"No pude pasar el examen, fue mucho esfuerzo…¿qué quieres?"
"Me quedé en casa, la entrevista de trabajo me aterraba”.
“Voy a ver si mi profe me consigue algo”.
"Mi novia me dejó hace dos meses y me apeno ante mis compañeros”.
"Me duele la panza hace una semana, tengo mi examen de ingreso y no puedo ni pensarlo”.
“Ya estoy cansado de todo esto…necesito unas vacaciones rápido”.
Relatos de jóvenes que frente a las exigencias del mundo adulto y sin el amparo de sus mayores, no pueden enfrentar los conflictos del vivir y se ahogan en medio vaso de agua.
¿La buena noticia? Hay mucho por hacer, aún cuando sea de manera tardía.
¿En serio queremos educar a jóvenes sin herramientas? ¿De veras queremos crearles un mundo de ficción? ¿Es la idea llevar al mundo adulto a nuestros muchachos sin umbral de frustración, sentido de la responsabilidad y capacidad de decisión?
¿Queremos conscientemente vivir en una nube con el costo de que no puedan disfrutar la vida porque sin herramientas de afrontamiento, no pueden crecer, ni apropiarse del mundo adulto?
Por supuesto que la respuesta es un no rotundo. Ni padres, ni madres, ni profesores queremos tal cosa para nuestros hijos. Sin embargo, sucede; desde hace varios años y de manera creciente pasa; porque queremos que sean felices, porque no queremos que sufran, porque podemos darles más de lo que precisan, porque confundimos lo que piden con lo que necesitan.
Sucede, y ellos, nuestros jóvenes, empachados de confort, lo sufren mucho.
Evitar el sufrimiento: ¿hasta qué punto?
"Al tratarse de mis hijos, si es posible, que me duela todo a mí en vez de a ellos", así finaliza la canción del músico y compositor Sebastián Monk.
Y refleja a las claras el sentimiento de la mayoría de las madres y padres, que lo que menos quieren es que sus hijos sufran, que darían todo lo que tienen y lo que no para evitarlo; que asumirían en carne propia dolores, enfermedades y sufrirán para evitárselos a ellos. Pero no, no se puede. Los dolores tendrán que dolerles a ellos, los golpes deberán cicatrizar en sus cuerpos. Si no les enseñamos a sufrir, no les enseñamos a vivir. Y es triste, porque si sufren ellos; sufrimos nosotros, pero es así esta historia.
Quizás, lo más difícil de ser profesor sea esto, dejar que lo que tenga que pasarles lo resuelvan, que lo que tengan que sufrir sea parte de su vida.
En teoría, los maestros debemos ayudar a que nuestros jóvenes transiten el camino del crecimiento con la responsabilidad, la capacidad de decisión y de afrontar el dolor como principales armas y herramientas. De nada sirve si los padres y maestros salimos a cubrir y hacer todo lo que de jóvenes les va pasando; después crecen y quedan desvalidos. En teoría, no debemos ser pulpos.
Los padres piensan y actúan que cuanto más pequeño son, más tenemos que cuidarlos, luego, de a poco, muy de a poquito, debemos soltarlos; si se equivocan, aprenden, si se caen, se levantan; si se golpean, el chichón pronto sanará. Hablo de pequeños golpes, ¿se entiende, no? Más vale pequeñas magulladuras de niño que fracturas expuestas de grande.
Si lloras, te abrazo, te apapacho, pero el dolor es tuyo; no puede ser mío. No puedo darte hijo, todo lo que quisiera, porque algo te tiene que faltar, y tú tendrás que proveértelo. Si nada te falta no creces, no sales más de mi lado y yo quiero que vueles.
Palabras más, palabras menos, esto es lo que cualquier padre o madre le escribiría a su hijo desde el sentir. Sin embargo, lo que queremos para nuestros hijos es que sean felices, muy felices. Y como ese es el deseo principal hacemos todo lo posible para que eso se logre.
Hasta ahí todo en orden. Pero - siempre hay un, pero - ¿cómo queremos que sean felices si no les enseñamos a sufrir? Sí, suena duro, pero es así.
Una de las tareas más complejas de los padres y en la escuela es ayudar a los jóvenes que gestionen el sufrimiento. Sin sufrimiento no hay crecimiento porque en la vida se sufre. Y esta generación de padres y madres amorosamente tibios naufraga en ese punto. Vivimos en una ambivalencia entre querer ayudar a nuestros hijos, enseñarlos a ser responsables, a que sepan decidir en la vida; pero de nada sirve si lo hacemos sobreprotegiéndolos, cubriendo sus tareas, todas sus necesidades, sin importar si son reales o caprichos solamente, todo para que no sufran. Debemos entender que no podemos darles todo lo que quisiéramos, porque algo les tiene que faltar.
Creo sinceramente que todo esto ocurre y empieza desde la secundaria, pero se ahonda y es más vigente en el nivel medio superior y como Tamaulipas no escapa a esta realidad, es necesario reflexionar el tema; en ese sentido; espero ayudar en una segunda parte de este escrito.
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