotidianidad del México bárbaro, escuchar a los cardencheros hace erizar nuestra piel con cada nota, con su armonía siempre triste, y parece alejarse a los lejos como un diminuendo que muere como el Sol en Durango al decir: Yo, ya me voy… a morir a los desiertos…

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