¿Pero por qué ha tenido tanto eco el discurso del altruismo social en México? Por lo menos desde principios del siglo XX la fuerza y el éxito de los movimientos políticos y sociales ha residido en el despertar de las masas. Por eso, las clases dominantes de todos los países han hecho todo lo posible para evitar ese despertar, para lo cual han recurrido no solo a los aparatos coercitivos del Estado, como la policía y el Ejército, sino cada vez más a los llamados aparatos ideológicos, difundiendo a través de ellos ciertas ideas por el cuerpo social. Una de las más propagadas en todo el mundo, pero especialmente en México ha sido, desde hace mucho tiempo, la concepción providencialista de la vida y de la historia, la cual consiste en la fe de que todos nuestros numerosos y terribles problemas habrán de ser resueltos de un solo plumazo por un redentor amoroso y caritativo, que nos caerá irremediablemente del cielo y que nos evitará la pena de luchar nosotros mismos por el mundo nuevo y más justo que queremos: todo se reduce a esperar, así sea por los siglos de los siglos, la llegada de ese individuo milagroso y providencial.
El gran arraigo que sigue teniendo entre nosotros la concepción providencialista de la historia actúa efectivamente cada vez que sobreviene un lapsus de desengaño o decepción, haciéndonos creer de nuevo en los salvadores que nunca faltan y quienes invariablemente se presentan a sí mismos como la solución verdadera y definitiva de todos y cada uno de nuestros males. Y de nueva cuenta depositamos toda nuestra fe y nuestro pozo aparentemente inagotable de confianza en esta clase de charlatanes y en su brujería social. Bodrios culturales como las películas de superhéroes producidas por Hollywood contribuyen a inocularnos la misma idea nefasta. ¿Cuántas veces no hacen depender el destino y la sobrevivencia del mundo de la fuerza y la voluntad indomable de un solo individuo todopoderoso, noble y de buen corazón? Batman, Superman o la Mujer Maravilla, superhombres y súpermujeres que pueden, ellos solos y sin la ayuda de nadie más, cambiar la suerte de la humanidad, introduciendo subrepticiamente, de contrabando, en nuestra conciencia toda una concepción del mundo y del sentido de la vida, reforzando las cadenas que nos esclavizan ideológicamente y que nos mantienen como acémilas girando permanentemente alrededor de la misma esperanza ilusoria: la llegada inevitable de un individuo providencial. A los hombres comunes y corrientes solo nos corresponde tener fe, comportarnos como una grey dócil de ilotas y descamisados.
Pero la empresa de crear un nuevo orden social en México, superior al orden actual, no puede corresponder a una masa amorfa y anémica de parias y de oprimidos. Desde hace mucho tiempo ya se sabe muy bien que la creación de un orden social superior exige en cualquier parte del mundo como condición previa la capacitación espiritual e intelectual de los pobres. La emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los trabajadores mismos, porque nada, absolutamente nada, puede reemplazar la acción consciente y concertada de las grandes masas. La “cuarta transformación” ha representado en este sentido un lamentable retroceso a la vieja concepción filantrópica y altruista de la cuestión social. No hace falta que los pobres se organicen ni tampoco que se eduquen políticamente, lo único que hace falta es un Superman criollo que venga a redimirnos, y si falla, ¡qué importa!, ya llegará otro merolico trasnochado a ofrecernos, con el corazón en la mano y lágrimas de emoción en los ojos, un remedio instantáneo de nuestros males, y mientras no nos deshagamos de las engañosas ideas providencialistas, volveremos a decirle, ¡venga a nos tu reino!
0 Comentarios:
Dejar un Comentario