La frase en redes sociales cala muy hondo llamando poderosamente la atención, donde un joven alumno de secundaria esgrime: “no somos computadoras ya dejen de vernos de esa forma, somos niños y jóvenes de carne y hueso que también anhelamos recuperar nuestras vidas”.
Lo cierto es que el gobierno federal que se autonombra de la cuarta transformación no encuentra a estas alturas la fórmula precisa para impedir una catástrofe educativa en el país, después de que se ha visto rebasado por la pandemia de covid-19, toda vez que no han logrado vacunar en su totalidad a las y los maestros mexicanos, mucho menos se ha inmunizado a los alumnos.
Por supuesto que existe mucho riesgo para los niños y jóvenes si se aplican las clases presenciales sin mediar la atención médica requerida, sin embargo se debe actuar de forma urgente porque todo ese sector de población ya está sufriendo los estragos de tan largo encierro.
En medio de este panorama alentador, se viene intensificando ostensiblemente con una campaña de medios en favor de la rápida normalización de la actividad económica y de la reapertura de escuelas y universidades. Se busca convencernos de que, si no queremos sufrir las consecuencias de un colapso económico universal y de una catástrofe educativa, debemos aceptar que obreros y jóvenes de ambos sexos regresen de inmediato a las fábricas y a las escuelas aún a riesgo de contagiarse y morir por covid-19.
Respecto a los niños y jóvenes, la campaña pone énfasis en el daño psicológico que les están provocando el encierro y el alejamiento de sus compañeros, amigos y maestros. Se habla de decaimiento general, de pérdida de interés en el estudio, de falta de atención y concentración y, en los casos más graves, de depresión y tendencias suicidas.
Por ello es que el Movimiento Antorchista, pensamos con preocupación sobre esa urgencia del gobierno mexicano de que la niñez y juventud retornen a las aulas como una necesidad inaplazable, para no seguir ahondando los daños que ya les está causando el cierre de escuelas y universidades y el encierro en sus hogares.
Cabe señalar que se ha podido comprobar que no todos los que se ocupan de la pandemia lo hacen partiendo de la misma base y buscando el mismo objetivo. Quizá sean mayoría los que se preocupan genuinamente por la salud y la vida humanas; el resto, en cambio, tiene como interés prioritario la restauración inmediata del funcionamiento de la economía, es decir, su propósito es la conservación y prosperidad de los negocios y de las mayores utilidades de la empresa privada.
En ese sentido es que vuelve a presentarse la figura denominada “inmunidad de rebaño” que surge del estudio de las pestes que diezmaron Europa en la antigüedad y durante la Edad Media, es decir, en la época en que la medicina estaba en pañales y nadie hacía nada contra la peste porque nadie sabía qué hacer ni cómo hacerlo.
La “inmunidad de rebaño” es, en realidad, el simple esperar a que la naturaleza de cada quien haga lo suyo y resignarse a que sobrevivan los más fuertes y vigorosos y sucumban todos los demás. Es la ley del más fuerte o selección natural que rige en las colectividades vegetales y animales.
Es allí donde no hay ni puede haber defensa consciente y colectiva frente a la amenaza externa y el canibalismo interno; donde no hay ni puede haber ciencia ni científicos que guíen la lucha colectiva contra el enemigo; es el llamado “darwinismo social” cuyos partidarios más ilustres, como Nietzsche, lo enarbolan como el mejor camino para la superación de la humanidad, porque barre toda la escoria social (los enfermos, los viejos, los deformes, los inválidos y los débiles) y solo deja a los sanos, vigorosos y triunfadores. La sociedad tira lastre: pierde en número pero gana en calidad de sus miembros.
Es evidente que al reabrir los centros educativos en todos los rincones del país en la forma como se encuentra actualmente el mal manejo de la pandemia de Covid-19, el riesgo de sufrir esa enfermedad estará latente y el gobierno federal se lavará las manos para responsabilizar a los padres de familia por haber enviado a sus hijos a las escuelas.
En contraparte están los daños psicológicos de niños y jóvenes, que se puede decir no son nuevos; que han existido siempre y nadie ha probado, mediante estudios rigurosos, que hayan sufrido un incremento peligroso a raíz de la pandemia.
Reconocidos especialistas críticos sostienen que tales argumentos, aunque ciertos en sí mismos, están intencionalmente exagerados en número y gravedad para obligar a padres y madres a arriesgar la vida de sus hijos a cambio de su salud mental y de una supuesta educación de calidad.
Lo que está a discusión sobre si nuestros niños y jóvenes deben ser rescatados de la inactividad intelectual, de la pésima educación “virtual”, del daño psicológico, anímico y relacional que les pueda causar la ausencia de sus maestros, amigos y compañeros, es saber si no hay otro camino para no exponerlos al contagio y a la muerte a cambio del retorno a la vida normal a que tienen derecho.
Se debe señalar que si el gobierno de la 4T hubiese adoptado desde que se presentó la pandemia una estrategia seria y responsable, no se estarían viviendo esos problemas para nuestros niños y jóvenes estudiantes, ni para los profesores, condenándolos a manejar una educación de cuarta mediante la televisión y el internet.
Ahora es que antes de decretar el regreso a clases presenciales, el gobierno de López Obrador está obligado a vacunar a todos los niños y jóvenes; a remozar todos los planteles, patios de recreo y aulas; a garantizar el control del estado de salud de cada estudiante y a implementar las medidas de seguridad e higiene básicas.
De lo contrario mejor que ni le muevan porque el peligro estará latente después de que durante el tiempo que lleva la pandemia se puede hablar de casi 50 mil niños y adolescentes se han contagiado de la Covid-19, cifra que se podría ver incrementada en la medida en que se persista en la obligatoriedad de regresar a las escuelas pero sin haber aplicado la vacuna previamente.
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