En 2010, los jefes de Estado acordaron, en principio, crear una unión integrada por países latinoamericanos -es decir, sin Estados Unidos (EE. UU.) ni Canadá- para que pudiera discutir con entera libertad los problemas comunes a todos ellos y sus posibles soluciones. Su formalización definitiva tuvo lugar en diciembre de 2011 en la Cumbre de Caracas, Venezuela, donde se planteó la necesidad de que América Latina contara con voz y opinión propias sobre los problemas de nuestro continente y el mundo, ya que la Organización de Estados Americanos (OEA) jamás había cumplido cabalmente su cometido porque, desde su origen, se puso al servicio de la explotación, intromisión, despojo y saqueo de los norteamericanos.
Era urgente pues, reemplazarla por una organización realmente representativa de los países de América latina, y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) podía y debía ser ese organismo. Los principales promotores de esta idea fueron los ex presidentes de Venezuela y de Bolivia, Hugo Chávez y Evo Morales, respectivamente, pero se acordó solamente que la CELAC fuera un foro de discusión colectiva de los problemas comunes de sus países miembros.
La Sexta Cumbre de la CELAC se realizó la semana pasada en México y resultó un rotundo fracaso porque el intento obradorista de lograr la unidad solidaria de América Latina para uncirla a los EE. UU., a cambio de un New Deal, fracasó estrepitosamente porque el horno no está para bollos. La visión geopolítica de López Obrador exhibió los mismos defectos de todos sus rollos mañaneros, fue superficial, contradictorio, falso en muchos puntos, y por tanto utópico, es decir, imposible de llevarse a la práctica. En los hechos, por orden de EE. UU., Obrador tiene nuestra frontera sur convertida en un frente de guerra contra los migrantes; nuestra economía es la más dependiente de Norteamérica, con más del 80% de nuestras exportaciones hacia allá; somos el único país latinoamericano con un tratado de libre comercio con EE. UU., que es el tractor de nuestra economía, y recientemente, en el diálogo económico de alto nivel celebrado en Washington, México se comprometió a estrechar más los lazos económicos y comerciales con el Norte, y a integrarse más en las cadenas de valor de ese país, en sustitución de China, por lo cual su discurso resultó toda una hipocresía.
Todo el mundo sabe que la nueva geopolítica norteamericana desplaza el foco de atención de Europa hacia el Lejano Oriente para crear una mega alianza militar contra China, al mismo tiempo que aleja de sus fronteras el peligro de algún estallido social. América latina, en estas condiciones, cobra singular importancia como patio de maniobras y como reserva estratégica de hombres y recursos para Estados Unidos. Para asegurar eso, se necesita una nueva OEA, y México resulta el peón ideal para crearla y manipularla.
El peligro está en el doble juego del presidente: hacia el Sur, ocupar de cebo para sus lambisconerías con el imperio estadounidense a países socialistas latinoamericanos, que tienen todo el derecho de ser respetados; hacia el Norte, el estridente ataque verbal y los acuerdos bajo la mesa, también con el imperialismo norteamericano, que pueden encerrar una trampa fatal para nuestro futuro como país independiente; y este peligro, solo puede conjurarlo el pueblo educado y organizado. Vale.
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