El afán de ser populares de quienes viven de la política electorera es una obsesión. No es para menos, su popularidad es su peso político. Esta preferencia, desde luego, no tiene que brotar de un actuar ejemplar en la vida política, no, es suficiente la mera apariencia, la mentira o el maquillaje.
Los políticos quieren parecer más influencers (personajes de entretenimiento de las redes sociales) que estadistas, optan más por la comedia y los chistes facilones, que por razonamientos contundentes para gobernar mejor. Digámoslo de una vez, entretener no es gobernar, es mitigar la inconformidad social, producto de las consecuencias de la pobreza, en el amplio sentido de la palabra.
Pensemos: el desempleo, soportado por el subempleo o el comercio informal; la inflación provocada por la codicia voraz de los monopolios; la inseguridad, consecuencia del contubernio entre autoridades y delincuentes; el rezago educativo que perpetúa el desempleo y el atraso científico y tecnológico del país; la carencia masiva de servicios públicos (salud, infraestructura pública, escuelas.) ocasionado por un presupuesto para gasto social insuficiente y mal aplicado, entre otros problemas evidentes y cotidianos, ¿No serían razón suficiente para que estallara una rebelión social masiva, que tomara las calles y las plazas públicas del país? No ocurre porque el juicio crítico de los sectores afectados por estos problemas es prácticamente inexistente; la mayoría de la población carece de elementos necesarios para analizar las causas profundas de estos problemas, es decir, la mayoría de la clase trabajadora está despolitizada.
En este sentido, la despolitización es producto, lógicamente, del dominio ideológico que ejercen las clases sociales privilegiadas (empresarios, ricos…) sobre los sectores menos favorecidos; las instituciones del estado encargadas de educar y preparar los jóvenes inculcan esta justificación ideológica, así como el contenido de los medios de comunicación, aun en su formato de redes sociales, propagan ideas que despolitiza y entorpecen el juicio de los más pobres; la ignorancia, en conclusión, es la mejor herramienta para dominar y, por tanto, gobernar (someter) a las mayorías.
Un político mentiroso, obsesionado por los likes en su página de Facebook, es un distractor burdo. Sabemos que su interés no es construir una sociedad más equitativa, sus fines son más estrechos y egoístas: el enriquecimiento personal. Su ambición de tener fama y poder es tan gigantesca que, a veces, tienen que admitir que sí roban, pero que también quieren ayudar a los demás.
Y la gente, apoltronada por su conformidad y desmovilización política, lo admite: “que nos dé, aunque sea algo, otros no daban nada”. Otros: “no soluciona el problema de la inseguridad, pero por lo menos nos trajo el baile gratis”.
Es decir, la exigencia a los gobernantes se atenúa, hasta casi consentir su incompetencia a cambio de espectáculos deslumbrantes. Se trata de una clase trabajadora que ha renunciado a sustituir a este grupo de oportunistas en el gobierno del país que no quiere tomar las riendas del poder, que espera que la solución del desempleo, por ejemplo, sea tarea de otros, como si el arreglo de los problemas los tuviera un sujeto iluminado, un redentor o redentora, un padrino y que las masas, agradecidas con su pastor, solo tuvieran la tarea de comportarse como un club de fans.
Sin embargo, repito, esta postura apolítica de las masas no es culpa de ellas mismas; es el condicionamiento en la que fueron encasilladas por el modo de producción capitalista: mano de obra sojuzgada mentalmente, para ser mejor explotada. De ahí que los movimientos sociales que aspiren a terminar con la miseria de las masas trabajadoras no deben atenerse a reírse de la manipulación del populacho, de su ignorancia, debe tomar en sus manos la tarea de educar políticamente a esas mayorías, explicarles pacientemente las raíces profundas de su penuria, organizarlas y enseñarlas a luchar contra sus opresores disfrazados de payasos. La bufonería ya lo hace Morena y sus correligionarios disfrazados de rojo o verde. Lo de educar, sólo lo ha hecho, por varias décadas, el Movimiento Antorchista, aunque esto le pese a nuestros aberrados detractores. Que conste.
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