Con motivo del “corte de reata”, de la Feria Expo Ganadera de Sonora, apareció el pasado viernes 21 de abril en el diario Expreso una noticia titulada “Exporta Sonora 45 por ciento de carne porcina de México”, que informa que la Asociación de Exportadores Mexicanos de Carne de Cerdo reportó que Sonora aportó 200 mil toneladas de esa carne en 2022. La nota no dice cuánta carne de cerdo comen los sonorenses, pero sí dice que los mexicanos apenas comen 20 kilos de cerdo al año, cuando que en Asia comen hasta 40 kilos, y la presidenta de la asociación hace el llamado a que se consuma más carne porcina, eso sí, mexicana.
Otra nota del mismo diario, pero de casi un año antes, el 19 de mayo de 2021, da cuenta de que, “el consumo de carnes rojas por persona al año en Sonora es de 16.5 kilogramos, esta cifra se ha mantenido en los últimos años, informó la Comisión Estatal de la Carne Sonora (CECS)”; y añade el reportero que la escribe que la “cantidad que es muy alta a comparación de otros estados, por esto, especialistas recomiendan un consumo moderado para evitar enfermedades futuras”.
Cita a nutricionistas y nefrólogos que invitan a cuidar el consumo de estas carnes por los problemas de salud que acarrea. No aclara cuánto consumo es de carnes embutidas, pero el Consejo Mexicano de la Carne (comecarne.org, “La industria de las carnes frías en México”), afirmó en 2020 que el consumo promedio anual por mexicano es de 8 kilos de salchichas, jamones y otras carnes frías.
Anualmente, el sector elabora más de un millón de toneladas de esos productos con un valor de 41,500 millones de pesos, lo que representa el 23 por ciento de la industria alimentaria y 32 por ciento del PIB agropecuario.
Así, pues, unos especialistas en salud nos dicen que consumir 16.5 kilos de carnes rojas (entre las cuales está la de cerdo) es muy alto, mientras que a los que les urge venderla nos invitan a comer hasta 40 kilos por sonorense, tan solo de cerdo. El capitalista hace un gigantesco show propagandístico y grita “come carne de cerdo, come, come”, mientras el médico nos alerta.
El capitalista que produce y vende carne de res, aunque la compre en el extranjero — “Sonorenses consumen 70 por ciento de carne extranjera: UGRS”, nota del mismo diario, pero del 4 de febrero de este año— rompe el récord Guinness con la carne asada más grande del mundo, llevada a cabo en Hermosillo el pasado 27 de febrero, con cinco toneladas de carne asada simultáneamente por más de dos mil parrilleros y le dice al mundo “come carne de res, come, come más”.
Los especialistas en nutrición nos enseñan que los alimentos como la soya y las legumbres pueden prevenir enfermedades cardiovasculares, cancerosas y otras; no dicen que dejemos de comer carnes rojas, pero sí sustituir una porción de carne roja a la semana por otra proteína, cambio de dieta que detiene en un 62 por ciento el desarrollo de enfermedades renales. Cuando el nutricionista habla al capitalista ganadero le da indigestión.
Así, al capitalista productor o importador de carnes no le importan mucho las consecuencias en salud —sobre todo para los riñones—, lo que quiere es que se consuma su producto, y entre más mejor: vender, vender, vender, y ganar, ganar y ganar. Así de simple es la filosofía ganadera, claro, pagando bajos salarios a todos sus trabajadores y, sobre todo, haciendo más grande la brecha entre lo poco que les paga y lo mucho que generan, que es de lo que los ricos se apropian.
Así que, según el mito, los sonorenses comemos en promedio más carne que todos los mexicanos. Pero a poco que lo piense e investigue uno, se dará cuenta de inmediato de que la carne para el grueso de los sonorenses no es accesible, porque no les alcanza para comprarla e incluirla en su mesa semanalmente —si acaso, salchichas, winis les decimos en Sonora y, para completar la dieta de proteínas, otro producto agropecuario por excelencia, controlado por la clase rica: el huevo, cuya sola mención pone a temblar a los riñones y a los bolsillos, porque no deja de subir de precio.
Según el maquillaje del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), de tres millones de sonorenses que éramos en 2020, sólo un millón no eran pobres. Hablando sin rodeos, tenemos en Sonora, seguro, al menos dos millones de gente pobre, y una parte en pobreza extrema: 104 mil sonorenses. Ser pobre significa no tener suficientes condiciones para vivir dignamente, o sea no tener empleo o tenerlo con un mal salario, no tener salud, educación, vivienda ni digna ni propia —regularmente irregular—, infraestructura urbana y rural, etc., y, desde luego, no comer bien, características sociales todas ellas de la clase proletaria y otros sectores humildes de la población. Así que el sueño capitalista de que la gente compre y coma carne hasta hartarse es irrealizable, pero no está en la naturaleza mental del capital incrementar los salarios para que la gente tenga con qué, al contrario.
¡Vaya pantano que han creado con su sistema social! Ni mil expos compondrán esta debacle ¡Y su presidente de la república sigue desmantelando a la única organización social que podría contrarrestar esta tendencia de muerte: ¡el Estado! Que destruya AMLO lo que todavía servía a los humildes de las instituciones y leyes, usted limítese a consumir.
Respecto a los que sí pueden comer carne hasta la saciedad, hay que recordarles que en Sonora hay 33 nefrólogos registrados, según los datos que proporciona el Consejo Mexicano de Nefrología —casi todos limitados a Ciudad Obregón y Hermosillo—. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) debería haber 20 especialistas del riñón o nefrólogos mínimo por cada millón de personas, es decir, nos faltan 27, casi la mitad. Hacerse un tratamiento de hemodiálisis cuesta al año 250 mil pesos; uno de diálisis 180 mil y un trasplante de riñón anda en 120 mil, sin contar con los gastos de hospital, medicamentos y traslados. ¡Buenos negocios! Ello está totalmente fuera del alcance de la mayoría de los sonorenses, porque los servicios médicos se tratan fundamentalmente como mercancías, no como un servicio social humanista.
Se puede apreciar, pues, que para el millón de sonorenses no pobres (de ser ciertas las cuentas del Coneval) estamos sobrados de nefrólogos. Su cantidad responde claramente a la demanda probable en el mercado médico. Para los dos millones de sonorenses pobres, que se aguanten con sólo 13 especialistas. Eso sí, que se atiborren de carne cada que puedan, “bajo su responsabilidad”, con winis, otros embutidos y huevos hasta que sus cuerpos colapsen, pero que luego no vengan a las clínicas públicas a pedir atención porque ni hay suficientes especialistas, ni tenemos camas suficientes, ni medicamentos gratuitos, ni presupuesto para resolverlo, a menos que quieran hacer el gasto… o que se esperen a que AMLO cumpla las promesas de tener un sistema de salud mejor que el de Dinamarca antes de que termine su sexenio, en un año y medio. ¿Qué es imposible racionalmente formar en tan corto tiempo la enorme cantidad de especialistas en todos los campos médicos que requiere el país para lograrlo? ¿Y eso qué? ¿Qué es imposible construir en ese mismo tiempo la gigantesca infraestructura médica y educativa que se requiere? ¡Y a quién le interesa eso! ¡Usted créale a AMLO, aunque diga engaños e insensateces!
Usted siga siendo buen sonorense, siéntase orgulloso de su cantina, perdón, expo feria, ¡consuélese, ya tiene el primer lugar mundial en carne asada! Y si le duelen los riñones, aguántese, no sea chillón, no se organice, no luche, no denuncie, no piense.
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