En sus manos tenía una licuadora nueva y estaba muy emocionada porque ganó el concurso para encontrar a la mejor bailarina en el evento del Día de la Madre al que asistió. El maestro de ceremonias levantó su mano e inmediatamente fue a sentarse para presumir a sus amigas y vecinas su licuadora nueva. Sus hijas estaban felices mientras le mostraban el video que habían grabado de la hazaña de mamá.
Se trata de María Hernández López, de 31 años, vecina de la colonia Humberto Vidal Mendoza, del municipio de Texcoco, un ejemplo de perseverancia y esfuerzo diario. Su familia está compuesta por cinco miembros: María y sus tres hijas; Ana, la mayor, y las pequeñas Sofía y Lucía, además de su hermana Gisela, quien vive con ellas desde que murió su madre.
María y la “Tía Gis”, como le dicen cariñosamente sus sobrinas, trabajan como meseras en un concurrido restaurante en el corazón de la capital mexicana. Combinan turnos para estar atentas a la familia y cuidarlas lo mejor que pueden. Cada mañana, antes de que el sol comience a asomarse, se preparan para el largo viaje desde su humilde hogar hasta la ciudad.
A pesar de las horas de traslado y el cansancio que esto conlleva, ambas enfrentan su jornada laboral con una sonrisa, sabiendo que cada plato servido es un paso más hacia un futuro mejor para su familia.
A pesar de lo agitado de su jornada, María sonríe al contar su hazaña cotidiana:
“Mis días empiezan muy temprano. Me levanto a las 4:30 de la mañana para preparar todo antes de salir de casa. Desayuno con mis hijas. Ana, la mayor, me ayuda a preparar a sus hermanitas para la escuela. Luego, tomo el transporte público hacia la Ciudad de México. El traslado puede tomarme hasta dos horas. Trabajo como mesera en un restaurante hasta las 4 de la tarde y después regreso a casa. Llego alrededor de las 7 de la noche”.
Por otro lado, Ana, de diecinueve años, lleva la responsabilidad de cuidar a sus hermanas mientras su mamá y su tía están trabajando. Aunque su día comienza temprano porque ayuda a Sofía y Lucía a prepararse para la escuela, Ana también se esfuerza por seguir sus propios sueños.
Estudia Hotelería, Gastronomía y Turismo en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), donde es una estudiante destacada. Su determinación es clara: quiere ser la primera en su familia en obtener un título universitario.
“No es fácil”, dijo Ana, “y más porque somos puras mujeres. Las cosas están difíciles. Es una responsabilidad grande, pero estoy acostumbrada. Me aseguro de que hagan sus tareas (sus hermanas) y cenen antes de que llegue mi mamá o mi tía. A veces es difícil, pero sé que es necesario para que mi mamá y mi tía puedan trabajar tranquilas. Mis hermanitas son mis conejillas de Indias, pues practico mis recetas con ellas”, concluyó con una sonrisa traviesa.
Por las tardes, cuando Ana regresa de la universidad, su tía Gisela puede dejar a las niñas bajo su cuidado y dirigirse al restaurante para su turno nocturno mientras llega su hermana a casa. Aunque el trabajo es exigente y las horas largas, Gisela se siente agradecida por la oportunidad de contribuir al sustento familiar y por tener una sobrina tan responsable como Ana:
“Es un reto mantener un equilibrio entre el trabajo y el cuidado de las niñas. Ana es de gran ayuda, pero queremos asegurarnos de que también tenga tiempo para ser una adolescente y disfrutar de su vida, como debe ser. No estamos solas, eso es lo más importante”.
Al preguntarle cómo se sintió por ganarse una licuadora, se sonrojó primero y sonrió de nuevo: “es que tengo mala suerte; nunca me saco nada y hoy nos tocó la bendición. Siempre vengo a los eventos de Antorcha; todo mayo nos están celebrando a las mamás y ahora sí me tocó algo, por fin”, dijo muy contenta.
Y a pesar de las dificultades de la vida, María, su hermana y sus hijas sonríen de manera permanente. “Hay que ponerle buena cara a la vida”, dice María, “no hay de otra. Por eso estamos con Antorcha. Aquí en la colonia nos quieren meter ideas que ni al caso, que nos vayamos con Morena.
Yo llegué aquí muy joven y recuerdo que nos querían correr, pero no nos dejamos. Creen que uno es tonto: mi mamá iba al ayuntamiento y nunca nos trataron bien. Ahora que hay elecciones nos quieren engatusar, pero no saben con quién se meten. La verdad, como si no sufriéramos todos los días por su culpa. Lo bueno es que mis vecinas también nos ayudan echando un ojito a mis niñas. La verdad, como dicen los compañeros activistas, solo unidos y organizados, y para muestra, pues mi familia, y aquí seguiremos”, finalizó.
Muchas mamás como María viven así en México. Son 4.18 millones, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Siete de cada diez madres solteras o jefas de familias monoparentales son económicamente activas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, Nueva Edición 2020 (ENIGH), en los hogares en donde al menos había una madre soltera, el 65 % del ingreso corriente trimestral del hogar provenía del trabajo. El grupo de edad en donde se concentró la mayor cantidad de madres solteras (12%) fue el de 30 a 34 años.
El estruendoso timbre anunciando la llegada a su destino la despierta de sus pensamientos. Al detenerse el vagón del metro abre los ojos. En un instante se esfumaron los aplausos de sus vecinas tras su hazaña, las sonrisas de sus hijas, los globos, los gritos de los niños y la licuadora nueva.
Mira rápido por la ventana para no perder tiempo: ya llegó a la estación Bellas Artes. ¡Es momento de regresar a la realidad! “¡A la chamba!”, piensa.
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