Las asociaciones para la Beneficencia Publica llegaron a México junto con la conquista, la primera de ellas fue conformada por el conquistador de México, Hernán Cortes, el primer obispo Juan de Zumárraga, y el primer Virrey, Antonio de Mendoza, estos integraron el primer grupo de donantes particulares.
Desde sus orígenes, ha estado ligada a actividades de tipo religioso, militar y de caridad, siempre con objetivos filantrópicos y caritativos (compasivos). La facultad de administrar el patrimonio de la Beneficencia Pública ha recaído, inicialmente en el Ministerio de Gobernación, posteriormente en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y en la Secretaría de Salud.
A través de los tres siglos de presencia española, la beneficencia amasó un importante poder económico, político y social. A partir de la consumación de la independencia, en 1821, con la intención de restar el poder que representaba la iglesia católica, se decretó la supresión de las órdenes hospitalarias y la beneficencia quedó erigida en institución civil y laica, perdiendo el carácter religioso.
Después de que la práctica de la asistencia humana permaneció bajo el resguardo iglesia-estado, y un breve periodo bajo la autoridad política, los habitantes del país comenzaron a organizarse. Así, durante la década de los años cuarenta del siglo XIX se creó una serie de instituciones con carácter asistencial. Entre éstas destacó la creación de las sociedades a cargo de ciudadanos de origen extranjero residentes en el país, tales fueron los casos de la Beneficencia Española.
A pesar de los esfuerzos por mantener los centros de beneficencia lejos del clero, en 1843, el gobierno permitió el establecimiento de una serie de centros de asistencia. Un caso representativo fue el concedido las Hermanas de la Caridad del Instituto de San Vicente de Paúl, quienes se encargaron del cuidado de los hospitales, hospicios y demás causas de beneficencia. Con el tiempo lograron amasar grandes fortunas debido a los donativos importantes de la clase pudiente de ese tiempo.
En 1861, la diferenciación entre la esfera religiosa y la del Estado en el campo asistencial tomó forma con el Decreto de Secularización de Establecimientos de Beneficencia, mediante el cual, fueron retirados del control de las organizaciones religiosas hospitales, hospicios, casa de dementes, orfanatos y casa de maternidad; el 28 de febrero del mismo año se creó la Dirección General del Fondo de Beneficencia que facultaba al gobierno para manejar los establecimientos que pasaron a su cargo. Ese mismo año, el presidente Juárez estableció la Lotería Nacional, que debería destinar el 15% de sus ingresos a la beneficencia.
Entre las obras de asistencia social pública del gobierno juarista destacó el establecimiento de tres salas de asilo para mujeres obreras que no tenían familia, con el objeto de que pudieran dejar a sus hijos mientras ellas trabajaban. A pesar de los esfuerzos para mantener los centros de beneficencia por parte del gobierno, una vez más la escasez de recursos económicos como consecuencia de las guerras intestinas y la defensa ante la invasión francesa, contribuyeron al descuido y abandono de una buena parte de estos establecimientos.
Restituida la República en 1867, el campo de la beneficencia siguió abarcando nuevos espacios, tanto el que estaba a cargo del gobierno, como el conformado por grupos de ciudadanos. En este periodo surgió con gran ímpetu la creación de sociedades y uniones mutualistas. Éstas se organizaban por gremios, como los meseros, carpinteros, artesanos, peleteros, etc., además crearon cajas de ahorro, y una especie de socorro para casos de enfermedad y fallecimiento. El pensamiento liberal dejó sentir su presencia en esta sección de la administración pública. En 1871 se fundó la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres. Ya no sólo se enseñaban las artes manuales tradicionales, sino que se agregó el idioma francés, encuadernación, relojería, tapicería, fotografía y música, entre otras actividades, la fundación de este centro refería el triste papel de la mujer, quien al contraer matrimonio se había convertido sólo en un mueble de lujo para el hombre, “es pues, indispensable preparar para nuestros hijos un porvenir de progreso, de libertad, educando a las que han de ser sus esposas, para que sean felices”. Entre la caridad y el derecho, México, El Colegio Mexiquense, A.C.
Debido a la gran cantidad de población que la beneficencia debía de atender y a pesar de la intención en varios periodos políticos del país, la beneficencia privada siempre tuvo, como hasta la fecha, un espacio considerable en la atención de las necesidades humanas. No obstante, el sentimiento que perduró entre el sector conservador de la sociedad era que el Gobierno no debía hacerse cargo de la Beneficencia, pues a su parecer, esta tarea correspondía a las clases pudientes y al clero.
En la actualidad los más beneficiados con la práctica filantrópica a través de redondeos o teletones, son grandes empresarios, pues, además de que promueven la idea de que los pobres ayuden a los pobres a través de pequeñas donaciones, que ya sumadas llegan a manos de altos acaudalados como Emilio Azcárraga Jean o Carlos Slim Helú para que a través de ellos, ayudar a niños con cáncer, niños con discapacidad etc., es decir que reúnen como en el teletón 2021, grandes cantidades concentradas en sus manos, que: “gracias a la generosidad y al apoyo de millones de personas, ¡logramos recaudar $387,733,462!” que a su vez ellos donaran para sus centros de apoyo y así el gobierno en agradecimiento por su labor altruista les eximirá de pagar los impuestos correspondientes a la cantidad aportado para dicha labor; en cuanto a la iglesia el gobierno encabezado por el Lic. Andrés Manuel López Obrador busca aprovechar la influencia de centros religiosos, para que a través de conocimiento del medio ayuden a poner en práctica las acciones sociales promovidas por la cuarta transformación y coadyuven en las tareas de reconstrucción del tejido social.
Esta práctica histórica en México (y en el mundo) solo es el resultado, por un lado, de la gran concentración de la riqueza en unas cuantas manos y su obligada consecuencia, la gran pobreza que azota a las grandes masas populares, por otro, refleja la necesidad de los acaparadores de evitar cualquier explosión social generada por la gran brecha que se va abriendo entre una gran cantidad de riqueza concentrada en unas cuantas manos y la inmensa mayoría de la población empobrecida.
La filantropía fue en sus orígenes y sigue siendo en la actualidad un intento por aliviar los efectos desastrosos de la miseria y la pobreza, pero además juega una doble función, pues también sirve de anestésico para mantener el mayor tiempo posible adormecido el instinto de rebeldía que genera esta gran desigualdad social en que vive la inmensa mayoría de las familias trabajadoras.
Pero estas acciones adormecedoras fracasarán, la realidad se impone, pues el hambre, las enfermedades, el desempleo, la falta de vivienda, la falta de oportunidades educativas saltan a la vista y la gente exigirá soluciones y tomara la dirección de su destino.
Es necesario que la gran masa de desposeídos sepan que la solución no está en recibir ayudas, aunque lleguen incluso auspiciadas por el gobierno en turno o que provengan del mismo, hay que decirle que lo que los empobrecidos necesitan es que haya un cambio de modelo económico, sustituirlo por uno que genere empleos suficientemente remunerados para no tener que depender de la caridad pública, que cambie la forma de recaudar los impuestos cobrando no de acuerdo a lo que se compra sino de acuerdo a lo que cada cual gana, es decir que paguen más quienes ganan más y que a su vez con esos impuestos se creen instituciones de salud, de vivienda, de educación de apoyo a la cultura y al deporte que permita contar con una clase trabajadora culta, bien alimentada, sana y educada, para que así, en mejores condiciones, pueda brindar su gran aportación a la riqueza de nuestro país.
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