Fue el sábado 21 de diciembre de 2019.A las dos de la tarde en punto se abrieron las puertas del Estadio Azteca, legalmente contratado para un acontecimiento inusual: el último festejo por los 45 años del surgimiento del Movimiento Antorchista Nacional.
En ese momento numerosos grupos ya estaban esperando y haciendo filas al tiempo que se veían autobuses por todos lados arribando continuamente.De inmediato las multitudes se arremolinaron en las puertas.Los altavoces pedían a los incontables grupos impacientes que respetaran los números de torniquetes para acceder.
Camisetas de diferentes colores con calcomanías pegadas al pecho indicaban la procedencia de algunos contingentes.En el enorme estacionamiento se distinguían dos hileras de abanderados formando una improvisada calle que encausaba a los autobuses que iban arribando para indicarles en qué parte descargar a sus pasajeros.
"Ese niño quiere torta, pero tú no le das… mejor cómetela ahorita porque no dejan entrar con alimentos", mi grupo llevaba tortas de sobra, así que Magali dio la instrucción de que mejor se repartieran al primer grupo que estaba en ese momento a nuestro lado: Karlita y Cristian, alumno de la prepa, fueron los encargados de entregarlas y a él no le bastaban las manos para atender las múltiples peticiones: los sorprendidos beneficiados resultaron ser de un grupo de Ixtapaluca.
Javier llegó apresurado y alguien a su lado gritó entusiasmado "¡aquí están los gafetes!"."Oiga, profe me preguntaron,¿y nos vamos a poder quedar con el gafete?".Mi respuesta fue afirmativa.Conforme bajaban de sus autobuses algunos grupos iban recibiendo sus camisetas, unos ya las llevaban sobrepuestas de manera un tanto grotesca, y otros iban poniéndoselas sin dejar de caminar al ritmo que llevaba su grupo, en una desconcertante danza con aspavientos.
Un grupo iba para allá, de donde otro venía, apresurado por su dirigente.Había enorme cantidad de espacio por donde circular, pero increíblemente los dos grupos se encuentran y entrecruzan, obstaculizándose el paso mutuamente.El nerviosismo era evidente.
Había camisetas que en la espalda llevaban un "Antorcha es educación", a mí me tocó una que decía "Antorcha es cultura", con un enorme logo del 45 aniversario.Una mujer, por el altavoz localizado a un lado de la entrada clamaba: "En el torniquete 8 está muy lenta la gente: a ver, compañeros, ayúdennos por favor, ¿qué está pasando allí?".
Otra voz pedía que si traían mochilas que se presentaran con ellas abiertas para que fuera rápida la revisión.Tendrían que entrar en las próximas dos horas y media cien mil personas por las puertas, con una revisión que por momentos se tornaba desesperadamente lenta.Y yo sólo pensaba cómo lo íbamos a lograr.Pero se pudo.Quién sabe cómo sea en otros estadios, o qué tan frecuentemente suceda, pero a mí me pareció toda una proeza de organización y de coordinación.
-Compañeros de El Pocito, aquí nos vamos a formar,se escuchaba desde un altavoz portátil.
-¡Churros, churros!-
También los que no iban a entrar al estadio tenían sus propios aprietos: una vendedora de frituras, con un dejo de angustia, pidió a otra, "¡Préstame una de tus salsas picantes, manita, áaandale!",
"Una vez que entremos gritaba otro promotor haciendo esfuerzos por ser escuchado,nos vamos a buscar la rampa tres, ¿está bien?".El que emitió la orden hizo esfuerzos por aparentar serenidad.
Más grupos llegaban impetuosos poniéndose sus camisetas.En la mirada se les veía futuro, confianza.No se trataba de ir a un partido de futbol ni de ir con la Virgen o el predicador, era otro tipo de vehemencia.
Las camisetas eran unas blancas, otras rojas y las verdes.De los mismos colores estarían allá adentro las banderas en cada asiento, esperando a los átomos que las harían vibrar.
