En días pasados, el maestro Aquiles Córdova Morán publicó un interesante artículo llamado “Soltar las amarras al pueblo”, en donde expresa, entre muchas ideas notables, lo siguiente: “… el pecado fundamental del sistema surgido de la Revolución Mexicana, … radicó en su política de corporativización, manipulación y sometimiento de las grandes masas populares… o, dicho de otro modo, en la cancelación drástica de su participación libre, activa y consciente.”
¡Cuánta razón tiene el Maestro! Apenas se estableció el sistema capitalista en México, esa poderosa fuerza popular (integrada por obreros, campesinos y profesionistas del pueblo), sin la cual la burguesía no tendría ningún chance de ganar, comenzó a ser fragmentada, dividida en los más diversos gremios: artistas, campesinos, obreros de equis industria, médicos, asociaciones de abogados, etc., todos integrados en federaciones y confederaciones, cuyas dirigencias siempre tenían (y siguen teniendo) nexos con los grupos gobernantes. De esa manera, se garantizó, desde el mismo nacimiento del capitalismo, la fragmentación y sometimiento de la clase trabajadora.
Pongo como ejemplo de ese control el sindicalismo magisterial. El magisterio, igual que todos los demás sectores laborales, quedó atado al gobierno prácticamente desde los días más violentos de la Revolución, habiéndose institucionalizado ese lazo en 1943, con la creación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), cuyos dirigentes se comprometieron a movilizar a sus agremiados en apoyo al gobierno, a cambio de “huesos” en la misma Secretaría de Educación Pública y en las demás instancias de poder.
De ese modo, la dirigencia sindical quedó posibilitada para, desde ese poder sindical, brincar a cargos administrativos en la SEP (¡pasar sin problemas, de ser defensor de los intereses magisteriales, a ser parte del aparato burocrático patronal!), o a los más diversos cargos en la política nacional; de ese modo, ser dirigente sindical se estableció como un trampolín político, siempre que ese dirigente fuera fiel a los designios del patrón-gobierno.
Este esquema del SNTE se repite en todos los demás sindicatos, sean trabajadores del gobierno o de la empresa privada, por lo que se puede afirmar, sin ninguna duda, que los sindicatos nacieron vistiendo una camisa de fuerza para coartar el derecho de las masas trabajadoras a organizarse y desarrollar su potencial transformador.
El caso más extremo del dominio que el gobierno y, con él, la burguesía, han alcanzado sobre los trabajadores y sus organizaciones, lo estamos viendo en estos días, con la grosera intromisión del presidente en la vida interna del sindicato de petroleros, pues dispuso que los aspirantes a dirigir al sindicato, se presenten en la “mañanera” a exponer sus propuestas. ¡Y esos aspirantes asisten temerosos y disciplinados! ¿Pueden encontrarse ejemplos más indignos del control que los patrones ejercen sobre los sindicatos? No, y se comprueba que los sindicatos y sus líderes, son circo, son faramalla.
Tanta fragmentación y dominación, durante un siglo, ha eliminado casi por completo el espíritu de lucha que caracterizó al pueblo en la Revolución de 1910-1917, incluso, ese deseo de participar en la vida política del país fue clave en el éxito logrado por Lázaro Cárdenas en la Expropiación Petrolera de 1938. Pero nos hemos convertido en un pueblo temeroso y sumiso, sin ímpetu para oponernos a las decisiones de gobierno que afectan nuestra existencia.
López Obrador hace y deshace, sabiendo que el pueblo de México está completamente desorganizado, y ha llegado a un alto grado de sumisión, fruto de su ignorancia política y su miseria. Por eso se le puede comprar y manipular con un plato de lentejas.
Sin embargo, como dijo el Maestro Aquiles Córdova en su artículo, un pueblo así de fragmentado, empobrecido y sumiso, no sirve como motor que impulse el desarrollo, y no lo es, porque el desarrollo es fruto del movimiento, y en la sociedad, el movimiento surge de la lucha de clases, de la lucha de obreros contra patrones; unos y otros reivindicando sus propios intereses. Una clase trabajadora combativa, logra mejores condiciones laborales, vive mejor, y eso lo obliga a trabajar con más energía. La lucha es, pues, una condición para el desarrollo del país.
Por todo lo anterior, debemos defender la existencia de las organizaciones sociales o sindicales libres. Esa lucha existe, por ejemplo, entre los periodistas quienes, a costa de su vida, deciden informar la verdad; o las organizaciones sociales, como el Movimiento Antorchista, el cual, enfrentando todo tipo de ataques, continúa firme en su lucha por la educación política y la organización de la clase trabajadora. Estas luchas, sin duda, darán frutos.
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