Últimamente en los medios se habla de un agravamiento de la pandemia que consistiría en una tercera ola de contagio; también escuchamos las advertencias que son el pan nuestro de cada día, y que consisten en invitar a que la gente se cuide, a que no visite lugares públicos a que no asista a las playas ni conviva en reuniones de más de 10 personas, que procure usar el cubrebocas siempre, que esté la mayor parte del tiempo en lugares amplios y ventilados, etc.
Sin embargo, este llamado continuo y repetitivo no surte el efecto deseado, la sociedad no lo hace suyo, por el contrario, hemos visto, sobre todo en este inicio de semana santa, al pueblo en general participar en las festividades religiosas, hemos visto llenos los parques y las alamedas, así como un tráfico intenso en las carreteras que habla de que los destinos turísticos serán muy visitados. Y ante estos fenómenos, uno se pregunta: ¿será que la gente no entiende? ¿Será que la sociedad ya no cree en la gravedad de la covid-19 y lo que al respecto dicen los medios? ¿Será que hay un generalizado desprecio a la muerte?
Puede ser que todo se conjugue, pero de una cosa estoy cierta, los yerros en la toma de medidas para combatir la pandemia están surtiendo su efecto: por un lado, la irresponsable trivialización del problema, por parte de todos los actores que debieron prever la gravedad de la tragedia (desde la negativa del señor presidente a usar cubrebocas); por otro, el menosprecio a la instrumentación de medidas serias para combatir el contagio, así como una inquebrantable fe en el destino de cada quien, han logrado que un altísimo porcentaje de mexicanos obvie todas las recomendaciones habidas y por haber y transite con un dejo de indiferencia y de desprecio ante los graves riesgos de la pandemia en nuestro país.
En esta pérdida de rumbo, hace poco oí señalar al líder del Movimiento Antorchista Nacional, otro desafortunado desacierto en la aplicación de las vacunas por parte del gobierno actual, pues no se analizó correctamente la realidad de nuestro país en el mundo ni su desarrollo histórico, y solo imperó la idea de impactar en el electorado.
¿Cómo se explica, por ejemplo, que en el desorden en que nos movemos y que nos está llevando a un verdadero caos nacional, se coloque en tercer lugar de vacunación a la juventud, siendo ella la que, por su misma energía, vigor y ganas de vivir, resulta más refractaria a las medidas de aislamiento y disciplina? ¿Por qué no se consideró el hecho de que este importante sector no puede seguir fuera de las aulas, pues estamos dañando su formación en perjuicio de su futuro y de la sobrevivencia del aparato productivo nacional? El desarrollo de la economía, no solo en México, sino en el mundo, exige que se desarrolle la ciencia y la tecnología, así como que se forme mano de obra calificada. Para cualquier país, resulta de vida o muerte que las nuevas generaciones estén mejor preparadas que las que les precedieron, de lo contrario -y es lo que está ocurriendo- tendrá una crisis mayor en su economía.
Nada de esto se analizó, ni se previó, ni se tomó en cuenta; por el contrario, explotando la sensibilidad del pueblo mexicano, se están aplicando todas las vacunas, las escasas vacunas de que hemos podido disponer, para atender a los adultos mayores, (aquí me permito aclarar que quien esto escribe es una adulta mayor, pareciera que me estoy dando un balazo en pie, pero no es así).
Veamos: se dice que una de las medidas que pueden paliar los contagios, y por tanto el avance de la pandemia, es el aislamiento, el no salir de casa, y quienes tienen más posibilidad de acatar esta medida somos los adultos mayores, por impedimento físico o por ya no tener el mismo ímpetu y energía.
En este esquema de análisis habríamos logrado, por fin, atinarle a una medida que atienda tanto a la situación económica como a la realidad social. Pero seguimos con la misma política, que sin duda resultará muy redituable electoralmente: se vacuna a los adultos mayores que tienen peso moral en las familias. Seguramente en las urnas los morenistas cosecharán votos gracias a una supuesta preocupación por los abuelitos, pero ¿y el país y su futuro? ¿No podríamos, sacrificando nuestros mezquinos intereses, velar verdaderamente por el futuro del país y priorizar lo que nos haga avanzar al ritmo que exige la economía mundial logrando con esto impactar en todos los sectores sociales? ¿Se vale que, en aras de mantener el poder, se sacrifique así el futuro de 130 millones de mexicanos? Ustedes, queridos lectores tienen la respuesta.
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