La aurora se vistió de gris y la mañana se presentó fresca, inusualmente fresca, ideal para trabajar.Activistas y colonos salieron de sus casas a las 5:30 de la mañana y se dirigieron por diversos medios a la nueva escuela.Sabadito.Nadie sabía en qué terminaría aquella jornada.Conforme fueron llegando se fueron dando el "buenos días, compañero… compañera" y se aprestaron a recibir las primeras instrucciones.El profesor Bernardino Domínguez Cruz, impulsor principal de la nueva preparatoria, había recogido la vieja aspiración de varias vecinas que habían expresado su necesidad de contar con una prepa en su abandonada colonia.Y Antorcha se fraternizó con la necesidad popular.En realidad, Antorcha no es algo ajeno al pueblo, sino gente del mismo pueblo que se organiza para fraternizar, para luchar juntos, para estudiar y transformar la realidad: así pues, el pueblo organizado confraternizó esa mañana.
El profe Berna comenzó a dirigir la operación.Objetivo: echar el piso de cemento a uno de los dos salones provisionales, que ya se habían levantado en jornadas similares a la de hoy: "Ustedes se traen para acá ocho carretillas de grava y ustedes ocho de arena".Pero primero la arena, indicó Cristian.Y comenzó la movilización antorchista, pero no en forma de mitin o de marcha: esas, en realidad, son las actividades que menos representan lo que verdaderamente es Antorcha."¡Hacen falta más palas acá!", se escuchaba mientras empezaba el ¡tras tras tras! de las primeras paladas.Alrededor de 20 mujeres de la colonia Café Combate iniciaron la batalla.El propio profe Berna y Luis Miguel cargaron los primeros bultos de cemento."Cuéntale bien cuántas van, Moisés", le dijeron al director de la escuela.
Los activistas antorchistas pusieron el ejemplo: cargaban, traían, empujaban, pujaban, revolvían la mezcla.La maestra Xóchit cargaba esto o aquello; élier, Maricruz, Cacho, Armando, Bere, todos tenían algo que aportar, algo que mover, que llevar… Elean entraba al quite con los cansados.Hannia iba de un lado a otro siempre con algo que hacer en mente.Palma, siempre bromista, empujaba carretillas. "¿Y el Javis dónde anda?" Tenía evento en su colonia, alguien contestó, "¡Ah, pinschi!", replicó otro.Berna y Diego, junto con Martín y otros más no le dieron descanso a las rocas y a la arena hasta que se unieron en una mezcla uniforme.Las mujeres de la Café Combate acuchillaron con palas la panza de los costales, que soltaron su verduzco polvo.De nueva cuenta el ritmo de la revolvente pala electrizó los atentos ojos, mientras otros limpiaban y regaban el piso del salón escogido para estrenar suelo."Lupita, tú te encargas de la manguera del agua".
Luego de que se completó la primera mezcla se vino la segunda, todos querían echar paladas, pero no había suficientes.Algunas vecinas fueron a conseguir otras.Comenzaron a acarrear la mezcla ya preparada y David y Cristian improvisaron niveles para el nuevo piso.Judith llegó con la ansiada "plana" que fue a conseguir quién sabe dónde."¡Ah, esa es la famosa plana! A mí me dijeron ´búscala, tiene una lámina con madera´ y yo andaba buscando una lámina de techo", decía Carlos entre contagiosas risas.Otras vecinas trajeron más carretillas y más palas.También las habían facilitado anónimos vecinos colaborando.Aparecieron cubetas y botes para acarrear la mezcla.Parecía que todo faltaba, pero el pueblo le encontraba solución a todo: "Don fulano tiene otra, dile que nos la preste".Cualquiera que no fuera persistente se hubiera desanimado por la aparentemente imposible tarea: no era para los pusilánimes, era tarea de antorchistas, constructores, realizadores de sueños.
"¡échale más agua acá, Lupita… ya no… ya te pasaste!" y ella refunfuñaba entre risas y, traviesa, mojaba a más de uno, "¡Ay, fue sin querer!".Tres mezclas iguales hubo que hacer, más vecinos se aparecían.De repente, como un maná milagroso, se aparecieron unas bolsas llenas de burritos de papa, de "maschaca" y de frijoles que a todos supieron a gloria.Los infaltables refrescos mitigaron la "sé".Otros vecinos solidarios habían enviado el reparador desayuno.
Todos arremetían contra el piso de tierra de la escuela: había que derrotarlo esa mañana, sólo Dios sabía cómo, pero había que ganarle la batalla, combativos, sin descanso.Y lo hicieron justo a tiempo porque el cielo, conmovido tal vez por ese esfuerzo popular sin similar en la historia de la colonia Café Combate, comenzó a llorar estrepitosamente apenas se había terminado de echar el piso.Dicen que el hubiera no existe, pero eso es falso: el hubiera es un verbo hermoso, de los más grandiosos que ha creado el pensamiento, pues resume la experiencia social para prever faltantes y condiciones necesarias para el éxito del trabajo humano.Y esta vez así fue: todos coincidían en que de haber empezado más tarde no se hubiera terminado la labor y hubiera quedado inconclusa la obra.No importó que el día anterior te hubieras quedado trabajando hasta muy noche, había que aprovechar el tiempo.Y es que después llovió torrencialmente en Hermosillo, tanto que los canales al Poniente de la ciudad, natural desagüe de la Ciudad del Sol, se llenaron como en años no lo hacían y casi se desbordaron.Hermosillo se conmocionó de tanta agua que cayó.Pero el piso de tierra de ese salón de la nueva escuela de la colonia Café Combate fue derrotado en toda la línea.Los hombres y mujeres, jóvenes y niños de la colonia hicieron honor a su segundo apellido.Mientras el cielo se deshacía en amenazantes cataratas, los combatientes, guarecidos en el otro salón, terminaron bailando alegres y cantando, levantando el polvo que ese día se había escapado de ser aniquilado.Pero sólo tendría una semana más de vida, se prometieron los victoriosos soñadores.Quede así registrado para la historia de la Ciudad del Sol.
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