Los estragos que dejó el huracán Otis fueron debastadores para las familias que perdieron todo en el estado de Guerrero, aún cuando a través de las redes sociales se difunden principalmente imágenes que ilustran el desastre en las zonas turísticas más importantes del país, es evidente que los más afectados son los más pobres, aquellos que con años de sacrificio lograron levantar sus humildes hogares y que hoy no tienen nada. El costo económico del huracán aún está por determinarse, las autoridades no han sido capaces de contabilizar los daños ni poner en marcha mecanismos para ayudar a la población afectada. Esta tragedia es una evidencia más del impacto que tiene la crisis climática, provocada por las grandes industrias, en la clase trabajadora.
Los efectos del cambio climático han incrementado la frecuencia e intensificado la potencia de catástrofes naturales como huracanes e inundaciones; y su contraparte, sequías y olas de calor. De acuerdo con la investigadora del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Rosario Romero Centeno, es probable que el incremento de la temperatura de los océanos y la mayor capacidad de la atmósfera para contener humedad podrían estar haciendo que los huracanes sean cada vez más intensos y pasen de menor a mayor categoría en poco tiempo. Phil Klotzbach, investigador de la Universidad Estatal de Colorado, encontró que por cada grado centígrado que aumenta la temperatura de la superficie del mar, se producen un aumento del 7% en las precipitaciones cercanas a un huracán.
Así, desde hace años los científicos llevan años advirtiendo fenómenos meteorológicos fuera de “lo normal” que dejan a su paso tanto pérdidas económicas como humanas. Las sequías, las tormentas y las inundaciones, todos fenómenos relacionados con el agua, dominan la lista de catástrofes de los últimos 50 años, tanto en términos de pérdidas humanas como económicas, señala un análisis exhaustivo de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), México es uno de los 10 países de Latinoamérica con mayor riesgo catastrófico por fenómenos naturales. El 45% del territorio está expuesto a inundaciones, mientras que 40% está calificado como zona sísmica. La Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) calcula que las condiciones ponen en riesgo la integridad y propiedad de 77 millones de personas.
Con estos datos podemos concluir que nuestro país está expuesto a desatres naturales dado su localización, sin embargo, estos seguirán incrementándose tanto en cantidad como calidad dejando pérdidas económicas principalmente entre los más pobres.
Ante esta situación, es momento de que los gobiernos prioricen acciones y medidas tanto como para mitigar los daños, como para prevenirlos. Hay muchas maneras para hacerlo, pero se necesita principalmente voluntad política, conciencia, acción y presión social. Los actuales dueños del poder político no tocarán los de la clase poderosa, responsable en gran medida del desatre climático que vivimos. Hace falta un cambio, sin un modelo económico sustentable, que garantice el bienestar de toda la población y al mismo tiempo un mundo limpio y sano; las masas trabajadoras continuarán aportando su salud y sus vidas para alimentar el hambre voraz de ganancías de las grandes industrias.
Es necesario que el pueblo organizado, tome el poder político y ponga en práctica, una estrategia integral de protección al ambiente y los recursos naturales, regulando a las corporaciones empresariales, y aplicando los recursos necesarios del gasto público (y de las propias empresas) dirigida y operada por profesionales honrados y técnicamente competentes. Es decir, se necesita un gobierno popular que ponga los intereses del pueblo por encima de los del sector empresarial.
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