III. Imperialismo acotado
La caracterización del imperialismo por el marxismo de principios del siglo XX es la de la última fase del desarrollo capitalista, y lo que distingue a este proceso son dos aspectos: el monopolio como forma de organización dominante de la producción de las mercancías y el dominio del capital financiero sobre la economía. Es justo en este último aspecto donde se centrará el análisis.
El “largo siglo XX” desencadenó sucesos que muchas veces pusieron en duda la supervivencia del sistema capitalista, no obstante, ha sobrevivido y sigue oprimiendo a millones de seres humanos actualmente. Para la época de Lenin el mundo estaba en disputa por las potencias imperialistas, conflicto que sólo se resolvería con la Segunda Guerra Mundial (SGM), donde quedó al frente del bloque occidental, como claro ganador, Estados Unidos. Después de la SGM el mundo se dividió en dos grandes bloques económicos y políticos: el bloque socialista y el bloque capitalista. El primero dirigido por Rusia y el gobierno de los soviets y el segundo encabezado por el imperialismo estadounidense.
Después de la SGM el mundo capitalista vivió un periodo de bonanza económica que estuvo caracterizado por la visión keynesiana de la economía. La crisis económica de 1929 en Estados Unidos de América se hacía presente en el capitalismo mundial, como una consecuencia de la centralización y concentración de la riqueza en grandes monopolios. Es decir, la producción de los bienes creció más que la demanda, lo que originó que se generara una crisis de sobreproducción que llevó a paralizar a la economía porque no había suficiente demanda. Se trataba, pues, de “la incapacidad de la economía mundial para generar una demanda suficiente que pudiera sustentar una expansión duradera (…) Como tantas veces ocurre en las economías de libre mercado durante las épocas de prosperidad, al estancarse los salarios, los beneficios aumentaron de manera desproporcionada y el sector acomodado de la población fue el más favorecido. Pero al no existir un equilibrio entre la demanda y la producción del sistema industrial en rápido crecimiento (…) el resultado fue la sobreproducción y la especulación” (Hobsbawm, 1998: 107).
John Maynard Keynes (1883-1946) es el que encuentra la fórmula para poder reactivar la vida económica del capitalismo. No desecha la construcción teórica de la economía neoclásica, simplemente entiende el problema de manera más general y se da cuenta que para echar a rodar la rueda de la economía se necesitaba incentivar la demanda; es decir, que los bienes y servicios que produce la sociedad sean consumidos. No desecha la construcción teórica de los neoclásicos porque sigue trabajando con el concepto de la marginalidad, con la cuestión de la psicología del consumidor que basa su elección en la teoría de la oferta y la demanda, simplemente entiende el problema desde el punto de vista de reactivar la demanda, que para ese momento, era la palanca que habría que accionar.
Esta idea revolucionaria de Keynes logró que el Estado pudiera intervenir en la economía y significó hasta cierto punto una derrota del liberalismo económico[1] que pregonó que debía dejarse totalmente a las fuerzas del mercado las decisiones de cuánto, cómo y qué producir. Con base en esto, la economía occidental se encaminó a lo que se conoce como Estado de Bienestar. Lamentablemente, sólo duró alrededor de 50 años, pues después de la ruptura de Bretton Woods y las reformas impulsadas por Reagan y Thatcher el Estado se ha estado achicando, dejando de nuevo exclusivamente a las fuerzas del mercado la distribución de la riqueza social producida (ganancias y salarios).
A partir de la década de 1970 la economía mostró caídas de las ganancias a nivel mundial, altas tasas de inflación, problemas energéticos relacionados con el petróleo e inestabilidad política. Estos hechos fueron, sin duda, muestra del agotamineto del Estado de bienestar y del capitalismo como sistema de producción. Con ello se dió paso (violentamente en unos, “institucionalmente” en otros) a la instauración del modelo neoliberal. Este esencialmente puso en la política económica la no intervención del Estado en economía, todo se volvía a dejar en manos del mercado. Es decir, el mundo capitalista volvía al liberalismo económico que condujo a la crisis económica de 1929. Esta liberalización se originó cuando el alza de los precios del petróleo (1973 y 1979) y el aumento en el costo de la fuerza de trabajo provocaron una reducción de la tasa de ganancia a nivel mundial, haciendo evidentes los síntomas de las dificultades que enfrentaba el modelo de desarrollo (Lapavitsas, 2016; Chesnais, 2003). Esto síntomas fueron: crisis del sistema monetario financiero internacional de Bretton Woods, lo que implicó el fin del patrón oro dólar y del régimen de tipos de cambio fijos; disminuyó la productividad, lo que redujo la posibilidad de incrementar la plusvalía relativa y puso fin al círculo virtuoso “crecimiento de la productividad-crecimiento de los salarios reales” (Guillén, 2015: 36).
