Debo reconocerlo como un completo error, creí que la frase: “En una guerra la primera víctima es la verdad” era un cliché, pues no, hasta el momento ha sido lo más acertado del mundo. No quiero cometer el error de adjudicar estas palabras a un autor que no me consta, en los últimos días he encontrado esta frase asignada tanto a Esquilo como a Assange, a personajes de la diplomacia o de la ficción literaria. Prefiero reconocer que he sido víctima, con este ejemplo y muchos más, de la terrible infodemia y desinformación.
En mi artículo anterior hablé en aspectos generales del fenómeno de rusofobia creado en las últimas semanas en torno a todo lo concerniente a Rusia, los medios y su gente. Me parece algo alarmante, claro, pero que sin duda no es nuevo, y de lo que sin duda podemos encontrar antecedentes más claros y contundentes en la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Quiero repetirlo nuevamente, el ambiente de rusofobia es un peligro alarmante, un terror vivo, algo brutalmente peligroso.
Da pena acudir a ejemplos históricos tan avergonzantes, pero es necesario.
En 1935, en Alemania, los judíos habían sido excluidos paulatinamente de la vida social mediante las leyes de Núremberg, leyes abiertamente antisemitas que excluían a la población judía de la convivencia, actividades y derechos humanos elementales; mediante un catálogo de etiquetas se detallaba meticulosamente a quién se consideraba judío pleno, medio judío, judío mestizo de primer grado, de segundo grado, etc.
Poco antes de la guerra, a Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich, se le ocurrió la idea de "hacer visibles para todos" a los "enemigos internos" de Alemania. Fue tras la "Noche de los cristales rotos', en la que fueron atacadas sinagogas y negocios judíos en toda Alemania, en noviembre de 1938, Heydrich escribió: "Facilitaría mucho las cosas si cada judío definido por las Leyes de Núremberg llevara cierto tipo de insignia". Lo único que facilitó fue la localización de los judíos y su posterior traslado a campos de concentración. Y no sólo en Alemania.
Al inicio de la guerra, en 1939, los judíos de la ocupada Polonia fueron obligados a llevar un brazalete blanco con una estrella azul. Con la ocupación de cada vez más países, los nazis introdujeron este macabro etiquetado obligatorio en más países.
Ya posteriormente, en 1941, el ministro de Propaganda, Josef Goebbels, propuso la idea a Hitler de un identitario más fácil de reconocer con las siguientes instrucciones: “La estrella de seis puntas, del tamaño de una mano y hecha de tela amarilla con la inscripción en negro 'judío' deberá ser visible portándose cosido a la izquierda del pecho". Quedó para los judíos "prohibido aparecer en público sin mostrar la estrella judía". Quien la tapara se enfrentaba a las represalias de la Gestapo, que incluso revisaba meticulosamente el desgaste del tejido.
Me refiero brevemente a lo anterior por una angustia y preocupación sincera de mi parte. Hace unos días me referí, y sobre todo, me solidaricé con los periodistas de la cadena multimedia Russia Today y Sputnik News, ante las medidas que las redes sociales occidentales habían estado adoptando en contra de ellos. Repentinamente, decenas de periodistas de los medios antes mencionados aparecían con sus nombres de usuario, sus fotos, y un añadido más, una etiqueta debajo de ellos con la inscripción: “Medios afiliados al gobierno, Rusia”. Al transcurso de los días eso no bastó, pues cada información proveniente de los medios RT o Sputnik era señalada en Twitter con una inscripción en inglés que decía: “Mantente informado. Este tuit está enlazado a un sitio web afiliado al gobierno de Rusia”. En ninguna parte se hace alusión a que el contenido o las figuras políticas habían sido refutados por verificadores oficiales, no, la única mención, era la nacionalidad de la que provenía esta fuente de información.
Y es que si de difusión de noticias falsas se tratara, miles de televisoras y sitios web ya deberían haber sido prohibidos, o por lo menos señalados como difusores de noticias falsas, pero no, la batalla no es contra la desinformación, sino contra la información del enemigo público número uno del mundo: Rusia. Estamos nada más y nada menos que ante una hoguera moderna, o si se quiere llamar así, ante una nueva inquisición, una modernización de la estrella de David diseñada por Goebbels.
Hoy no se señala a los enemigos de guerra o a la raza contraria con una estrellita de tela amarilla, no, ahora se usa una etiqueta de filiación rusa, esa es la nueva puerta al linchamiento a los rusos, y ojo, no solo a ellos. En recientes días, mi compañero Adrián Pablo publicó a través de varios medios y páginas de Facebook su opinión, titulada “Hombres, estad alerta”, un artículo donde entre su contenido se detallan algunos puntos medulares para entender el contexto en que hoy sucede el conflicto en Ucrania, pero, además, se acude al ejemplo del periodista checoslovaco Julius Fucik como un brillante ejemplo de los riesgos a los que se enfrentaba un periodista comprometido con las causas de su tiempo. Ironía más grande no pudo haber. Al escrito ampliamente difundido a través de la página de Facebook de la Casa para Estudiantes de periodismo Hermanos Flores Magón apareció la inscripción: “Esta publicación contiene un enlace de un editor que Facebook cree que puede estar parcial o totalmente sujeto al control editorial del Gobierno ruso”.
Quisiera yo decir que este tipo de inscripciones son eso y nada más, pero no, no soy (y creo que usted, mi amigo lector no es tampoco) un niño de pecho que se chupa el dedo. No. Las inscripciones en todo este tipo de contenido en relación con el conflicto en Ucrania tienen una intención, prejuiciar la opinión e incitar al odio. Las redes sociales están completamente conscientes de eso, lo que digo es real, si usted visita el artículo en Facebook del que le acabo de hablar se encontrará con una serie de comentarios de descrédito y perjuicio contra el que escribió y los que publicaron. Eso es lo que buscan las redes sociales occidentales mediante sus políticas comunitarias, silenciar sí o sí a las voces disidentes, sepan mis dos o tres o lectores que la situación me preocupa. Hoy se quiere imponer a la mentira como bandera de democracia, y lanzar a la hoguera a todos aquellos a quienes se oponen, levantar la voz es lo mínimo que pudiéramos hacer. Recuerden a aquel fragmento:
"Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí"
Este poema muchas veces atribuido al genial Bertolt Brecht pertenece realmente a Martin Niemöller, ya me encargué de verificar la procedencia. Espero que algo de cierto se encuentre en sus palabras.
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