Invitado por la editorial Esténtor, este martes tuve la honrosa oportunidad de comentar dos obras del maestro Aquiles Córdova Morán: La economía y la política en la última década del siglo XX (1999), y La verdad sobre la globalización (2008), ambas con segunda edición en mayo pasado. Ofrezco aquí a quienes me hacen el favor de leerme (a riesgo de algún equívoco de interpretación del cual la responsabilidad es solo mía), una síntesis, fundamentalmente en palabras del propio autor, de los temas globalización y neoliberalismo, fenómenos que, nos adelanta, no son novedosos, y que ya en sus fases embrionarias, pero inequívocas, fueron analizados por Marx y Lenin.
Primero aborda el argumento de los defensores de esas teorías. Textualmente: “Según los voceros del capital, la globalización consiste en la libre circulación de mercancías, servicios y capitales a lo largo y ancho del mundo, sin que sean obstáculo para ello las fronteras nacionales […] al instaurar en todos los países del orbe una competencia casi perfecta, ‘en igualdad de condiciones’ –dicen–, entre los productores de mercancías y los servicios nativos, por un lado, y los […] extranjeros, por otro, obliga a los primeros […] a revolucionar su tecnología y a reducir sus costos si quieren competir con alguna probabilidad de éxito. […] Todos tienen derecho a exportar al país que quieran [...] [y] todos los países podrán alcanzar grados similares de desarrollo…” (Págs. 14-15).
Contra este engañoso discurso, advierte que en realidad la globalización es: “… La expansión unilateral de las economías capitalistas más fuertes, de sus empresas más poderosas, más allá de sus fronteras nacionales, en un claro intento por convertir al mundo en un gran mercado único en el que vendan, sin restricción alguna, todo lo que esas economías puedan y quieran producir […] es el fenómeno mediante el cual el capitalismo más avanzado rompe su cascarón nacional, que ya le queda estrecho, y se desborda hacia el mundo entero, arrastrando a su paso cualquier obstáculo, cualquier medida proteccionista que los países débiles pudieran interponer en su camino. […] [es] la mundialización del capital” (Pág. 16). Esta teoría encubre la necesidad del capital global de vender sus mercancías y realizar la plusvalía en ellas contenida. “… una nueva treta imperialista, disfrazada con el ropaje y las dignidades de una verdad científica, para lograr que los pobres, una vez más, muerdan el anzuelo y abran de par en par sus fronteras a la producción excesiva de los países ricos” (Pág. 25-26). En realidad, ¿qué queda a los países pobres? “empresas quebradas, desempleo, agotamiento de sus recursos y una inmensa contaminación que ha inspirado a más de un comentarista a nombrar a los países pobres como ‘el basurero del imperialismo” (Pág. 31). Expresiones ambos del imperialismo, el neoliberalismo es: “La irrestricta libertad de la propiedad privada al interior de un país […] la expresión nacional de la globalización […] [mientras que] esencia y contenido de la globalización es, precisamente, su demanda de que todos los países de la Tierra echen abajo sus barreras proteccionistas que impiden u obstaculizan la libre circulación de mercancías y servicios, pero sobre todo la de los capitales…” (Pág. 36).
Y ofrece la explicación teórica, basado en El Capital, en la “ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia”, que se manifiesta más destacadamente en los países altamente desarrollados a medida que aumenta la composición orgánica del capital (lo invertido en capital constante crece más que en el variable, fuerza de trabajo), conque, siendo el trabajo la fuente de plusvalía, se reduce la cuota de ganancia, y los capitales emigran a países donde es más lo invertido en trabajo. Se refuerza la explicación con la tesis de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo: “… el mercado se satura. Para evitar eso, el capitalista no tiene más recurso que ‘ampliar el mercado para su producto’, es decir, no tiene más remedio que extenderse a otros países, pacífica o violentamente [cursivas mías, APZ]” (Pág. 18).
Sobre la exportación de capitales, dice el autor: “… a medida que un país se desarrolla económicamente, las oportunidades de inversión para los capitales ociosos son cada vez más escasas, más costosas y ofrecen menores tasas de ganancia. […] hasta llegar a un punto en que, prácticamente […] ya no encuentran colocación en sus países de origen, es decir, se produce un ‘capital sobrante’. Ahora bien, un capital que no se invierte no produce ganancia y, por tanto, deja de ser capital. Para evitar esto, los poseedores del dinero no tienen más remedio que exportarlo a otros países que carecen de él...” (Pág. 19).
