La oratoria del presidente, Andrés Manuel López Obrador es modelo de inopia argumentativa. Basta oír su discurso unos segundos para advertir que su expresión oral es deficiente, no solo por la carencia de recursos técnicos como orador (fuerza, inflexión de voz, exordios) sino también, porque la escuálida coherencia de sus ideas lo llevan a divagar.
No, no están equivocados quienes piensan que sus intervenciones en público son monótonas hasta el hartazgo. El tono, las palabras, las referencias poco cambian; y esto ocurre porque no busca explicar, su fin es más inmediato: pretende agradar.
En los procesos electorales levantó simpatías porque su discurso denunció lo evidente: pobreza y desigualdad por un lado y, su efecto, la corrupción de toda la clase política, pero nunca se ocupó en profundizar en las causas. Se mantuvo sobre la superficie del problema, porque ni él ni Morena tienen como propósito esencial educar políticamente a las masas; esto es, hacer participar a los grandes sectores empobrecidos en la palestra política. Una labor con este objetivo es titánica, desde luego, y un partido electorero, común y corriente, como Morena no tiene metas tan altas, pues sus fines son inmediatos: ganar elecciones para obtener puestos públicos y desde allí parasitar mezquinamente.
El eje central del discurso electoral de AMLO fue, pues, la denuncia. Acusar, condenar, criticar, denunciar; a veces acertadamente y otras, las más, de manera difusa y con abierta tergiversación o grosera imprecisión. Ésta no es una simple percepción individual. Un equipo especializado en análisis de contenido de Fact Checking dio como resultado que de varias frases de AMLO tomadas al azar solo el 43.5 por ciento eran verdaderas.
Es decir, es un político que miente y confronta. Sus razonamientos son incorrectos y su recurso más frecuente son las falacias ad hominem, a fin de invalidar argumentos de críticos u opositores mediante el uso de la descalificación personal e incluso las ofensas. Es plenamente cierto que actúa con rabia contra quienes se oponen a sus ideas, ora con ironías parsimoniosas, ora con vehemencia.
Estos rasgos evidencian su falso humanismo. Si el 55 por ciento de sus frases son erróneas, sus acusaciones tienen también la misma orientación. No es el liberal tolerante que dice ser y cuando crispa el ambiente político con sus calumnias y descalificaciones, fomenta la violencia y la persecución.
Desde la tribuna presidencial –con todo el poder mediático que ésta tiene– intenta enlodar al Movimiento Antorchista Nacional; lo acusa y condena con aires de ridículo patriotismo, pero nunca presenta pruebas.
AMLO caricaturiza al antorchismo como una cúpula de líderes corruptos y suprime, alevosamente, que Antorcha es una organización de más de dos millones de mexicanos pobres a quienes daña moralmente con sus ataques. Y él lo tiene claro.
López Obrador jamás reconocerá que Antorcha ha transformado municipios enteros, colonias y pueblos, que han expulsado el atraso para convertirse en modelos de desarrollo social. Miles de escuelas formadas en zonas marginadas son hoy auténticos centros de desarrollo educativo. Y el inmenso trabajo cultural y deportivo que realiza todo el año el antorchismo nacional no puede ser ignorado por la inteligencia de un Estado moderno como el mexicano.
El discurso de López Obrador es malo en su componente técnico y también en el moral ¿Todos estamos obligados a hacernos buenos con los dictados de la Cartilla Moral, menos el presidente que miente y calumnia? ¿Ser mentiroso es de buen cristiano, señor presidente?
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