En el noreste de México, con una ubicación privilegiada y vías de comunicación estratégicas, se localiza Monterrey, el núcleo urbano más importante del norte del país. Su área metropolitana es reconocida, entre otras cosas, por su dinámica empresarial, industrial y educativa, y se considera como un ejemplo de lucha ante las adversidades climatológicas semidesérticas.
Sin embargo, ese discurso neoliberal oculta que en su proceso de expansión económica ha implicado un fenómeno de degradación y segregación social que se manifiesta de manera territorial, donde se hacen notar las condiciones económicas y sociales que viven las colonias o fraccionamientos de primer, segundo y tercer mundo, donde vive la gran burguesía, la pequeña burguesía y la clase proletaria.
En su forma más cruda, la desigualdad socioeconómica se manifiesta como el acceso de grupos privilegiados a sectores dotados de infraestructura y equipamiento urbano de calidad, así como a residencias con características arquitectónicas singulares, donde sus habitantes gozan de las ventajas tecnológicas del consumo global; en contraparte, existen los que viven en colonias o barrios con grandes carencias de urbanización y en espacios donde la arquitectura es sólo una ironía, y ni qué decir del acceso a las ventajas del mundo contemporáneo.
En el mismo sentido, la discriminación va de la mano con la marginación y con la fragmentación del territorio, zona o barrio habitado por personas que tienen un mismo origen o condición y viven aisladas y marginadas por motivos, además de económicos, raciales o culturales. Esto es producto de la pobreza extrema, que rompe con todo esquema de justicia y equidad dentro del tejido urbano de manera inimaginable, además de territorial, aunque los privilegiados también se autoencierran en zonas de confort propios.
Es de elemental salud social y económica mencionar la desigualdad insospechada que viven hoy por hoy las colonias proletarias que subsisten en el área metropolitana de Monterrey, sobre todo los fraccionamientos denominados “progresivos”; descartados en el presupuesto de egresos del programa de urbanización.
Dichas colonias o fraccionamientos nacen de la gran necesidad de acceder a una vivienda digna a costos accesibles para la clase trabajadora, que no está contemplada en los beneficios sociales que otorga el modelo económico neoliberal —donde se encuentra inserto el Gobierno de la “cuarta transformación” sin hacer gran cosa por remediar tales males—.
Son pueblos, colonias o barrios sin agua potable, sin energía eléctrica, sin drenaje, sin pavimentación, sin alumbrado público, sin servicio de recolección de basura; todo un mar de necesidades, en colonias y barrios dejadas en el olvido, esto es lo que se vive en un país que se jacta de ser la decimocuarta economía a nivel mundial, y en un estado, Nuevo León, que se dice próspero.
Urge la atención de los más necesitados hoy en la composición del área metropolitana de Monterrey, conformada por trece municipios, donde hay un mar de necesidades de la clase laboral.
Sin lugar a dudas, es un gran problema del modelo económico que nos rige que quienes producen la riqueza no se la quedan; se sigue concentrando en unas cuantas manos. Es el mal del modelo neoliberal que no acaba de fenecer por más decretos emitidos que existan. Se dice que está muerto y enterrado, pero la dura y terca realidad nos dice todo lo contrario.
La concentración y conformación social y económica de Nuevo León lo vuelve en extremo complejo; urge la atención de los más necesitados hoy en la composición del área metropolitana de Monterrey (AMM).
En la actualidad, la comunidad que integra el AMM es de trece municipios: Apodaca, Cadereyta Jiménez, El Carmen, García, San Pedro Garza García, General Escobedo, Guadalupe, Juárez, Monterrey, Salinas Victoria, San Nicolás de los Garza, Santa Catarina y Santiago. Doce se consideran como centrales, y uno más que se integra por su distancia, integración funcional y carácter urbano a las demás.
Consideramos necesario hacer un llamado fraterno y humanista a nuestras autoridades estatales a que volteen a ver y resolver este mar de necesidades de la clase laboral, por humanidad primero que nada, sí, con un sentido verdaderamente humanista, y por ser parte viva de la prosperidad del estado.
La clase trabajadora es la productora de toda plusvalía existente en el planeta Tierra, pero por el momento, la riqueza excedente que se produce en cada mercancía, del tipo que sea, es producto del trabajo no remunerado al obrero del campo y de la ciudad, al peón y al obrero asalariado.
Necesitamos de forma urgente una base económica y social diferente; que promueva la producción de los bienes necesarios para vivir dignamente, dejando de lado la concentración y producción excesiva, cosa que no va a realizar la clase capitalista.
Sólo el pueblo unido, educado y organizado llevará a su realización la gran proeza de un mundo sin miseria física y espiritual.
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