En este proceso de liberalización el capital financiero, que estuvo sujeto a unas reglas ortodoxas durante el keynesianismo, volvió a ganar una influencia desproporcionada. Al resurgimiento de la importancia del capital financiero en la economía se le ha llamado financiarización.
IV. Financiarización a partir de 1970
En los últimos 50 años, los mercados financieros se volvieron cada vez más centrales en las actividades diarias de los hogares, las empresas y los estados-nación. Las familias se vieron envueltas, de pronto, en los mercados financieros porque sus ahorros de pensiones y universidades se invirtieron en fondos mutuos, mientras que sus hipotecas, préstamos para automóviles, cuentas de tarjetas de crédito y deudas universitarias se convirtieron en bonos que se vendieron a inversionistas globales. Las empresas cambiaron su modus operandi y afirmaron que existían para crear valor para los accionistas, para después pasar a adoptar una serie de estructuras y estrategias demostrando su orientación primaria en beneficio de los accionistas, legando a segundo término las inversiones productivas. Por su parte, los Estados-nación, para ceñirse a la nueva forma de accionar de la economía, adoptaron políticas favorables a las finanzas, entre las que destacan: reducción de los controles de capital, creación de mercados de valores nacionales, altas tasas de interés, disciplina fiscal y apreciación del tipo de cambio.
Los problemas que se generaron a finales de la década de los años 70, derivados de la caída de las tasas de ganancia a nivel mundial, obligó a la economía mundial a virar hacia la implementación de políticas económicas que condujeron de nuevo al liberalismo económico ahí donde convenía a los intereses del capitalismo. Parte de éstas fue propugnar por una estrategia que terminó por suprimir los derechos conquistados por los trabajadores mediante la destrucción de los sindicatos y la creación de reformas laborales que propiciaron el outsourcing. Esto se materializó en el estancamiento o retroceso de los salarios de los trabajadores y en el retiro del Estado de bienestar en algunos países, principalmente de la periferia, creado bajo la visión keynesiana de la economía.
Con la globalización neoliberal y el nuevo régimen de acumulación con dominación financiera, el ingreso y la riqueza se fue concentrando cada vez más en manos de una oligarquía financiera. Pero este sector de la sociedad tendió a utilizar ese ingreso para invertir en los mercados financieros, provocando que desestimaran el uso de los recursos en las actividades productivas. Esto fue marcando la pauta para un cambio en la regulación del mercado financiero, fenómeno que posteriormente derivaría en una mayor fragilidad del sistema financiero internacional hasta desencadenar en la crisis financiera internacional de 2008. A este proceso de desarrollo del capitalismo, en que el capital financiero tiene un mayor dominio e importancia en el desarrollo económico, es a lo que han denominado los economistas como financiarización.
Este concepto ha sido objeto de múltiples debates en cuanto a su significado e implicaciones en la economía. Siguiendo a Epstein (2005: 3) en una de las definiciones más citada y empleada en el campo académico: “la financiarización se refiere a la creciente importancia de los intereses financieros, los mercados financieros y los agentes e instituciones financieras en el funcionamiento de las economías nacionales e internacional”. Pero para los fines que nos interesa resaltar, Medialdea (2010) es más precisa en cuanto a cómo el capital financiero tiene predominio en la economía, al afirmar que “el creciente protagonismo económico y político de la facción financiera del capital y, consiguientemente, su mayor capacidad para imponer sus intereses instaura lo que denominamos una lógica financiarizada” (Medialdea, 2010: 117).
El dominio del capital financiero se puede ilustrar con algunos datos de Palley sobre Estados Unidos de América, el corazón del imperialismo actual: la evolución de la deuda total del mercado crediticio entre 1973 y 2005, aumentó de 140 a 328.6 % del PIB, destacando que la deuda del sector financiero aumentó de 9.7 a 31.5 %, más rápido que la del sector no financiero. El desempeño de la deuda del sector no financiero por tipo de crédito fue: (1) el crédito revolvente creció significativamente más rápido que el PIB, pasando de 136.3 a 207.3 % del PIB y (2) el componente de la hipoteca que pasó del 48.7 por ciento al 97.5 por ciento del PIB –entre el 2000 y 2005, este creció más a prisa como reflejo de la burbuja de los precios de la vivienda en los Estados Unidos–; el crédito otorgado a los hogares y corporativo no financiero, el primero creció de 45.2 a 94 % y el segundo de 30.3 a 42.4 % del PIB, es evidente que creció más rápido la deuda de los hogares (Palley, 2007: 7).