Pedazos de torta, mordidos a las carreras, se enredaban entre los labios de un señor de humilde apariencia, ya entrado en años, bajo cuya camiseta sobrepuesta se alcanza a ver una chamarra de pana bastante carcomida por el tiempo.A su lado, un niño quizá de ocho años, agarrado al pantalón del viejo: no le alcanzaban los ojos para todo: era la encarnación viva del México de mañana.Una vez adentro, el abuelo escucharía un consejo del hermano más viejo, que repetirá incesante a su nieto y que repetirán todos los abuelos antorchistas: infórmate, lee el periódico, ve y escucha los noticieros, entérate de lo que sucede a tu alrededor, trata de darte cuenta por ti mismo de las cosas, analiza con tu mente, piensa por ti mismo, piensa libremente, aunque te duela la cabeza, no te dejes adormecer ni engañar, México está muy mal y se necesita que ayudes.
Doña Gloria, había salido a las 10 de la mañana desde Tlaxcala, llegó a las inmediaciones del estadio con su hija Pavis y con el Jesús en la boca, pensando que ya se les había hecho tarde.Primero tomaron una combi para ir a Apizaco, luego de allí un autobús que hizo tres desesperantes horas hasta la ciudad de México cuando normalmente hacen dos; luego, no sabían cómo llegar al Azteca, se les hicieron interminables los pasillos y escaleras del Metro y cuando por fin llegaron erraron tres veces las puertas y los túneles.Su historia se repitió muchas veces ese día en otras personas y grupos, en una carrera contra el tiempo poco frecuente en nuestro país: había que estar allí y ser parte del ideal antorchista para darse cuenta de la extraña vehemencia que esa tarde caracterizó a decenas de miles de personas organizadas que querían llegar puntuales.La era está pariendo un vehemente corazón, parafraseando a Silvio, y por eso ella logró entrar justo a tiempo.
Mirábamos al cielo, parcialmente nublado, pidiendo a Zeus, a San Juan y a Tláloc, que no lloviera.Adentro aprendimos que tendríamos que confiar más bien en nuestras propias fuerzas.
Otra vez la voz femenina por altavoz torturaba nuestros oídos: "¡Hay que ver por qué el torniquete cinco no avanza, compañeros…!"
María de los ángeles Tánori, recorrió casi dos mil kilómetros para llegar desde Hermosillo, con una pequeña comisión sólo simbólica para estar presente en el festejo.Cuando se acercaron a una primera puerta le entregaron a cada integrante de su grupo una camiseta roja.Los mandaron a otra puerta y se trasladaron rápidamente.Ella se detuvo un instante para ponerse la flamante camiseta.Cuando terminó de ataviarse la estrecha prenda buscó con la mirada triunfante a sus compañeros para preguntarles cómo le quedaba, pero ya no los vio a su alrededor entre el mar de gente.Estaba perdida.Tras 10 angustiosos minutos la encontramos: fue una verdadera chiripada, corrió y corrimos con suerte.A veces en apenas un parpadeo la realidad cambia, con una rapidez pasmosa, ella lo comprobó una vez más.Adentro aprendería, junto con la multitud de esa inmensa asamblea, que los dos y medio millones de antorchistas también debían cambiar, dar un salto, transformarse en otra cosa superior, que miraran más alto, más lejos, que no tuvieran miedo a ser sueño, ser ángel, que si la realidad cambia así de rápido, Antorcha también tiene que cambiar, tiene que ir acorde con el ritmo latente de las cosas, que la realidad nos imponía ese cambio: transformarnos en partido político que pelee el poder de la nación en favor de los parias y olvidados, pero que sea justo con todos, que permita trabajar a los ricos, pero que exija que los pobres comiencen a tener una vida digna.
