Desde sus anodinas mañaneras, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció la semana pasada un nuevo plan para reforzar la austeridad del gobierno. Afirmó que su administración pondrá en marcha una serie de medidas para pasar de la “austeridad republicana” a la “pobreza franciscana”.
De acuerdo con las declaraciones del subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, las nuevas medidas tienen que ver con “utilizar de manera más estratégica la liquidez… hacer algún tipo de barridos sobre otros fideicomisos”, “no se van a realizar más viajes al extranjero”, “se van a tomar decisiones con algunas…vacantes” y “que paguen los evasores”.
Lo que queda claro es que el subsidio a la gasolina ha puesto en jaque la liquidez del gobierno de la 4T y que ahora pretende hacer de la necesidad, virtud. El discurso sobre la austeridad de AMLO es nuevamente una impostura.
Este discurso es una patraña, primero porque, como se ha mostrado, hay funcionarios de alto nivel del gobierno de AMLO, personajes de su confianza y adheridos a su proyecto de nación que no se atienen a su Ley Federal de Austeridad; el mismo AMLO, presume de austeridad, a sabiendas de que los gastos de su vida, la de su esposa e hijo menor de edad, no los tendrá que solventar con su salario, sino que serán pagados con otra partida del erario.
Segundo, porque ha servido para justificar la reducción de los sueldos de los empleados de la administración pública que sirven como índice para los del sector privado; es decir, que la reducción no solo afecta el salario de los funcionarios públicos, sino también las remuneraciones de los trabajadores del sector privado).
Tercero porque se habla de austeridad para liberar fondos al desarrollo. Dice que la austeridad republicana ha generado ahorros por 2 billones de pesos, pero de estos ahorros no se sabe ni dónde están, ni en qué se han gastado; mientras, el gasto público, y particularmente el de desarrollo social, no solo no ha aumentado, sino que, en el primer semestre de 2022 respecto al mismo periodo de 2021, se redujo el gasto en rubros tan esenciales como salud (-19 por ciento) y educación (-13 por ciento).
Cuarto, dice AMLO que “antes le costaba mucho al pueblo mantener al gobierno”; pero, el gobierno le sigue costando al pueblo lo mismo porque no ha habido ninguna reforma fiscal que haga que sean las grandes corporaciones y sus dueños los que paguen por lo mucho o poco que pueda costar un gobierno.
Ahora bien, habría que preguntarnos ¿a quién sirve un gobierno relativamente pequeño y con aires de pobreza religiosa? En el Reporte de Desigualdad Mundial, 2022 del World Inequality Lab se plantea como uno de las características más relevantes del fenómeno de la desigualdad, el crecimiento de la brecha entre la riqueza neta del sector privado y la riqueza neta de los gobiernos. Esta brecha se ha ensanchado porque mientras que la riqueza de los privados (léase de las corporaciones) ha crecido, los gobiernos se han vuelto significativamente más pobres. Como explica ese reporte, un gobierno empobrecido tiene menos capacidades para instrumentar políticas que tengan como objetivo combatir la desigualdad y los problemas que sufren los sectores más pobres, los de los hogares de los trabajadores, como las actuales crisis del agua o demás servicios que requieren de obra pública.
El empequeñecimiento de los gobiernos, su empobrecimiento, es uno de los principios fundamentales del neoliberalismo. A fin de cuentas, es restar poder real al estado en beneficio del capital privado.
La austeridad de la 4T es una farsa que se hace a costas del pueblo mexicano. Un gobierno que pretenda liberar de las espaldas al pueblo trabajador del pesado fardo del gasto público está obligado a hacer una reforma fiscal que garantice el cobro de impuestos a los sectores más ricos de la población, por un lado; y un gasto social que priorice las necesidades de los sectores pobres: trabajo, remuneraciones dignas, salud, educación, vivienda y entorno urbanos dignos; estas son las verdaderas demandas del pueblo mexicano y ante las cuales, el gobierno de AMLO se ha mostrado absolutamente incapaz y hasta desinteresado de atender.
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