Un mundo maravilloso, un país de fantasía es lo que han mandado a construir los magnates mexicanos. Para ello, han encargado a sus servidores en el Gobierno que desplieguen todo su potencial mediático, sin escatimar esfuerzos ni preocuparse por los límites que las leyes pudieran ofrecer, para crear una realidad ficticia, en la cual, el pueblo trabajador, permanezca eternamente en el universo onírico.
En el México real, el que está formado por millones de personas que luchan cada día contra las adversidades para llevar el alimento a su casa, las cosas son diferentes, no coinciden con el cúmulo de discursos y recursos propagandísticos que se empeñan en hacernos creer que vivimos en ese país de ensueño.
El golpe demoledor de la realidad demuestra la inviabilidad de un proyecto planificado por los ricos e implementado por sus cómplices en el Gobierno.
La dolorosa realidad que viven más de cien millones de mexicanos demuestra todo lo contrario: la única fantasía es el proyecto de Gobierno morenista llamado cuarta transformación.
En ese quimérico país surgido del bondadoso pensamiento del redentor, primero son los pobres. En el México real eso es falso.
Las fortunas de los grandes magnates se incrementaron durante el sexenio que terminó. De acuerdo con los datos del portal de noticias Bloomberg, en México, los millonarios han incrementado su riqueza 82.5 % entre diciembre de 2018 y marzo de 2024, mucho más que los ricos en otras partes del mundo, los cuales lo han hecho en un 78 % en promedio.
El salario mínimo actual, incluido su incremento, que en término medio es de 248.93 pesos, es lo que un trabajador puede llevarse al día después de su jornada laboral, mientras que uno de los millonarios mexicanos, Carlos Slim, gana más de 20 millones de dólares, o sea, 380 millones de pesos en el mismo lapso de tiempo.
Los datos oficiales del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), reconocen que la pobreza extrema creció de 8.7 a 9.1 millones de personas durante el periodo de 2018 a 2022, lo que representa un incremento de 7 a 7.1 %, mientras que aquellos otros datos que ofrece Julio Boltvinik y que el gobierno no quiere reconocer, señalan que, de los 130 millones de mexicanos, el 77 % se encuentra en la pobreza o pobreza extrema. Este porcentaje equivale a 100 millones de mexicanos que viven bajo esas condiciones económicas.
La precaria situación económica de la mayoría de los mexicanos no sólo se ve en los datos, sino que se siente en la humanidad de los que menos tienen, no puede ocultarse el enorme crecimiento de la desigualdad ya que, mientras la pobreza extrema se agudizó durante este sexenio, los grandes millonarios del país, incrementaron sus ganancias en un alto porcentaje.
El lema del Gobierno “Por el bien de México, primero los pobres” no sólo quedó en entredicho, sino que es una expresión que no estuvo acorde con la realidad, o sea, no logró pasar el criterio de la verdad y por tanto es falso. No fueron los pobres el sector privilegiado de la sociedad, sino los ricos.
En el país de ensueño cimentado en las nubes por las elucubraciones y los buenos deseos de ese grupo de aventureros que abusaron de una patria desprevenida, no se contrata deuda externa para no dañar a los habitantes.
En el México terrenal, el de los millones que trabajan en la informalidad porque no encuentran otra alternativa, eso es una mentira; el Gobierno sostuvo que no endeudaría al país con la solicitud de préstamos a los organismos internacionales; sin embargo, en junio de 2024, los medios de comunicación (Infobae, 10 de junio de 2024), informaron la aprobación del Banco Mundial a México, de un “nuevo préstamo de 1,000 millones de dólares”, monto que supera los 700 millones solicitados por el país en 2022 y también en 2023.
Esta información revela aún más: 2024 no fue el único año en que el Gobierno solicitó préstamos a los organismos internacionales, aquellos que el mandatario de entonces llamaba neoliberales; también se pidió dinero a nombre de los mexicanos en los dos años anteriores sin que los responsables informaran a la población en la misma medida en que se ha hecho publicidad de otras acciones de Gobierno.
El pago de esa deuda contraída absorbió, durante el último año, el 15 % de los ingresos del Gobierno. En sexenios anteriores sólo se utilizaba el 10 % para cubrir esa deuda.
Las compañías especialistas en temas crediticios como Moody’s señalan que el Gobierno mexicano gasta más pagando esos préstamos que invirtiendo en infraestructura. Señalan, además, que, durante 2023, la carga de la deuda del gobierno representó el 40 % del Producto Interno Bruto (PIB) y se espera que en 2025 supere el 45 %. Casi la mitad del PIB se utilizará para el pago de préstamos económicos que no benefician a los mexicanos pobres.
Lo que complica más la situación es el casi nulo crecimiento económico, que en términos generales fue de 0.81 % durante los seis años de este Gobierno morenista, situación que obligará al nuevo a realizar recortes económicos (ajustes le llaman ellos), que perjudicarán aún más la calidad de vida de la población, ya que hasta los apoyos directos que hoy se distribuyen a ciertos sectores específicos para la compra de conciencias serán insostenibles.
La educación en este país fantástico que vive en la imaginación de los que se autonombran la esperanza de México es “mejor” que en sexenios anteriores.
En el México de los niños que arriesgan su vida y su salud en los cruceros por unas monedas que lo representan todo, la matrícula de estudiantes a nivel nacional, se redujo en más de un millón 600 mil estudiantes, desaparecieron las 25 mil escuelas de tiempo completo afectando a 3.6 millones de estudiantes de sectores vulnerables.
Asimismo, disminuyó la inversión del Gobierno, pues se invirtió únicamente el 2.7 % del PIB, cuando en sexenios anteriores se aplicó el 3.2 % y, el aprendizaje promedio de los estudiantes, retrocedió a niveles de hace 20 años.
El golpe demoledor de la realidad demuestra la inviabilidad de un proyecto planificado por los ricos e implementado por sus cómplices en el Gobierno.
Ese país próspero en el que las familias trabajadoras tengan la posibilidad de disfrutar de mejores condiciones de vida, de salud, educación de calidad y bienestar social, no se construye en la fantasía; no puede surgir de la imaginación de ningún advenedizo; no puede levantarse sin considerar las relaciones objetivas que existen en el seno del sistema de producción vigente de nuestro país.
Es necesario que ese país lo construya la única fuerza capaz de hacerlo, el pueblo. Para ello es indispensable que conozca a profundidad la realidad económica y política en la que se encuentra, que identifique las vías de lucha para superar el estado actual y que se decida a unirse y organizarse.
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