"¡Qué pasa con el torniquete cinco, que sigue muy lento, compañeros!".A pesar de lo estridente de la voz, su insistencia era educadora.La multitud, sin razonarlo, tenía la certeza de que había quienes estaban al tanto de que todo fluyera adecuadamente: el caos no se impondría mientras hubiera quién coordinara ni mientras los incontables átomos humanos siguieran las instrucciones de la voz organizada y organizadora.La multitud aprendía hasta en los más insignificantes detalles de sus festejos.No, no había duda de que festejando también se está luchando, educando, organizando.Esta era una realidad innegable, construida, transformada y manifestada en una logística actuante sobre la sicología de los antorchistas, aleccionadora.Una vez dentro del estadio, esa multitud, cada vez más sensibilizada por sus años de lucha, ahora recibiría otro consejo: estrecha tus filas, aprovecha esta temporada de buenos deseos decembrinos para desarrollar nuestro espíritu de fraternidad y hermandad y aprende a pensar ya no sólo en lo que está a tu lado o cerca de ti, no veas sólo el árbol aislado del bosque, ve "el conjunto, la gloriosa verdad de las estrellas… porque basta que cedas un solo punto para verlas caer a todas ellas", mira cómo eres parte de un todo que se llama México, tu patria, y entiende que el destino de los tuyos, de tu familia, de tus padres y de tus hijos, depende del conjunto, depende de todas las familias mexicanas, que para que a cada mexicano le vaya bien es preciso que a todos los mexicanos les vaya bien. "Compañeros, hay más torniquetes, distribuyan a la gente".
Murmullos por todos lados, órdenes y contraórdenes, gritos y chiflidos desesperados, búsquedas ansiosas con la mirada, pasos presurosos, otros vacilantes, sin acertar a tomar un rumbo definido, pies de puntas para buscar infructuosamente, risas francas, otras nerviosas, ojos fascinados por la enorme estructura del coloso de Santa úrsula, sones de bandas militares estudiantiles se confundían con los de bandas musicalizadas también estudiantiles.Se distinguía a un lado de las vacías taquillas la de una Escuela Secundaria Técnica Industrial y de Comercio (ESTIC), unos 50 jovencitos vestidos de azul y blanco, con bellas banderas verdiazul tornasoladas, entonando un "Tequila", el viejo tema de rock.En su nervio, en su músculo, en su mirada, en su sonrisa, se notaba que los jóvenes músicos disfrutan del momento.Al pasar, la gente gritaba "¡Ea, ea, vamos, eh, eh, eh!", e intentaba unos pasos de baile."¡Mejor córranle o se quedan!".Los fracasados bailarines improvisados, entre risas apresuraban el paso.
"Poracá poracá poracá, nomás dejen que pase este grupo y se vienen… poracá poracá… espérense, falta uno, pásale, pásale… allá viene corriendo, el que faltaba".Había ido al baño.
Al distinguir el extraño acontecimiento, una señora le dijo a otra: "¡Mira, así deberías de traer amarrada a tu niña, así cómo se te va a perder!", y en efecto, frente a ellas iba pasando una mamá con su hija amarrada a un mecate sintético, asegurada por la pancita con un burdo nudo ciego.Lo que sea, con tal de llevar a su niña asegurada.
- ¡Llévate tu pila de emergencia, güeritaaaa, aquí está la pila de emergenciaaaa…!-
"Pónganse detrás de los compañeros de anaranjado, por favor, y no se muevan de allí, allí me esperan, no me tardo, voy por el Brayan".Obedientes, unos diez viejitos hacían acopio de entereza y se disponían a esperar donde les indicaban, dos de ellos dirigieron una vehemente mirada hacia la entrada, como añorándola ya.
Nuestro grupo inició su recorrido por tres torniquetes de acceso, rechazado en todos, hasta que llegó a una puerta que le dio entrada.¡Puf, finalmente, al cuarto intento! Será por el túnel 14.Todos se llenaron de satisfacción y los más jóvenes ya querían correr, ilusionados."Esperen a los demás, no hay que separarnos", se escuchó la orden de Javier que se contradijo con su impaciente andar.
Una vez adentro todos, escucharíamos la gran canción de la unidad latinoamericana, entonada por cientos de voces antorchistas del coro monumental integrado por jóvenes seleccionados de todo el Regional Centro."De pie, cantad, que vamos a luchar, avanzan ya banderas de unidad"… Se trató de algo nunca visto ni oído hasta ahora: una bella versión innovadora de El pueblo unido jamás será vencido, acompañada nada más ni nada menos que de un mariachi monumental de excelente calidad y presentación espectacular, dignas del país que representan, integrado también por hijos de antorchistas.
