Después de dos meses y medio de ausencia, con todo y que me considero de la familia azteca, regresé a la casa de mis hermanos tlaxcaltecas cuyo escudo ostenta el nombre de un guerrero otomí que combatió a lado de ellos allá por la época prehispánica; ese guerrero como ya sabrá quien haya estudiado la historia nacional, se llamó Tlahuicole, era de la hasta hoy viva etnia otomí y es recordado por aztecas y tlaxcaltecas debido a su ejemplar arrojo y heroicidad en el combate; pero ¿por qué surgen de pronto estos pensamientos tan simples?, ¿será por el paisaje que nos deleita con sus distintos matices de azul, verde y ocre?, ¿será por la ráfaga del viento que despeina las verdes melenas de los húmedos árboles amistosos?, ¿será por la rutilante claridad del día?; quien sabe, pero a veces las nubes acumulándose sobre los montes o el fugaz vuelo de cualquier ave, todo nos recuerda que habitamos un país hermoso, que caminamos kilómetros y más kilómetros sobre un mosaico de grandes culturas hermanas, a veces enemistadas pero hoy fusionadas en una única y gran nación lo aceptemos o no, forjada con sangre indígena y lo mejor del alma española. Pues llegué a la casa ya mencionada acompañado de esas reflexiones digamos, patrióticas. La primera nueva que encontré fue una hermosa camada de cachorros que trajo al mundo la brava y noble perra que cuida la solitaria casa de Tlaxcala, casa que una vez alojó a un importante número de estudiantes y maestros, hoy la mayoría de ellos ausentes en contra de su voluntad, debido a la pandemia de la covid-19 que azota a todo el país, cuyo combate y erradicación concierne a todos, pero es responsabilidad del gobierno en turno.
Los cachorros, verdaderamente enternecedores, lanzando minúsculos destellos de cristal al abrir las pequeñas fauces y los ojillos, tenían sus cuerpecitos perrunos cubiertos de una abundante pelambre que parecía brillante algodón negro, seguramente igual al color del padre y con pequeñas botas y pecheras color café con leche igual al de la madre. El aspecto de leona deambulaba por el amplio patio, salía a la solitaria calle y regresaba lentamente con cierto aire de preocupación. No era difícil saber qué cosa le preocupaba, ella necesitaba encontrar alimento para procesarlo y poder alimentar a sus hermosos cachorros. Ellos, despreocupados dormían y se removían formando una frágil pelota de negro algodón, salpicada de pequeños destellos blancos y cafés. La perra que pese a mi ausencia no me olvidó, se movía de un lado a otro con inquietud, impresa en su cara de animal domesticado la desesperación casi humana de una madre en apuros, poco le faltaba para articular alguna palabra, pero su mirada me dijo todo. Siguió mis pasos y después de que le proporcioné algún alimento inmediatamente su aspecto cambió, se volvió festivo, comenzó a dar pequeños saltos como agradeciendo, para en seguida alejarse en busca de sus pequeños.
Y si esto es así, en una madre diríase, irracional, en una madre desprovista de eso que llamamos conciencia, ¿cómo será en una madre humana, en una madre consciente de su responsabilidad, en una madre que sabe de amor filial?, ¿cómo será cuando una madre con sentimientos humanos se enfrenta a la terrible situación de no poder mitigar el hambre de sus pequeños hijos? O más todavía, ¿cómo será cuando una madre no puede proporcionarle medicamentos a su hijo para salvar su vida?, ¿cómo será de terrible ese dolor?, ¿cómo será de espantosa la pena, de lacerante el sufrimiento, al ver a sus hijos languidecer por hambre o de verlos morir por falta de medicamentos? Mis preguntas son fundadas porque esos sufrimientos existen hoy por hoy en muchas partes del mundo y lamentablemente también en nuestro país. Ahí están las últimas noticias que por cierto vienen sonando ya de hace tiempo, sobre el desabasto de medicinas, más concretamente las que necesitan las personas que padecen cáncer, entre las cuales se encuentran muchos niños. Y ante el dolor de los padres de estos pequeños, es difícil creer que exista tanta insensibilidad por parte del gobierno, es increíble escuchar el tipo de respuestas que se han dado ante los justos reclamos y la exigencia de atención inmediata. Por lo repugnante de la actitud gubernamental ante la tragedia que sufren los niños enfermos y sus padres, la ciudadanía está indignada, he leído en las redes sociales mensajes de personas que preguntan cómo se puede ayudar, qué se puede hacer, alguien escribió que se necesita un líder que indique el camino, que sepa lo que se debe hacer para resolver el problema y el dueño de esa voz tiene razón.
Pero el problema es que el desabasto de medicamentos es sólo uno de muchos graves problemas que se han generado desde que subió al poder Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con su partido político Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). A las pocas semanas de iniciado este gobierno se escucharon las voces desesperadas de las madres trabajadoras que necesitaban las estancias infantiles para el cuidado de sus hijos mientras ellas desempeñaban sus labores de asalariadas. La respuesta de AMLO, impropia de un presidente de la república, fue: “que los abuelos cuiden a los nietos”. En seguida, igual que las estancias infantiles también desapareció el seguro popular que garantizaba servicios médicos a enfermos de escasos recursos económicos con padecimientos crónicos y entre otros desapareció los programas de apoyo al campo. Ahora, ya en las últimas semanas hemos escuchado otras voces, las de los estudiantes que reclaman el regreso a clases seguro, para lo cual solicitan que sean vacunados contra la covid-19, pero si el señor López se muestra tan insensible ante las muertes de los niños con cáncer, ¿qué pueden esperar los jóvenes estudiantes que, se supone, gozan de cabal salud?
Estos y otros graves problemas padecemos en México, por el mal gobierno de AMLO y su partido político Morena, ¿qué hacer para remediarlos?, la respuesta es sencilla pero seguramente la puesta en práctica es complicada. Debemos unirnos todos los afectados: las amas de casa, las madres que trabajan fuera de sus hogares, los estudiantes, los maestros y profesionistas, los empresarios grandes y pequeños, los diversos comerciantes, los productores agrícolas, los asalariados de la ciudad y del campo, todos los que de un modo u otro han sido atropellados en sus derechos. Tenemos que unirnos todos los ciudadanos consientes, todos los que vemos la realidad y nos preocupamos ante el tétrico panorama. Deben unirse todas las agrupaciones de ciudadanos que quieren rectificar el rumbo de la nación. Debemos formar un frente en torno a un claro y coherente programa de acción que garantice el rumbo correcto del país entero. De todos los puntos cardinales deben reunirse y unirse todos los pueblos, todos los colores de piel y todos los tonos de voz. No olvidemos que somos descendientes de grandes culturas, de civilizaciones que brillaron antes de la presencia española y que una vez llegando esta, forjamos el nuevo brillo de una nueva nación, asimilando lo mejor del alma ibérica e incorporándolo a nuestra esencia aborigen, proceso del cual surgió nuestra raza, la nueva estirpe mexicana. Los mejores hijos de esta gran nación deben unirse, a pesar de las dificultades que ello implique, para poner un alto a la degradación económica, moral y social, a donde nos están arrastrando los malos gobiernos. Y aquí sí se puede aplicar la conocida frase, “nada más, pero nada menos”.
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