Estimaciones realizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que desde 1975 la obesidad prácticamente se ha triplicado en todo el mundo.
En nuestro país, el número de casos nuevos de obesidad por año se ha duplicado con respecto a la década de los 80, lo que significa que si la tendencia no se ataca, en 2030 cerca de la mitad de la población tendrá problemas de sobrepeso. Esta situación coloca a México en el nada honroso segundo lugar a nivel mundial.
De acuerdo con el noticiero NMas del 20 de agosto de este año, actualmente 36.9 % de personas adultas viven en esta condición y, de seguir así, dentro de seis años podría afectar al 45 %.
Las autoridades no están dispuestas a resolver el problema de la obesidad, porque enfrentarse a las grandes empresas implica tocar a los poderosos, algo que no están dispuestas a hacer.
La población infantil que vive en ciudades y zonas urbanas es la más afectada por sobrepeso y obesidad; sin contar que 12 % de niñas y niños menores de 5 años presentan desnutrición.
En el caso de Tabasco, el futuro ya nos alcanzó: el 79 % de los habitantes presenta problemas de obesidad. Una declaración del cirujano bariatra Roberto Cisneros de Ajuria, publicada por la Xevt Telereportaje, del 11 de septiembre del presente año, advirtió que estos resultados ubican al estado en cuarto lugar a nivel nacional, sólo por debajo de Baja California Sur, Yucatán y Campeche.
Sin embargo, a inicios de este año la Secretaría de Salud en la entidad señaló que Tabasco ocupaba el primer lugar a nivel nacional en obesidad infantil, y reconoció que la dependencia no contaba con un plan —“varita mágica” le llamó—, para solucionar el problema, por lo que apelaba a la conciencia de los padres de familia para prevenir la situación.
Como podemos darnos cuenta, la obesidad es el principal problema de salud en el país y, peor aún, en el estado, ya que provoca muertes prematuras y es el principal factor de riesgo para desarrollar enfermedades como la hipertensión, hígado graso y la diabetes, así como la presencia de altos niveles de colesterol y triglicéridos. Como consecuencia, los años de vida saludable y productiva se reducen.
La rápida urbanización y cambios en el estilo de vida como la sedentarización son las causas que los Gobiernos reconocen de este problema. La alimentación inadecuada, el consumo de productos ultraprocesados y bebidas azucaradas impulsado por la industria alimentaria; el abandono de alimentos frescos como cereales integrales, leguminosas, verduras y frutas, son otras de las causas que también se reconocen por parte de las autoridades de salud.
Sin embargo, dejan de lado que esta situación es provocada, a su vez, por un bajo nivel de ingresos económicos que obligan a las familias a alimentarse con productos chatarra que quitan el hambre por su alto contenido de azúcares y grasas, pero que, a cambio, dejan graves secuelas en la salud de los consumidores.
Ante todo esto cabe preguntarse: ¿Qué están haciendo las autoridades? Los países que igual que México conforman la OCDE, destinan el 70 % de su presupuesto total en salud a tratamientos relacionados con la diabetes, 23 % a enfermedades cardiovasculares y 9 % al cáncer, pero a la obesidad dedican sólo el 8.4 %.
Aquí en México, aparte de obligar a las empresas a quitar imágenes de ositos, patitos y otros animalitos en los paquetes de pan dulce, cereales, etcétera, que, se supone, inducen a los niños al consumo, y colocar letreros con la leyenda “Exceso en azúcares” o “Exceso en grasas” en las etiquetas de los alimentos chatarra y algunos anuncios “para concientizar”, no se sabe qué otra acción se haya emprendido.
Esto último deja en claro, desde mi punto de vista, que no existe un plan gubernamental que pretenda combatir en serio el problema de la obesidad que, como ya dijimos más arriba, tiene como causa principal, a riesgo de parecer repetitiva, el desempleo y los bajos salarios que impiden que la gente pueda adquirir con su raquítico ingreso, la carne, leche, huevo, verduras, y todos los alimentos frescos y sanos que requiere para tener una vida saludable.
Por lo tanto, la solución no es sólo concientizar o convencer, sino resolver el problema económico de bajos ingresos de las familias mexicanas en general y de los tabasqueños en particular. Pero, como ya señalamos en otro momento, nuestros gobernantes no están dispuestos, porque eso implica enfrentarse a las grandes empresas para obligarles a mejorar el salario real de los trabajadores, a retirar del mercado productos nocivos, y hacer que en su lugar, oferten alimentos nutritivos y sanos.
Esta situación pone en evidencia, una vez más, que en los asuntos verdaderamente importantes para la población como la salud y el bienestar de las familias, estamos completamente solos. Nuestras autoridades en estos casos cruciales no quieren tocar a los poderosos ni con el pétalo de una rosa.
¿O cómo debe entenderse que, sabiendo que la obesidad viene incrementándose aceleradamente, no se tomen acciones drásticas y contundentes y sigan permitiéndose que por esta vía mucha gente alcance una muerte prematura? ¿Acaso es una forma de combate a la pobreza, dejando que mueran los más pobres?
Una vez más, debe quedarnos claro que lo que hace falta en este país es un cambio de clase en el poder: es hora de que el pueblo gobierne, para que por fin, unidos, podamos construir mejores condiciones de vida para nosotros y para nuestros hijos.
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