Adentro veríamos bailar el Huapango, de Pablo Moncayo, causando profunda emoción a todos los presentes.Con los cantos de Wences, Alan y Beti, se fue dibujando ese día una imagen general de México, pues eran sus canciones las que resonaban por todos los rincones del estadio.Y con los bailes de Veracruz, Nuevo León, Jalisco, Sinaloa y otros se pintarían los festivos colores de la patria.Luego vendría un popurrí con canciones representativas de cada una de las entidades que se encargaron de este festejo, el último de la serie: Estado de México, Hidalgo, Morelos, Querétaro y la Ciudad de México unidos en un ensamble coral.
Luego de los discursos del Doctor Brasil y del Maestro Aquiles, se presentó un baile azteca también innovador, creado específicamente para esta celebración, llamado La Fundación de Tenochtitlán, con la altísima calidad que ya es consustancial al ballet folclórico nacional antorchista.Curioso: en momentos en que la propaganda imperial y sus armas atacan toda resistencia de los pueblos en el mundo, en los que el nacionalismo vuelve a convertirse, quizá todavía por muchas décadas en un dique real y arma efectiva para contener la prepotencia imperialista, las masacres y dolor que sigue causando al mundo; en momentos en que el gobierno sumiso de la 4T acaba de entregar crucificado a México a la voracidad imperial mediante la firma del humillante tratado T-MEC, en esos momentos Antorcha refrenda el nacionalismo y recuerda con fuerza arrasadora el momento fundacional original de nuestra patria: el grupo nacional cultural del Movimiento Antorchista sacudió el espíritu del mexicano, anunciando otra fundación, la refundación de México, potente, soberano e independiente que ahora deberán encabezar los humildes organizados.Y Antorcha presentó esta obra artística simbólicamente sobre una plataforma de tres niveles a manera de escenario: una pirámide de remembranzas prehispánicas.
Antorcha no niega su esencia mexicana, asume consciente su mexicanidad de clara filiación proletaria y latinoamericanista.Adentro escucharíamos conmovidos que todo lo que queremos es una Patria para nosotros, un terruño donde levantar nuestros hogares, que sea nuestro, mexicano, soberano y que por ello nos duele, nos indigna y nos ofende el tratado T-MEC que el insensato gobierno de la 4T justo acaba de firmar.
Adentro veríamos de nueva cuenta, como hace cinco años, la bandera mexicana más grande del mundo, ondeada por decenas de miles de átomos-hombres, sólo que en esta ocasión, a diferencia de aquél entonces, habría en el centro de la gigantesca enseña nacional un enorme escudo de Antorcha, dibujado por cientos de personas que al llegar a sentarse encontraron sobre los respaldos de sus sillas camisetas de diferentes colores que al vestirlas dibujaron entre todas la antorcha, la flama, las manos y la banda de pergamino azul sobre la que se inscribe la divisa "Unión, Fraternidad y Lucha".Esto, más la disposición de las banderas en cada butaca, más la conducción finalmente exitosa de los grupos hasta sus respectivas butacas, la dotación de botellas de agua con toda la operación de centenas de voluntades en éstas y muchas otras tareas logísticas que hicieron posible el evento sin tomar en cuenta todo lo que cada grupo experimentó para llegar hasta el estadio,el orden general, pues, que se sintió precisamente porque no se extrañó, todo esto y más veríamos y experimentaríamos aquellos que entramos ese día al coliseo de Coapa.Aunque algunas cosas se debían inevitablemente contratar y comprar, los que entramos pudimos darnos cuenta de que todo se hizo básicamente sólo gracias al empuje y los riñones de millares de antorchistas que desplegaron sus capacidades organizativas y su diligente coordinación, entregadas gratuitamente, sin pedir nada a cambio, actuando como un solo hombre.
En efecto, erraron el camino los que decretaron el fin de esta organización.Un evento de esta naturaleza sólo puede realizarlo un poderoso organismo social vivo, constituido por los más humildes, animados por una vehemencia extraña y desconocida: la poderosa carga emotiva del amor a su organización y a su patria.
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