Ninguna otra actitud de ningún otro país de Europa puede ser tan elocuente y ayudar a comprender la llamada explosión de migrantes al continente, como la política que ha llevado a cabo Alemania durante los últimos días. La poderosa e influyente propaganda atizada por los medios de comunicación occidentales, ha contribuido fuertemente a que buena parte del mundo se conmueva ante seres humanos amontonados en barquichuelos, cargando sus pertenencias y sus hijos o mostrando niños yaciendo muertos a la orilla del mar. En un primer momento, Alemania cerró su frontera ante la oleada de migrantes, luego, la abrió, y Angela Merkel apareció en los medios tomándose cordiales selfies con los recién llegados a su país, la puerta del país más rico de Europa, aparentemente, se abría de manera humanitaria para que todos los que huían de la guerra y, sobre todo, de la situación económica de sus países, tuvieran abrigo y amparo; no obstante, luego, la frontera volvió a cerrarse.
En el mundo nada es lo que parece, ni la materia inanimada, ni las plantas, ni los animales, ni los seres humanos, para conocerlos, o para acercarse a conocerlos, es indispensable penetrarlos, conocer su interior, su historia, sus nexos con otros fenómenos y, para ello, grandes descubridores, Heráclito, Hegel y Marx, entre otros, nos heredaron una concepción atinada de la realidad que, convertida en método de investigación, permite conocer la esencia de los fenómenos, comprenderlos y, consecuentemente, estar en posibilidades de transformarlos en bien del hombre, que es lo que cuenta verdaderamente. Esa concepción, única, verdadera, eficaz, se llama dialéctica. Todo científico, de la naturaleza o de la sociedad, que encuentra y aporta verdades, que cambia vidas, es dialéctico, lo sepa o no lo sepa, claro que la utilización consciente y diestra del método siempre arrojará mejores y más rápidos resultados a un costo más bajo, tanto de dinero como de esfuerzo. No se deje, pues, impresionar, por quienes atacan o se burlan de la dialéctica, esas gentes, aunque no lo confiesen, quieren mantenerlo en la superficie de los fenómenos, en la mera apariencia que, como queda dicho, no es lo que parece y, por tanto, quieren dejarlo en la ignorancia.
La huida espantosa de la pobreza y de la guerra por parte de cientos de miles de seres humanos debe ser analizada más a fondo. No es que yo crea que salir del país propio y lanzarse al mar con esposa e hijos sea un paseo, no es que no tener nada más que lo que se lleva puesto, no sea una de las grandes injusticias del modo de producción capitalista y que ello mismo explica ya mucho de lo que sucede, no, lo que creo es que es necesario precisar algunas cuestiones antes de quedarse tan tranquilo con la versiones interesadas de los medios de comunicación que quieren mostrar una preocupación y un humanismo que no tienen ni conocen. Para eso debe recordarse que grandes científicos y la vida diaria misma han puesto de manifiesto que sólo el trabajo humano produce riqueza. Robinson Crusoe -que por cierto fue inspirado a Daniel Defoe por un náufrago real que se llamó Alexander Selkirk, un marino escocés que estuvo perdido cuatro años en una isla a 600 kilómetros al oeste de Chile- Robinson, pues, tuvo que trabajar para comer, vestirse y cubrirse, la naturaleza ahí estaba pero había que desplegar una actividad consciente para apropiarse de ella. Hoy, la máquina más moderna, la más perfecta y asombrosa, necesita para ponerse en movimiento un hombre al lado, sin importar que sea moreno y pequeño, pues el capital sin el trabajo humano se destruye y desaparece. La afirmación de que el capitalista da trabajo es una mentira del tamaño del mundo, la verdad cruda es que el capital no da trabajo sino que lo toma, porque sin trabajo no hay riqueza y sin riqueza no hay ganancia.
Alemania, uno de los más grandes productores de mercancías en el mundo ("La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un ‘inmenso arsenal de mercancías’ y la mercancía como su forma elemental, escribió Marx en El Capital y tuvo mucho cuidado de incluir en su texto las palabras "se nos aparece"), ese poderoso país cuyos banqueros, aliados estrechamente con los banqueros norteamericanos, le tienen las garras en el cuello a media Europa, padece un gravísimo problema: no produce suficientes alemanes (de donde, de paso, se explican bien las palabras del genial Marx que dijo que la riqueza de las naciones "se nos aparece" como un inmenso arsenal de mercancías cuando, en realidad, la riqueza auténtica es el propio hombre).
Estudios de la Agencia Alemana de Estadísticas concluyen que la población actual de ese país que es de 81.1 millones de personas, muestra una clara e inobjetable tendencia a la baja y que, al ritmo que lleva el decrecimiento de la población, para el año 2060, los alemanes serán entre 68 y 73 millones, es decir, Alemania tendrá una disminución neta de entre 8 y 13 millones de personas. Los alemanes que tienen entre 20 y 64 años, son actualmente el 60 por ciento de la población y, según las estimaciones, habrán de reducirse a sólo el 50 por ciento para el mismo año de 2060; ítem más: ahora, en Alemania, hay 16 mil personas de cien años o mayores, para el multicitado año 2060, serán 180 mil, el proceso de envejecimiento de la población es inocultable y, a pesar de los niveles de inmigración de los últimos años, los recién llegados hasta ahora no han logrado compensar la baja en los nacimientos en Alemania y en varios otros países de Europa. En consecuencia, urge fuerza de trabajo en Alemania. Va saliendo el peine.
Los inmigrantes son extremadamente vulnerables, son dóciles, no llegan a discutir salarios ni horarios de trabajo ni prestaciones conforme a la ley, no llegan a formar sindicatos ni a exigir vivienda digna ni salud, para ellos cualquier cosa será mejor que ahogarse en el mediterráneo, llegan agradecidos (sobre todo después de pasar penalidades para ingresar a los países que, si no son planeadas, sí pueden reducirse enormemente), son, pues, abnegados, trabajadores, inmensos, increíbles productores de riqueza para apropiarse de ella fácilmente durante muchos años.
El fenómeno no es nuevo en Europa. Ya en 1992, la Unión Europea recibió 672 mil inmigrantes que, para los 380 millones que habitaban entonces en lo que era la unión, eran proporcionalmente menos de los que recientemente han llegado (626 mil hasta 2014), cuando la unión cuenta ya con 508 millones de habitantes. El aprovechamiento de la migración para producir nuevos valores y aumentar las ganancias no debe dejar lugar a dudas: dos tercios de los migrantes que están llegando a Europa son hombres de entre 18 y 34 años (por lo general, y contra lo divulgado por la prensa, no se trata de familias); un 20% son sirios, un 7% son afganos y un 3% son iraquíes, es decir, menos de un tercio provienen de zonas de guerra y dos tercios son migrantes por razones económicas, o sea, material humano muy explotable. En resumidas cuentas, el capital, que no tiene sentimientos, aplica la política que conviene a sus intereses: que entren refugiados a Alemania y a otros países de Europa que, poco a poco y aparentando resistencias hipócritas, se irán sumando a la recepción "humanitaria" de refugiados. Los artistas de la plusvalía, les llamó Marx.
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