A propósito de haber celebrado el Día de los Niños y las Niñas, el pasado 30 de abril, cuando las felicitaciones y muestras de cariño no se hicieron esperar en el seno de las familias y en las redes sociales, valdría la pena preguntarse, ¿todos tienen las mismas posibilidades de ser felices y alcanzar sus sueños?
Recordemos lo que dice el discurso vigente en materia de derechos humanos, que se fundamenta en la dignidad de la persona y con la base normativa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), esta declaración predica que son derechos inherentes a todas las personas, sin hacer discriminación alguna por motivos de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua o cualquier otra condición, el derecho a la vida y a la libertad; a no estar sometido a esclavitud ni a torturas; a la libertad de opinión y de expresión; a la educación y al trabajo; al asilo; al debido proceso y a un juicio justo, entre otros muchos. Sin embargo, esto no se corresponde con la apabullante y dolorosa realidad mundial, en la que diariamente millones de personas ven violados sus derechos humanos, especialmente aquéllas en condiciones de vulnerabilidad como migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.
Leer la declaración es fundamental, lo que puntualiza como derechos humanos es correcto, pero solo se queda en papel ya que, en la práctica, poco se hace cómo se predica. Si las autoridades aplicaran la declaración puntualmente las cosas estarían mucho mejor, pero no es así, y menos para los miles de menores de edad que se ven desplazados de sus lugares de origen por diferentes razones como la violencia, su situación económica, problemas familiares, políticas económicas de los gobiernos locales, etc. que los hace salir de sus hogares y se encaminan a una senda donde se encuentran con los grupos del crimen organizado, la trata de niños y niñas migrantes, abuso de las autoridades, explotación laboral infantil y que ponen en riesgo su integridad física, salud mental y hasta su propia vida.
Esta es la triste y lamentable realidad que padecen miles de niños migrantes, sin tener la culpa, son ellos los que terminan pagando las consecuencias. Salen de un infierno para entrar a otro, incluso más desgarrador.
En México, todos los días desfilan cientos de niños y niñas que buscan llegar a la frontera con Estados Unidos y reunirse con algún familiar, o van acompañados de sus familias buscando el tan anhelado sueño americano, pero en su travesía por el territorio nacional son violentados, discriminados y tratados como si no fueran seres humanos con derechos.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su discurso oficial, da la bienvenida a los migrantes, prometiendo, lo que en la práctica y por órdenes del gobierno de Estados Unidos, jamás va a cumplir. Con una mano los recibe y con la otra los golpea, y, como vimos recientemente, no hace nada para evitar tragedias como la ocurrida en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Esta realidad es consecuencia del modelo económico vigente, el sistema capitalista, que en su afán por obtener más ganancias no le importa desplazar a miles de familias, mantenerlos en la pobreza, negándoles un servicio de salud digno, educación de calidad, vivienda, servicios básicos, es decir, una vida sencillamente humana.
Esto debe acabar, se necesita cambiar de dirección, urge construir una sociedad más justa para todos, donde los niños y niñas de México y de todo el mundo vivan mejor, que no solo un día jueguen y se les felicite, que tengan acceso a un mundo diferente, donde puedan ser lo que ellos quieran, siempre encaminado este desarrollo al beneficio colectivo.
Hagamos conciencia y luchemos por construir este nuevo México más justo y equitativo para todos.
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