Terminaron las campañas electorales y pensé en titular mi trabajo “Llegó la hora de cumplir”, pero renuncié porque, en general, las promesas de campaña no rebasaron nunca los márgenes de simples “mejoras” al sistema económico de producción capitalista en que vivimos, responsable de la tremenda desigualdad encarnada en unos cuantos ricachos separados de la inmensa mayoría de la población que vive en terrible pobreza, y nunca se propusieron, por tanto, superarlo o cambiarlo por algo nuevo y mejor. Nada, pues, extraordinario.
Estas elecciones fueron, como se sabe, la crónica de un resultado anunciado por la intervención directa del Gobierno en todo el proceso electoral; incluso antes de que este iniciara formalmente.
Pero es cierto que muchas promesas se hicieron sólo para endulzarle el oído a los votantes. Dije en general, aunque me consta que hubo casos muy concretos en los que no fue así.
Estas elecciones fueron, como se sabe, la crónica de un resultado anunciado por la intervención directa del Gobierno en todo el proceso electoral; incluso antes de que este iniciara formalmente, mediante hechos y acciones que sería prolijo enumerar pero que a todo mundo le constan, y que, en condiciones de mayor respeto a la ley y a las reglas del juego democrático, no se hubieran presentado o no tan descaradamente.
Ejemplos claros: el uso de la máxima tribuna para apoyar a sus candidatos, la campaña anticipada y la entrega condicionada de los programas sociales, incluso en veda electoral.
Sin embargo, me interesa resaltar otro factor, quizá menos visible, pero a mi juicio tan efectivo o más, para el mantenimiento del estado de cosas actual, para que el sistema se siga reproduciendo a pesar de que se ha vuelto caduco ya hace tiempo, y no me refiero solo a la última fase autollamada de la 4T, sino al sistema económico-social en su conjunto.
Se trata de la manipulación, producto de la enajenación. Esta enajenación surgida en parte de factores objetivos que aparecen ante nosotros en forma contraria a lo que en esencia son en cierta fase de su desarrollo, que se reflejan entonces como apreciaciones falsas de la realidad, y, por otra parte, surgida como producto del engaño consciente y sistemático que pesa sobre la conciencia de los hombres gracias al influjo de los medios masivos de comunicación.
Por ejemplo, como seres humanos biológicamente idénticos, y se supone que iguales ante la ley y las religiones, dado el desarrollo científico y tecnológico actual que permite casi el dominio absoluto sobre la naturaleza, se supone que todos los miembros de la sociedad deberíamos gozar del pleno ejercicio y desarrollo de todas nuestras capacidades, pero no es así, porque vivimos atados a “nuestras necesidades”, pero se nos engaña diciendo que “somos libres”.
Es más, puede decirse que bajo una sociedad dividida en clases sociales no se tiene siquiera, ni puede tenerse, una existencia verdaderamente humana; sino enajenada, o sea ajena a nuestra propia humanidad.
Me explico: el esclavo, el siervo de la gleba, el obrero de la ciudad o el jornalero del campo; los no propietarios en general, que trabajan de sol a sol y reciben a cambio solo lo indispensable para sobrevivir ¿tienen una existencia humana?
No, porque no viven su propia vida, libremente, sino la impuesta por sus condiciones sociales y económicas, que los hacen vivir solo como fuerza de trabajo. Por su parte, ¿Viven realmente su vida como seres humanos los esclavistas, los señores feudales o los capitalistas (llamados así por ser la personificación del capital, riqueza que se incrementa constantemente gracias a la apropiación de la plusvalía obtenida del trabajo excedente de los proletarios)?
Tampoco, están enajenados, porque sus condiciones objetivas, aunque en la parte opuesta de la contradicción donde solo les toca “gozar”, los obligan a desempeñar ese papel y vivir deshumanizados, sin sentimientos y obnubilados mentalmente, dispuestos incluso a las mayores locuras como las guerras y genocidios para poder seguir siendo lo que son.
Y esa enajenación, que no se ve a primera vista precisamente por encontrarnos enajenados, es necesario superarla, acabarla, dejarla atrás, lo que solo es posible, además de con el estudio científico profundo y consciente, cambiando las condiciones sociales y económicas, borrando la división de las clases sociales, mediante la organización de una sociedad nueva y mejor, que distribuya equitativamente la riqueza social que producimos entre todos, y vuelva iguales socialmente a los que la naturaleza de por sí hizo iguales, aunque el proceso sea paulatino y largo.
De aquí se sigue, según mi punto de vista, primero: que sí debe exigir el pueblo el cabal cumplimiento de lo comprometido porque en algo ayudará a paliar sus difíciles condiciones de pobreza, pero debe hacerlo de manera no solo masiva, sino organizadamente, es decir de manera conjunta y vertebrada para que resulte útil, sabedor de que la libertad política no puede constreñirse al simple voto cada tres o seis años para solo legitimar a quienes los poderosos le presentan como parte de un menú previamente seleccionado; sino en su acción y participación directa como pueblo en las políticas de Estado que obviamente le afectan directamente para bien, o para mal.
Segundo: se necesita hacer conciencia de que la verdadera salida al problema no está en ponerle vendoletes y emplastos al sistema para hacerlo más humano y más tolerable para los pobres, sino en acabar con la pobreza para que ya no haya pobres; pero para eso son los propios pobres quienes tienen que liberarse de la manipulación y la enajenación; organizarse, politizarse, educarse y luchar en torno a un proyecto de nación, un modelo político, de nuevo tipo que ponga en el centro de sus preocupaciones, precisamente sus necesidades e intereses de pueblo pobre. Como siempre lo ha venido planteando y efectuando el Movimiento Antorchista.
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