A don Isma, como cariñosamente le llamamos, lo recordamos con su voz fuerte y contundente a la hora de dar su opinión en las reuniones del Pleno; sus ásperas manos, cuya dureza característica del hombre que ha trabajado con ellas toda la vida, no le impedían imprimir calidez y gran afecto a la hora de estrecharla con los compañeros de Antorcha y amigos que nunca le faltaron. Lo veíamos exigiendo más arrojo y decisión a sus camaradas en las asambleas, lo mismo que cumplimiento a los compromisos, al funcionario público, en las gestiones del drenaje o la pavimentación de una calle. Sabía “regañar” a los “timoratos y blandengues” –según sus propias palabras-; pero era el primero en las asambleas y en las faenas aunque solo estuviera don Cupertino y Don Walter machete en mano, a la hora de la cita para “chaporrear” el terreno de la cancha. Pero eso sí, al terminar, no despreciaba un buen vaso de cerveza para entonarse y cantar con los presentes los boleros que más le gustaban.
No solo fue testigo, sino que participó activamente en la lucha del Movimiento Antorchista por transformar el pedregoso y accidentado terreno de la colonia El Refugio, en un lugar digno para vivir: “Yo mismo sembré este poste para que tuviéramos luz en esta colonia” se le oía decir en sus pláticas “fue la única forma que había para lograr que a los nueve meses de fundar El Refugio tuviéramos la electricidad” afirmaba tajante “por eso, después de la luz, nos fuimos a pelear el agua y luego empedramos las calles de allá abajo; y las hicimos igual, con faenas”.
Era difícil verlo quieto, cuando no estaba arreglando el baño, repellaba su casa, o emparejaba su calle con pico y pala. Incluso, mientras sus fuerzas y su salud se lo permitieron, se integró al trabajo de los activistas en comunidades como Cuauhtémoc y Cárdenas del municipio de Jiquipilas y Cintalapa respectivamente, donde se luchaba por tierras para los campesinos. Posteriormente, desde su casa, estaba pendiente de la lucha de la organización en otras partes del estado de Chiapas. Por eso, cuando se enteró que en el municipio de Simojovel se estaba luchando por un Bachillerato y un albergue estudiantil, no dudó ni un instante y mandó a sus hijos a estudiar allá y convenció a otros padres de familia parta que hicieran lo mismo.; pero no solo eso, sino que impulsó a los suyos para que se incorporaran al trabajo antrochista en otros frentes, al trabajo que en El Refugio estaba fructificando.
Como auténtico hombre del pueblo, educado por su organización, conocía muy bien sus derechos, de tal forma que cuando surgió la división al interior de la colonia que don Ismael, junto con otros hombres nobles había fundado y se armó lo que él bautizó como “La rebambaramba del 96” no lo pensó dos veces: se mantuvo firme y sin vacilaciones al lado de Antorcha. De tal forma que cuando supo que el enemigo local, aliado con el gobierno en turno estaba desalojando a sus compañeros y se disponían a hacer lo mismo con él, se atrincheró en su domicilio y dijo “de aquí solo muerto me van a sacar; y si ese fulano me quiere ver díganle que venga a mi casa y aquí nos mascamos el hígado”
Lloró como todos, la muerte de Margarita Moran Veliz, madre del maestro Aquiles Cordova Moran, fundador y líder nacional del Movimiento Antorchista para quien se encontraba escribiendo unos versos acerca de su recio carácter y su participación la creación de esta gran organización en la que él siempre creyó y confió. Su sueño era terminarlos y recitarlos en algún evento en Tecomatlán, Puebla, cuna del antorchismo, pero la enfermedad lo venció finalmente el pasado 7 de diciembre de este nuevo año 2022.
De don Ismael Paredes Madariaga se pueden decir muchas cosas, pero todas parecen superfluas e innecesarias cuando sus hechos hablan más alto y más fuerte que las palabras, dejando en la mente y en el corazón de todos nosotros una enseñanza indeleble de honradez, firmeza y lealtad a toda prueba.
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