Si observamos este fenómeno en América Latina veremos que, siguiendo a Cecilia Allamiy y Cibils (2017), la manifestación es más variada y amplia en los países de la periferia. Derivado de su análisis anotan que la financiarización opera por tres canales: “cambios en la estructura y operatoria de los mercados financieros; cambios en el comportamiento de las corporaciones no financieras y cambios en la política económica” (Allami & Cibils, 2017). Para estudiar este proceso proponen tres pistas: 1) las decisiones de inversión de las corporaciones no ?nancieras (las cuales cada vez más favorecen a la inversión en activos ?nancieros sobre la inversión productiva); 2) “cómo la disponibilidad de altos retornos en inversiones ?nancieras de corto plazo ha resultado en una caída en la inversión productiva y de su participación en el PBI. Los activos ?nancieros con altos retornos son en general el resultado de políticas monetarias de metas de in?ación o de emisión de deuda por parte de los gobiernos. En otras palabras, la política macroeconómica puede contribuir de manera importante a la ?nanciarización, impactando negativamente en el crecimiento y la sustentabilidad macroeconómicas”; y 3) en la transformación del sistema bancario y del sector financiero, esto para ellos significa que “las ganancias de los bancos se generan cada vez más por préstamos al consumo, por inversiones financieras y por servicios”.
Además, abordan cómo se financiarizan las economías en la periferia desde la perspectiva de la deuda, los commodities y el acrecentamiento de las reservas. En este sentido, resumen que “la globalización financiera y productiva han transformado las estructuras productivas de la periferia, generando un regreso a la dependencia en la producción primaria y exportaciones de bajo valor agregado que compiten sobre la base de reducir los costos laborales. Estas transformaciones han tenido como consecuencia un retorno a los ciclos de escasez de divisas, incremento del endeudamiento público, con crisis cíclicas y acumulación de reservas internacionales, con los costos e ineficiencias que ello implica” (Allami & Cibils, 2017). Visto, pues, desde la relación centro-periferia, el proceso de la globalización de la financiarización impone condiciones que frenan el desarrollo de las estructuras económicas, profundizando las condiciones de dependencia. Parte de esto es que “la capacidad del Estado de intervenir en favor del pleno empleo, la distribución del ingreso y el desarrollo de los mercados internos se ha visto signi?cativamente erosionada” (Allami & Cibils, 2017).
Es decir, a este proceso de financiarización se le puede catalogar como el retorno del capital financiero a la hegemonía de la conducción de la economía. El capital financiero es capaz de accionar los mecanismos productivos, comerciales o de otra índole, para garantizar la supervivencia del sistema capitalista a través de obtener plusvalía por diferentes mecanismos. Por ello, si bien ya poco se habla de imperialismo, en esencia, podemos observar que sigue existiendo como tal: monopolios que organizan la producción, capital financiero que domina al capital industrial y organiza los mecanismos de extracción de plusvalía a escala planetaria, en algunos países solo por la fuerza del mercado, en otros a punta de fusiles, pero sigue operando para garantizar la supervivencia del imperio.
A Lenin se le ha criticado mucho por caracterizar al capitalismo de hace ya más de 100 años como un sistema en su fase superior, porque a muchos hizo suponer que después de ello vendría el socialismo, pero no ha ocurrido así. Más allá de esa disputa, el análisis que hizo de la forma en que el imperialismo funciona fue acertada y sigue siendo, esencialmente, válido para los días que corren.
Hoy el imperialismo sigue vigente, con un mayor grado de monopolio, con nuevos métodos de apropiación de la riqueza social de los trabajadores de los países imperialistas y los países sojuzgados, con formas más refinadas para obtener la plusvalía, pero, en esencia, sigue siendo lo mismo: el modo de producción capitalista en su fase monopólica explotando al proletariado. Por ello, volver a entender y explicar la dinámica del capitalismo en su fase imperialista resulta útil, pues tal parece que se pretende velar lo que es realmente, cuando se le nombra con eufemismo, dejando en segundo término que es: un sistema de explotación.
*Con autorización del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
Bibliografía
Allami, C., & Cibils, A. (Mayo-Septiembre de 2017). Financiarización en la periferia latinoamericana: deuda, commodities y acumulación de reservas. Revista Estado y Políticas Públicas (8).
Chesnais, F. (Abril de 2003). La teoría del régimen de acumulación financiarizado: contenido, alcance e interrogantes. (1), 37-72.
Epstein, G. A. (2005). Financialization and the World Economy.
Guillén, A. (2015). La crisis global en su laberinto. Distrito Federal: Biblioteca Nueva-UAM.
Lapavitsas, C. (2016). Beneficios sin producción como nos explotan las finanzas. Madrid, España: Traficantes de sueños.
Lenin, V. (1975). El imperialismo fase superior del capitalismo. Pekin: Edición en lenguas extranjeras.
Hobsbawm, E. (1998). Historia del siglo XX. Crítica-Grijalvo, 1998.
Medialdea, B. (2010). Subdesarrollo, capital extranjero y financiarización: la trampa financiera de la economía brasileña.
Palley, T. I. (2007). Financialization: What It Is and Why It Matters. The Levy Economics Institute of Bard College, 1-31.
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