Mérida, Yucatán. Aún no se termina de secar la tierra por la precipitada lluvia que cayó por un rato a las 8 de la mañana, el caliente sol algo ha ayudado, pero sobre algunos pisos de tierra aún se notan los charcos, la tierra roja forma algo de lodo.
Hay mucha piedra caliza, no está pavimentado aún, abundan en algunos lados donde no hay casas, maleza, y chatarra que se encuentra amontonada, puede uno moverse, pues los caminos están marcados por los vecinos, ahí han vivido por tres años, y se han acostumbrado, por eso los niños corren por aquí o por allá y las actividades se desarrollan como si los servicios básicos no fueran necesarios.
En ese pedazo de terreno viven más de 300 familias, es un asentamiento irregular al que llaman "La mielera", pues cerca se encuentra una empresa de miel, las casas de lámina de cartón o de aluminio, lonas, tarimas de madera, entre otros materiales, improvisan decenas de casitas.
Una toma de agua que los vecinos han realizado en conjunto con la Junta de Agua Potable de Yucatán (JAPAY) provee del servicio a todas las familias, a veces llega escasa, pero llega, dicen los vecinos, la misma situación con la luz.
"No queremos vivir así, queremos levantar nuestras casitas, pero desde hace 3 años que le hemos pedido al Instituto de Vivienda de Yucatán (IVEY) atienda nuestras peticiones de regularizar nuestros predios, pero únicamente nos ha dado largas, pues ya llevamos los papeles que pedían, y nos han dicho que van a venir a revisar, pero nada, nos afecta mucho porque no podemos acceder a los servicios básicos", mencionó Doña Pastora Ake.
Pastora Ake trabaja como promotora de venta por catálogo, se pasa la mayor parte del tiempo en la calle, buscando sumar a más gente a la venta de cosméticos o productos, después de todo, pertenece a ese 60% de la población mexicana que pertenece al sector informal.
Su casa, es un cuartito improvisado, de unos cuantos metros, pues vive sola, dormitorio, cocina y un baño separado por una cortina y sus pertenencias colgadas, en cajas, clavos o en otras zonas, su mayor bien es su tele, "la llevo conmigo a todas partes" dice.
Cada que comienza la temporada de lluvias su casa se "llueve" y corre a refugiarse con la vecina, dice, porque la casa es un poco más resistente.
En otra zona cercana se encuentra Martha Elena Córdoba Chable, con sus dos hijos, su marido era albañil y ella se dedicaba a la venta de pozol, pero desde que empezó la contingencia ya no tiene trabajo, y a mes y medio de cuarentena, ya no tiene que comer, ni dinero para los gastos básicos.
La casa es un poco más grande, pero el mismo material improvisado, láminas de cartón en el techo, láminas de zinc a los lados, algunas lonas que no han logrado impedir que sus pertenencias se mojen; y afuera improvisada una cocina, con leña que recogen todos los días, y una olla negra, ya vieja, de tanto uso.
Los ahorros se han acabado por lo que deben recurrir a la cooperación entre vecinos para comer, aunque alcance de a poco, o solo para los menores, pues "los adultos como quiera aguantan, pero los niños cómo", dice Doña Martha.
Hace dos semanas acudió el alcalde, para entregar una segunda despensa para las familias, pero los productos se han agotado desde hace una semana, pues por el número de miembros ha sido insuficiente el apoyo, pero debido a la contingencia no pueden salir de casa, para buscar recursos para comprar un poco de productos alimenticios para alimentar a la familia, por lo que solo queda esperar.
Esperar, aunque la Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha anunciado lluvias toda la semana, y hay quedarse en casa para no contagiarnos de la covid-19, aunque en casa no hay comida, aunque en casa llueva.
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