El General Francisco Villa firmó su rendición ante el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, el 28 de julio de 1920, en Sabinas, Coahuila. Retirado a la vida privada, sin estar levantado ya en armas, el 20 de julio de 1923 muere cobardemente acribillado en Hidalgo del Parral, Chihuahua, a manos de un grupo de sicarios organizado por Melitón Lozoya y Jesús Salas Barraza, enemigos personales de Villa y, al mismo tiempo, instrumentos asesinos del poder.
Según algunas versiones, detrás del asesinato de Francisco Villa se encontraban algunos de los hombres más acaudalados de la región, quienes no veían con agrado la competencia que para sus negocios e intereses políticos representaba el proyecto económico y social villista en la exhacienda de Canutillo.
Otras versiones apuntan al entonces gobernador de Durango, José Agustín Castro, quien veía en Villa a un peligroso competidor político, y al general Joaquín Amaro, en esos momentos jefe de la tercera zona militar, quien estaba al tanto del complot que se organizaba. Pero, dada la probabilidad de que Villa se sumara a una posible rebelión en apoyo a Adolfo de la Huerta, en contra de la carrera política del general Plutarco Elías Calles, y dada la gran simpatía popular con lo que aun contaba, existen versiones que apuntan al propio gobierno, encabezado por Álvaro Obregón y por Plutarco Elías Calles, este último candidato oficial a la presidencia de la República, como implicado en el asesinato o como el principal organizador del crimen en contubernio con el gobierno yanqui, encabezado entonces por Warren Gamaliel Harding, quien, debido al poderoso sentimiento antiestadounidense que prevalecía en Villa, habría puesto, como condición para que los Estados Unidos (EE. UU.) reconocieran al gobierno de Obregón, la ejecución del Centauro del Norte. Según esta versión, pues, el asesinato en cuestión fue un crimen de Estado que simbolizó, junto con el asesinato de Zapata, la derrota del pueblo mexicano en la revolución.
En el aniversario 99 de su muerte, quiero destacar tan solo algunas cosas que han hecho que el General Francisco Villa siga viviendo en la mente y en el corazón de los pobres de México.
Él y Pascual Orozco, quien después se apartaría del maderismo, ante la indecisión de Francisco I. Madero, forzaron la toma de Ciudad Juárez, en mayo de 1911, con lo que se provocó la caída del dictador Porfirio Díaz. Después de los arteros asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, durante la decena trágica, ordenados por el asesino Victoriano Huerta, en complicidad con el embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, se une Francisco Villa a las fuerzas que repudiaban al usurpador y al paso de seis meses logra unificar las fuerzas revolucionarias de la región norteña del país y ponerse al frente de la famosa División del Norte, ejército popular y revolucionario, compuesto por trabajadores urbanos, artesanos, jornaleros agrícolas, pilar indiscutible en la guerra contra el ejército huertista, protagonista de grandes batallas que condujeron a la toma de plazas tan estratégicas como Torreón, Ciudad Juárez, Chihuahua y Saltillo.
Muchos historiadores y estudiosos del tema consideran que fue la toma de Zacatecas por parte de la heroica División del Norte, el 23 de junio de 1914, la que rompió la columna vertebral del ejército de Huerta, quien semanas después renunciaría y huiría del país, dejando el camino a la Ciudad de México totalmente desbrozado para la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias.
Francisco Villa, como gobernador de Chihuahua, demostró una gran capacidad administrativa; restableció el orden público (en aquel entonces John Reed afirmaba que Chihuahua era más segura que Nueva York); abarató los artículos de primera necesidad; liberó a la frontera de Ciudad Juárez del cobro de aranceles para que los productos extranjeros se vendieran más baratos; emitió papel moneda para facilitar el comercio; confiscó los bienes muebles e inmuebles de grandes potentados terratenientes como Luis Terrazas e hijos y los hermanos Creel, entre otros, en favor de los huérfanos y viudas de la Revolución; prometió que, una vez acabada la guerra, entregaría a sus legítimos dueños y a sus soldados revolucionarios, las tierras y haciendas confiscadas; abrió el Instituto Científico y Literario e hizo construir más de 50 escuelas en su breve período de gobernante.
Ya retirado, en la ex hacienda de Canutillo, Villa implementó una especie de socialismo, de trabajo productivo comunal, en provecho de los mismos trabajadores, con educación para todos los niños y jóvenes.
En la revolución, el General Villa representaba la parte más avanzada y revolucionaria, porque representaba a los mineros, a los ferrocarrileros, al pueblo trabajador asalariado del norte; por eso, cuando gobernó, lo hizo principalmente para el pueblo humilde de Chihuahua. Villa era la vanguardia de la Revolución, por eso era más radical, más enérgico y más decidido en la lucha.
Las masas populares de la Revolución Mexicana tuvieron en Villa y en Zapata a sus legítimos y auténticos representantes. Los asesinatos políticos de ambos líderes, fueron el símbolo de la derrota momentánea de las fuerzas populares del país. La derrota de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur, la muerte de Villa y Zapata, constituyeron y siguen constituyendo, para los pobres de México, una verdadera tragedia nacional que hay que asimilar con entereza para concientizarnos, organizarnos, levantarnos como un solo hombre y, dirigidos por una vanguardia científicamente educada y probada al fragor de la lucha, construyamos un México libre de explotación, de pobreza, de injusticias y de ignorancia, que era el sueño del General Francisco Villa.
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