Dice Alejandra Moreno Toscano, en la Historia mínima de México, que referente a la conquista de Mesoamérica, durante los años posteriores a ésta, la corona española dejó que los participantes en ella se resarcieran de los gastos ocasionados a su propio pecunio en caballos, armas y pertrechos mediante la apropiación de tierras e indígenas mediante mercedes, encomiendas, etcétera, convertido aproximadamente el 10 por ciento de los conquistadores en verdaderos acaparadores, dueños de vidas y haciendas, sometiendo a la población prácticamente a esclavitud, aunque ya en Europa estaba más que desarrollado el periodo feudal; pero en cosa de medio siglo, nombrando a su representante en las tierras americanas en la persona del virrey, la corona sometió al orden cosas y personas, asentando el modo de producción vigente. Mismo que, ya para finales del Siglo XVIII, estaba tocando a su fin y llegaba el capitalismo al poder.
La guerra de independencia fue una gesta heroica encabezada fundamentalmente, en sus inicios, por los criollos ilustrados inconformes con el trato que la corona les dispensaba porque los veía con desconfianza, pues, aunque españoles de sangre, se creía que pudieran inclinarse a causas ajenas a los intereses de España por amor a su tierra de nacimiento, y los privaba de puestos de poder y de ciertos privilegios económicos. También hubo peninsulares inconformes porque llegaron a la Conquista, pero en vez de acumular la riqueza esperada, tuvieron que desempeñar los oficios que ya ellos o sus padres desempeñaban en el viejo continente como de herreros, talabarteros, carpinteros, etcétera.
Podemos decir, incluso, que se intentaba modernizar a la Nueva España, y poner a tono con los cambios que se venían operando en el mundo, pues recordemos que para 1810 ya tenía dos décadas de realizada la Revolución Francesa, ícono de la toma del poder político por parte de la nueva clase dominante, la burguesía, en contraposición a los grandes terratenientes de la nobleza encabezada por los reyes y príncipes de los estados feudales.
Así lo requerían las circunstancias pues hora el valor tomaba cuerpo más que en la tierra en las mercancías y en su equivalente general por excelencia, el dinero. Se habían independizado ya, también, las trece colonias de Norteamérica del imperio inglés, mismas que con aviesas intenciones apoyaron la independencia de nuestro país, para que más tarde pudieran expandir su territorio a costa del nuestro ya independizado del imperio español.
El padre Hidalgo inició la guerra con el loable propósito de favorecer la patria, pero no consumó la independencia nacional pues, aunque tuvo la oportunidad de hacerlo cuando triunfante en la batalla del Monte de las Cruces sobre el ejército realista pudo entrar victorioso a la Ciudad de México y ajustar las cuentas con los gachupines, tal como se lo aconsejaba Aldana, que era militar de carrera, y a lo cual no accedió por temor al desbordado furor del peladaje en armas, prefirió rodear por Aculco donde empezaron las derrotas y las desgracias de las que ya no pudo reponerse el ejército Insurgente; con el desenlace en la prisión y fusilamiento en la ciudad de Chihuahua del padre de la patria.
Tampoco la consumó su “heredero” y continuador don José María Morelos y Pavón, clérigo pero también reconocido genio militar que quedó demostrado en campaña, el cual no sólo obtuvo resonantes victorias sino que además plasmó por escrito el acta de la independencia en el Congreso de Chilpancingo y, posteriormente, para proteger al Congreso constituyente de Apatzingán en su travesía hacia Tehuacán, Puebla, fue hecho prisionero en las riberas del río Balsas en el estado de Guerrero, y posteriormente juzgado y fusilado también; acabado prácticamente así el periodo más álgido y representativo de la guerra de independencia, sobre todo por los más claros defensores de los derechos del pueblo.
Don Vicente Guerrero, que había quedado al frente de la insurgencia, aunque diezmada y un tanto marginal, tuvo que pactar con Agustín de Iturbide, nombrado a la sazón general de un ejército que representaba en realidad los intereses de los monárquicos españoles y criollos de la nueva España, que vieron en la independencia nacional la forma de salvar sus privilegios porque en la “madre patria” la guerra napoleónica había hecho prisionero al rey español y se había nombrado un Congreso constituyente (las cortes de Cádiz) que resultó más proclive al nuevo régimen burgués, que otorgaba “libertad” al pueblo, que al rey y el estado feudal. Iturbide hace preso al virrey O’ Donojú, que venía en sustitución del depuesto Iturrigaray y se le obliga a firmar el acta de independencia, 11 años después del inicio de la gesta heroica encabezada por el cura de Dolores.
Los pobres y desarrapados, los indios y demás castas que por más de 250 años fueron vejados, desposeídos, y explotados, siguieron a Hidalgo, a Morelos y a todos los heroicos insurgentes con la esperanza de alcanzar con su lucha una sociedad y una vida mejor para ellos y sus familias, pero la vieron desvanecerse poco a poco conforme pasó el tiempo y sus representantes, que cuando menos teóricamente eran partidarios de su causa, iban cayendo.
Y hoy, a más de 200 años de iniciada esa lucha, y pasadas también la Reforma y la Revolución, y después de tantas promesas incumplidas a los mexicanos, seguimos pendientes de una verdadera y real independencia que haga soberano al pueblo, así como de la solución de raíz a las necesidades de la gente, que sólo podrán llegar cuando el pueblo pobre organizado y consciente llegue al poder y transforme la estructura económica, como lo enseña la historia, y el conocimiento de las leyes de su desarrollo.
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