La lucha del pueblo mexicano por la democracia se puede rastrear por lo menos desde la revolución interrumpida de 1910, de la que salió con las manos casi vacías, pues fue la corriente reformista encabezada por Carranza la que estableció su proyecto de nación. De ahí en adelante fueron las clases poderosas las que condujeron el destino del país. No fue sino hasta 1968 cuando en medio de una “bonanza económica” los estudiantes reclamaron una apertura a la democracia, ésta se dio hasta 1977 con la reforma política, como medida para detener el descontento social. Las elecciones del 2000 se presentaron como el punto más alto, pues significó la salida del partido hegemónico del poder; sin embargo, pronto se reveló que el PAN solo sería el desarrollo del sistema socioeconómico autoritario.
El tipo de democracia que se desarrolla desde 1917 hasta la fecha se puede denominar de mercado. Esto es, ofertar discursos políticos para que el electorado escoja una opción, y al igual que el mercado, solo tiene acceso a ofertar los dueños del capital.
En los primeros años del siglo XXI la situación tanto política como económica no ha cambiado para los mexicanos. Se consolidó el neoliberalismo y esto implica el desarrollo de la economía de mercado y sus consecuencias como la desigualdad económica, pobreza, flexibilidad laboral, etc. En política, la existencia de diversos partidos no trajo consigo mayor representación, al contrario, devino en una fragmentación social, en que los partidos hegemónicos siguieron siendo la parte dominante.
Lo que en 2018 algunos analistas llamaron “revuelta electoral”, no es sino la continuación de la democracia de mercado con otro discurso. Si antes en nombre de unos pocos nos dominaba una parte de la clase poderos, hoy en nombre del pueblo nos domina toda la burguesía.
Las formas políticas de Andrés Manuel son el ejemplo típico de cómo las clases poderosas pueden cambiar de ropaje para conservar el poder. Como pueden tomar banderas prestadas y ponerse de nuevo a la cabeza de la sociedad sin renunciar a sus intereses.
En pocos meses se han desmantelado alrededor de 18 programas sociales y se crearon algunos sin el estudio previo necesario para evitar problemas en su ejecución, por ejemplo, las becas Benito Juárez que se pusieron en marcha sin conocer que presentan problemas para censar y entregar los recursos.
AMLO ha realizado una campaña en contra de las organizaciones civiles (políticas, ONG, etc.) acusándolas indiscriminadamente de corruptas y de pedir moches a sus agremiados sin presentar pruebas de ello. Amenaza ahora con estrangular financieramente a los gobiernos estatales y municipales porque no los considera fiables.
Éstos son solo algunos ejemplos de las acciones que la 4T ha realizado durante un tiempo muy breve de gestión. ¿Se puede decir que se ha desarrollado la democracia? ¿Los ciudadanos fueron realmente tomados en cuenta para emprender estas acciones?
La democracia tiene que ver con la gestión de lo común. Un gobierno gestiona la actividad estatal y el Estado es algo en común. Por lo tanto, las acciones que se hagan o dejen de hacer afectan a la totalidad de la sociedad. La democracia no se limita a la existencia de elecciones, a asistir a las urnas cada determinado tiempo, no se limita escoger a un candidato y dejar que éste tome las decisiones a su voluntad. Por el contrario, exige la participación permanente de la sociedad para la revisión de los resultados. Si antes gobernaba una clase política que no se interesaba por la inclusión de la sociedad civil en la gestión de lo común, hoy no nos encontramos en una situación diferente. Se sigue gestionando de manera autoritaria, utilizando los recursos públicos para ganarse los votos de las futuras elecciones, se sigue haciendo democracia de mercado; mientras, la ciudadanía en general y la sociedad civil organizada, en particular, que reclama la práctica democrática, sigue viviendo la miseria política y económica de siempre.
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