Descendiendo más a lo concreto, explica los mecanismos de saqueo de los países pobres, mediante los cuales el imperialismo extrae, “legítimamente” riquezas y mano de obra: “… productores casi exclusivos de ciencia y tecnología de punta, lo que les permite generar cantidades ingentes de riqueza a precios que de ningún modo pueden conseguir los países pobres; poseen los capitales más gigantescos del planeta, lo que les da todas las ventajas inherentes a las llamadas economías de escala, volviéndolos prácticamente imbatibles en la competencia por los mercados; poseen los medios de transporte y comunicación más desarrollados y eficientes de toda la historia humana, lo que redunda en un abastecimiento oportuno y barato de todos los insumos necesarios para su aparato productivo y en tremendas ventajas competitivas para colocar sus productos en cualquier parte del mundo. Por todo esto, hoy están produciendo un volumen de riqueza material como nunca antes se había visto […] a precios prácticamente inalcanzables para los países rezagados y pobres” (Pág. 24). Así es imposible la competencia.
Refiriéndose luego a los resultados de neoliberalismo y globalización, añade que causan más desigualdad y saqueo; países pobres controlados por monopolios e inundados por mercancías baratas; por falta de capital se endeudan para adquirir tecnología, o se vuelven dependientes de las transnacionales; sobrevienen fugas de capitales, que provocan devaluaciones; se produce una plétora de mercancías, gracias al desarrollo científico y tecnológico, junto a un mayor número de pobres; crece el desempleo; aumenta y hace crisis el flujo de migrantes, en busca del bienestar que el imperio ostenta.
Para concluir advierte sobre la imposibilidad de que los países pobres alcancen a los ricos siguiendo el camino neoliberal: “ […] la ruta que siguieron los países hoy ricos y poderosos es ya impracticable para los débiles y rezagados, por la simple razón de que aquellos no les dejaron, ni les dejan actualmente, ningún espacio para ejercer esa política de conquista, de dominio económico, militar, social y cultural, con el provecho económico subsecuente […] la existencia misma de países con un capitalismo próspero, pujante y generador de grandes riquezas, exige sin falta que haya países de capitalismo pobre, débil y subdesarrollado, sin los cuales el imperialismo se atascaría y se ahogaría en su misma abundancia de riqueza material o moriría de inanición ante la falta de materias primas y mano de obra suficiente y barata.
[…]La contradicción interna fundamental de todo país capitalista, que consiste en la explotación y el sometimiento de una clase por otra, en el plano internacional se traduce como la explotación y el sometimiento de unos países por otros. Ambas contradicciones se sostienen y retroalimentan mutuamente y, por eso, la desaparición de una no puede darse sin la desaparición de la otra […] las masas explotadas y sometidas […] no tienen absolutamente ninguna esperanza de redención […] ni mediante la derrota del proceso de globalización (suponiendo que ello fuera posible) […] ni mediante la aplicación de las recetas desarrollistas que les aconsejan los organismos imperialistas…” Hasta aquí la cita.
En cuanto a la salida, nos cura de ilusiones al postular que “dentro del capitalismo no la hay”: “La lucha contra la globalización, en vez de una lucha contra el capitalismo, es una trampa, es un quid pro quo mañosamente camuflado de lucha radical en contra de los explotadores y a favor de los explotados, cuyo auténtico propósito es desviar a estos últimos de sus verdaderos objetivos, cambiándoselos por algo que no solamente no resolvería sus problemas, sino que en verdad es un espejismo...” (Págs. 34-36). Y concluye: “En consecuencia, la única ruta verdadera para el progreso material de todos los seres humanos […] es el socialismo, no importando si, para su relanzamiento exitoso, deba depurarse de los errores, vicios, omisiones y desviaciones que condujeron a su derrota en el pasado reciente” (Pág. 37). Y congruente con su perspectiva de largo plazo, el autor concibe globalización y neoliberalismo como: “… una nueva fase, más avanzada, del dominio del mercado y de la propiedad privada […] un paso más en el desarrollo del capital, constituyen también un paso más hacia su consumación y desaparición definitiva […]” (Pags. 37-38).
Una reflexión final. En torno a la obra teórica del maestro Aquiles Córdova Morán, los medios, la academia y los aparatos de poder han construido un muro del silencio, para acallar así a una de las voces más críticas y rigurosamente lógicas del México actual, minusvalorar sus ideas e impedir que el pueblo las conozca y se oriente por ellas. Es la conjura del silencio. En las dos obras aquí comentadas conjuntamente se exhibe una vasta cultura y un profundo dominio de la teoría económica, basada en El Capital y el materialismo histórico: su mejor aplicación en nuestros tiempos a la realidad nacional, que, consecuentemente, explica como parte de un todo sistémico, del imperialismo, exhibiendo así el engaño de políticos e ideólogos al atribuir subjetivamente los problemas a determinada persona, grupo o partido; los explica, en cambio, como necesidad histórica derivados de leyes inmanentes al sistema. Como el problema es estructural, consecuentemente su explicación y solución lo serán también. Así pues, aprovechando la ocasión de haber podido comentar las obras antedichas, recomiendo a todos mis lectores su estudio, y en general de toda la obra del autor, imprescindible para la comprensión y transformación de nuestra realidad.
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