El desconocimiento del gobierno, en sus tres niveles, en materia de prevención y gestión de desastres naturales, quedó evidenciado con la llegada del huracán “Otis”, que la madrugada del pasado miércoles 25 de octubre destruyó casi por completo Acapulco y varios pueblos del municipio de Coyuca de Benítez, en la Costa Grande del estado de Guerrero. Acapulco quedó devastado en casi el 70 % y la industria hotelera en un 80 %.
Tras casi dos semanas, la situación sigue complicada, al grado que los damnificados, no tienen agua, ni comida, no existe un padrón de afectaciones, menos apoyos económicos para iniciar el proceso de reconstrucción anunciado por el gobierno federal.
El gobierno sigue en la etapa de instalación de albergues, comedores y el levantamiento de censo de damnificados en la zona turística de Acapulco, donde llegó “Otis” con la furia de sus vientos de más de 260 kilómetros por hora, mientras a las colonias y pueblos el apoyo oficial llega a cuentagotas.
Los anuncios del presidente de la república, que siguen dividiendo a la población desde el púlpito presidencial, generan gran esperanza entre los damnificados al anunciar recursos ilimitados para Acapulco y Coyuca de Benítez; sin embargo, la realidad está en las calles, donde miles de acapulqueños caminan entre lodo y escombros bajo los intensos rayos de sol en busca de agua y comida.
Cada día surgen nuevas historias de cómo vivieron esta situación en Guerrero: la cantidad de muertos sigue en 46 —aunque acapulqueños aseguran que la cifra es superior— y el número de desaparecidos crece de manera alarmante. En redes sociales hay gran cantidad de personas buscando a sus familiares; las calles, casas y edificios son aún un montón de escombros, el turismo está casi extinto y la economía está afectada al 60 %; en Acapulco, casi 100 %.
El Plan de Reconstrucción de Acapulco, presentado por el gobierno de México, que consta de 20 puntos, aunque tiene buenas intenciones, necesita iniciar con lo más importante, que es el abasto de productos básicos como agua y recuperar la infraestructura de seguridad, ya que muchos residentes se ven en la necesidad de colocar barricadas en sus hogares para evitar robos.
Lo único rescatable del tema “Otis” es la solidaridad que caracteriza a los mexicanos, ya presente, a diferencia de la ayuda oficial, que llega a cuentagotas.
Este plan no debería enfocarse únicamente en edificios turísticos, sino hacer partícipe a la ciudadanía de la reconstrucción de sus comunidades para reactivar la economía lo más pronto posible.
La situación es crítica y lamentable; por eso, es necesario que autoridades de los tres niveles implementen acciones serias encaminadas a la prevención y gestión de desastres naturales, con la finalidad de atenuar la gravedad de los daños generados, en este caso, por la falta de prevención, evacuación a la hora del suceso y acciones eficientes después de la catástrofe, que devastó Acapulco y Coyuca de Benítez.
Los efectos de eventos climáticos catastróficos son ya una realidad y deben ser atendidos por autoridades y profesionales en el ramo. El caso de “Otis” es un claro ejemplo, pues en menos de doce horas se convirtió de tormenta tropical en un poderoso huracán categoría 5, escala Saffir-Simpson.
Lo único rescatable del tema es la solidaridad que caracteriza a los mexicanos, ya presente, y sigue llegando a colonias y pueblos de los municipios más afectados por este desastre natural, que tomó a todos, autoridades y ciudadanía, totalmente desprevenidos.
Más allá de cifras alegres, urge un programa integral de ayuda a los damnificados de Acapulco y de Coyuca de Benítez, que incluya Empleo Temporal para todos los que se quedaron sin trabajo, pues la mayoría de los acapulqueños trabajaban en hoteles, restaurantes o se dedicaban a la venta ambulante de diversos artículos en las zonas de playa.
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