Muchos están en contra de que se use el dinero público en programas sociales como los de combate al hambre, Prospera, subsidios al campo y los programas de vivienda entre otros, argumentando que gastar dinero en el pueblo es populismo y que subsidiar el consumo, es decir, dar al pueblo dinero que no se va a utilizar en un proyecto productivo, que no va a generar producción y, por lo tanto, no va a producir nueva riqueza, es nocivo económicamente y puede generar inflación, además de que maleduca a la gente, dicen que eso vuelve al pueblo oportunista y llaman chantajistas a los que luchan por programas sociales. Pero esas afirmaciones son imprecisas, incompletas, además de que a los críticos del gasto social del gobierno se les "olvida" mencionar otro aspecto de la cuestión, que es el que nos interesa aclarar aquí.
Ya todos sabemos que el dinero que maneja el gobierno lo aportamos todos los mexicanos en forma de impuestos. Pero además hay que saber que el dinero público es una parte de la nueva riqueza creada por toda la sociedad en un período determinado. Que la riqueza la crea el trabajo transformador es algo que ya demostró la ciencia económica desde hace casi 150 años; la nueva riqueza es fruto del trabajo transformador, el que hace que las materias primas se conviertan en las nuevas mercancías que al venderse dejan esa ganancia: es la nueva riqueza creada por el trabajo. Si una empresa invierte una cantidad de dinero para producir mercancías y al vender esas mercancías recupera su inversión y, además, genera una ganancia, se dice que esa empresa es "rentable", y a esa diferencia entre la inversión y lo que se obtiene con la venta se le llama ganancia o "renta". La suma de todas las ganancias de todas las empresas y personas del país es conocida como "Renta Nacional"
La Renta Nacional es pues la riqueza creada. Esta riqueza se distribuye entre todos los mexicanos de distintas maneras que se resumen en dos grandes grupos: Ganancias de los patrones y salarios de los trabajadores. Aunque toda la ganancia es creada por los trabajadores, los patrones se quedan con la mayor parte, bajo el alegato de ser ellos los propietarios de los medios de trabajo. He ahí el mecanismo de la injusta distribución de la riqueza, y la causa de todos los males y vicios que acompañan a la riqueza extrema y a la pobreza. Puesto así el esquema, es evidente que la distribución de la riqueza sería menos injusta si se le aumenta a la parte del salario; el aumento de la parte que le toca a los obreros en forma de salarios es la verdadera solución del problema. Pero eso sólo es posible quitándole a la parte de la ganancia y eso los patrones no lo quieren permitir en ninguna parte del mundo donde domine el capital; aun cuando la Renta Nacional aumenta, la participación salarial, es decir la parte que le toca a los trabajadores, disminuye cada vez más, sobre todo en las grandes potencias. México es uno de los países del mundo con la más injusta distribución de la riqueza, en el informe 2013 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se compara el salario mínimo en 27 naciones afiliadas, donde México ocupa el último lugar: por una hora de trabajo el mexicano gana 1.01 dólares, mientras que el australiano recibe 9.54. Además, mientras que el salario real en 2013 creció en países como China (+7.3%) y Rusia (+5.4%), en México disminuyó 0.6% (Organización Internacional del Trabajo (OIT), Informe Mundial sobre Salarios 2014/2015).
Pero existe una Redistribución de la Renta Nacional. Se trata, en resumidas cuentas, de las acciones interventoras y reguladoras de los poderes políticos de la nación, destacadamente de los gobiernos, para hacer más o menos justa esa distribución. La acción del gobierno se hace posible por varios mecanismos, uno de los principales consiste en cobrar a todos los ciudadanos un impuesto, que se debe tomar de la parte de la riqueza que a cada uno le toca, y con esos recursos hace funcionar a las instituciones y redistribuye la riqueza entre los ciudadanos, por la vía de asegurar los servicios de salud, educación, energía eléctrica, etc., la construcción de obras y servicios, apoyo a las empresas y proyectos productivos, subsidios, y los programas sociales.
Fue muy comentada en su momento la aguda crítica que hizo el actual presidente de la República, Lic. Enrique Peña Nieto, cuando aún era candidato a la presidencia de la república, acerca de la injusta Redistribución de la Renta Nacional en México, y presentó datos que demostraban que el gobierno gastaba el dinero público tres veces más entre los ricos (35%) que entre los pobres (13%) y llamaba a revertir esa situación, gastar más en los pobres que en los ricos y, de ese modo, combatir la pobreza.
En México, al obrero le toca una parte muy pequeña de la Renta Nacional, el peso de los impuestos cae principalmente en los hombros de la clase trabajadora y la clase media, favoreciendo a los grandes consorcios nacionales y extranjeros que pagan muy pocos impuestos o de plano no los pagan. Dicho de otro modo, de lo poco que de por sí le toca al pueblo mexicano, se le quita más de lo que se le quita a los ricos, y por si no fuera suficiente, ese dinero, ya en manos del gobierno, se gasta más en los ricos que en los pobres. Todo ello explica (dicho sea de paso pues no es el fin de esta colaboración tratar esos datos aquí) porqué México ocupa los últimos lugares en educación, cultura y desarrollo, etc., mientras que ocupa los primeros en ignorancia, fanatismo, bullyng, etc., en las estadísticas comparativas de diferentes instituciones internacionales, pues la mayoría de los recursos que debieran servir para promover la educación, la cultura, el deporte, la salud, la investigación, etc., se pierde en obras y programas para los ricos y poderosos, y, claro, en la burocracia parásita y la corrupción.
La Redistribución de la Renta puede ser un arma poderosa para hacer más justa la distribución de la riqueza, puede mover un poco la balanza en favor de los pobres, por la vía de hacer que paguen más impuestos los que ganan más y menos los que ganan menos, y orientar el gasto público a hacer menos lacerante la miseria y la necesidad. En este contexto debemos entender que los programas sociales no sólo son justos y necesarios, sino que son uno de los pocos mecanismos que le quedan al hombre para hacer lo que el sistema de libre mercado ha prometido tanto, pero que está imposibilitado para hacer: una más justa distribución de la riqueza, hacer menos lacerante la miseria e impedir que la concentración de la riqueza llegue a los niveles que hoy vemos en México, por ejemplo, en donde el 43% de la riqueza total la manejan 2,500 multimillonarios, poco más del 1% de la población total.
Que no nos engañen, los programas sociales, como el de vivienda y muchos otros por los que el Movimiento Antorchista lucha al lado del pueblo pobre de México, son necesarios y la lucha por conseguirlos es justa, es correcta y debemos seguir adelante. No es la solución a la miseria, no basta ni logrará jamás acabar con las grandes injusticias del país, pero es un mecanismo que cada vez más se debiera aplicar por quienes dirigen a las instituciones para hacer menos injusta la distribución de la riqueza. El Movimiento Antorchista necesita y debe plantearse como meta tener en sus manos el poder público, ser gobierno, para poder reorientar de manera más efectiva la Redistribución de la Renta Nacional en favor de los pobres.
En nuestra lucha contra la pobreza, mientras tanto, los programas de apoyo a la vivienda, al igual que todos los programas sociales, y la lucha por su implementación no son sino un frente más en la búsqueda por un mejor destino para el pueblo trabajador mexicano.
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