La ciencia es una forma de conocer al mundo, que exige la aplicación de un método riguroso para probar hipótesis y así validar los conocimientos, apoyándose en evidencia empírica para confrontar toda tesis con la práctica, o mediante el razonamiento sujeto a reglas precisas. Ninguna tesis puede ser aceptada como verdadera sin previa comprobación, o un razonamiento sin su debida demostración en acatamiento a las reglas de la lógica; lo aceptado sin comprobación es dogma, profesión de fe, un simple prejuicio cognitivo. El método científico garantiza, en cambio, el rigor en la búsqueda y validación del conocimiento, y nos salva de caer en el irracionalismo y la manipulación, tan comunes en las universidades, donde más que la verdad se impone lo que diga tal o cual profesor, que no necesariamente tiene razón. Particularmente, en política es pan de cada día que profesores digan a los jóvenes cualquier disparate sin obligación de comprobar su dicho, ofreciendo simples afirmaciones en lugar de pruebas rigurosas, viles acusaciones, cuya pretendida veracidad depende de la autoridad del profesor; si él lo dice, ha de ser cierto: el magister dixit, prueba de verdad en la escolástica medieval. Pero afirmar no es probar, aunque muchos, en un contrabando lógico, sustituyan verdades por simples afirmaciones, o, dicho en buen mexicano, den gato por liebre.
En la Escolástica bastaba la autoridad de un prohombre para otorgar calidad de verdad a lo dicho; aun las disputas más complicadas eran resueltas mediante citas de Aristóteles, Tomás de Aquino, San Agustín u otro prócer, suficientes para conferir carácter de verdad a lo dicho, sin que mediara una observación rigurosa o pruebas debidamente validadas. Pues bien, luego de una experiencia multisecular, aquella tradición sigue observándose en muchas disciplinas del conocimiento, y, lo peor, en la universidad; como un regreso al pensamiento medieval, abandonando el más elemental espíritu científico, como el racionalismo que ya postulaba Descartes. Así, se llena la mente de los jóvenes con mitos y disparates, sin encontrar una mínima resistencia en las mentes indefensas, poco acostumbradas al rigor en el pensar (porque así educa el sistema a la sociedad). La lógica formal enseña a pensar con orden, obedeciendo a ciertas reglas cuyo acatamiento asegura la validez del razonamiento y evita aceptar sofismas; si se ignoran o no se respetan las reglas del pensamiento, se es víctima fácil de cualquier merolico y sus falacias o razonamientos falsos.
Pero no siempre es la auténtica autoridad intelectual del profesor lo que lleva al alumno a dar por válidos sus dichos (eso ya sería ganancia), sino el miedo que aquél inspira, el temor a represalias, que obliga al alumno no a reconocer en lo profundo, pero sí a aparentar aceptación de lo dicho por su profesor... no vaya siendo, piensan. A esta falacia se la llama argumento ad baculum, en castellano, que apela al bastón, o sea, a la autoridad de quien lo dice, y que obliga literalmente a admitir como válido lo que no lo es. Muy emparentado está el argumento ad terrorem, o argumento del miedo, que nos hace dar por válida una tesis ante intimidación por parte de un grupo. Otra falacia muy frecuente en política es el argumento ad nauseam: abusar de la repetición de una afirmación, martillándola en la mente del receptor, hasta volverla “válida” y aceptable, como hacen algunos profesores al afirmar en cada clase durante todo un semestre (algo verídico en la Universidad de Chapingo), que “Antorcha es paramilitar, invasora”, etc. "Repite muchas veces una sandez y terminarás creyendo en ella.", dijo Edgar Allan Poe. No se requieren pruebas, sólo afirmar machaconamente y con estridencia, y ni falta hace demostrar o probar la veracidad de tales consignas que no van al sector consciente del cerebro, sino al inconsciente.
La manipulación hecha por profesores dispone de otro recurso muy útil: su pretendido “apartidismo”. Su truco favorito es pararse frente a un grupo de alumnos desprevenidos y declarar con voz grave: “jóvenes, yo no soy miembro de ningún grupo político”, pensando así que el auditorio caerá de rodillas ante el académico impoluto. Lo que sigue es acusar y señalar con índice de fuego al “criminal” que, ése sí, ha cometido el nefando delito de pertenecer a un partido, lo cual desautoriza de antemano cuanto diga; a éste se le llama argumento ad hominem, que consiste en invalidar un razonamiento por la vía de atacar a quien lo planteó; el sofisma es claro: eres miembro de un grupo político, luego, todo lo que digas será falso. Obviamente, hay profesores que no tienen militancia política, y están en su derecho, pero respetan a quienes sí la tienen; de ellos no hablamos aquí.
Así maleducan a los jóvenes, infundiéndoles fobia a la política y confundiéndolos, en lugar de ayudarles a entender y orientarse en esta actividad humana que, cuando egresen encontrarán en todos los ámbitos de la sociedad. Pero lo más aberrante es que a poco que se investigue podrá descubrirse que quien así pontifica, resulta, las más de las veces ser miembro camuflado de un grupo o partido político (táctica clásica de los militantes de Morena). Finalmente, también manipulan cuando demagógicamente afirman que “los jóvenes han despertado”, sólo porque eventualmente puedan admitir algún argumento del manipulador; otro grosero atropello a la lógica, llamado “petición de principio”, consistente en admitir una premisa como valida sin antes haberla probado (en este caso la tesis del profesor manipulador, aceptada como a priori buena sin haberla demostrado primero), para luego felicitar al joven por haber descubierto esa “verdad”. Un último ejemplo de manipulación en la universidad es el difundido uso de notas de prensa para “comprobar” afirmaciones infamantes, una fullería más del arsenal de la “neoescolástica”, que parte del supuesto, nunca demostrado, y las más de las veces falso, de que para trocar cualquier barbaridad en verdad inobjetable sólo basta con que lo haya publicado un periódico importante, un supremo pasquín o el conductor famoso de una cadena de televisión nacional –esto último es casi la apoteosis, prueba inapelable, equivalente a las tablas de la ley en manos de Moisés. Es una suerte de alquimia cognoscitiva que convierte basura en conocimiento verdadero.
Lo interesante es que a pesar de estos bombardeos dirigidos a embotar las mentes, desde la cátedra o a través de la radio, la televisión, el cine o la prensa, de todas formas el entrenamiento teórico que poseen permite a los estudiantes resistir y juzgar, cuestionando lo que se les dice, apelando a la duda metódica, como la llamaba Descartes, no para justificar el escepticismo, sino para descubrir las inconsistencias en el razonamiento. En conclusión, conocer rigurosamente la realidad es condición indispensable para transformarla: nadie puede cambiar positivamente lo que desconoce. Por eso, despejar de mitos las mentes de los jóvenes es permitirles pensar correctamente, sin distorsiones ni prejuicios, para dominar la ciencia y emplearla como instrumento de progreso social. El conocimiento verdadero es una fuerza transformadora que permite el dominio de las leyes que rigen el movimiento para aplicarlas en la transformación de las relaciones sociales en un sentido progresista.
Texcoco, México, a 21 de abril de 2015
0 Comentarios:
Dejar un Comentario