En una colaboración anterior, decía que una de las consecuencias de la pandemia entre la juventud y que el regreso a clases presenciales puso al descubierto, es el hecho de que volver a la disciplina que exige esta modalidad, fue un verdadero sufrimiento para muchos. El confort y la protección de los padres, las nuevas normas sociales y el aislamiento de la realidad; circunstancias aumentadas durante el periodo de clases virtuales, creó intencionalmente o no, a una “generación de cristal”.
La necesidad de contar con aparatos inteligentes, sobre todo tabletas y teléfonos; provocó la indiferencia y desinterés en lo básico; por ejemplo, en recabar información en la biblioteca o en monografías en las papelerías. Contrario a eso, hoy varios alumnos lo usan para hostigarse entre ellos, de manera sexual o con mofa a través de las redes sociales, además de pasar horas en juegos “gratuitos” en sus dispositivos.
Lejos quedaron los tiempos cuando toda convivencia se vivía en el momento con pláticas, comidas y reuniones, de manera sana; ahora se juntan para estar con su teléfono en mano, no muestran interés ni en ellos mismos.
La pandemia fue un periodo donde creció la industria de la manipulación como nunca antes, un incremento de ocultación y enajenación mental. Programas de televisión expresamente dirigidos a esta masa de población en los que se vende un patrón de belleza y comportamiento que sería denunciable en una sociedad moralmente avanzada. Música en la que se nos intenta inculcar el consumo de drogas como algo normal; películas y videojuegos que intentan programar mentalmente nuestro comportamiento social, nuestras relaciones de pareja, nuestros hábitos de consumo y nuestra actitud ante la vida.
El mensaje siempre es: “tú pásala bien, drógate, bebe, sal de fiesta y no te preocupes de nada. No pienses. No leas”. Cierto que salir de fiesta, socializar es algo inevitable y debemos hacerlo; pero no puede ser lo que domine nuestra vida; el futuro no se decide en un antro, escuchando a Peso Pluma o a Bad Bunny; delante del televisor viendo el fútbol o con un videojuego que sólo incita a la violencia.
Se decide cambiando la forma de comportarnos, luchando por un presupuesto suficiente para la educación, que alcance para elaborar programas de estudio serios e integrales, para que todas las escuelas tengan infraestructura, dedicando recursos al estímulo de los docentes y estudiantes; que luego de egresar se enfrentan a la terrible realidad de no culminar sus estudios o no encuentran un trabajo digno y bien remunerado.
Los jóvenes, tienen la gran tarea de generar un proceso transformador de nuestra realidad para combatir toda esa industria de consumo y espectáculo pensada para manipular nuestro comportamiento.
Si hacemos una encuesta sobre historia, geografía, literatura, o incluso, deportes, entre la población de 16 a 30 años, veremos que la realidad es muy cruda. Seamos serios, ¿cuántos libros leemos en un año?, ¿qué sabemos de la historia, economía y demás aspectos de nuestro estado?
Y es que no sólo estamos manipulados, nos han enajenado nuestra realidad social como grupo. Todos, pero en especial la juventud, no sabe dónde vive, no tiene referentes culturales y académicos propios que le permitan poner una barrera ante la globalización cultural. A la juventud le han robado su identidad como grupo social.
No es casual eso; los partidarios del sistema de cosas actual en nuestro país, tienen miedo. Tienen miedo de que un día esa juventud despierte y, ante el impulso rebelde que la edad les da, arrasen con todo lo establecido. Tienen miedo de que el joven deje de callar y empiece a reclamar lo que es suyo, lo que legítimamente le pertenece. Tienen miedo de que lleguemos a la conclusión de que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, como decía Salvador Allende.
Por eso aplaudo y reconozco la labor que hace la Federación de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” y el Movimiento Antorchista en pro de un nuevo modelo educativo.
Creo que la tarea de todos, pero en particular la del docente, es devolverles a los jóvenes ese espíritu combativo, esas ganas de cambiar el mundo, de transformar la realidad de nuestro país; es nuestro deber moral, sabiendo que nos ha tocado vivir este momento histórico, tan vacío de contenido, tan vacío de realidad, tan falto de juventud, con todo lo que la palabra en sí mismo implica.
Si bien este fenómeno es más recurrente entre los jóvenes de secundaria y nivel medio superior, no significa que sean los únicos, pues también lo vemos en grupos de edad de entre los 18 y 30 años; y es de reconocer que existen excepciones, dignas de admirar, que todos los que estamos comprometidos con la educación debemos imitar y ayudar a -como dije en una colaboración anterior- que la juventud entienda que esa fragilidad, la de “cristal” como le llaman coloquialmente; se transforma cuando empezamos a hacer las cosas como corresponden. Esa es la meta que todo buen mexicano debe tener en mente.
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