El Tren Maya, uno más de los caprichos de López Obrador, nos va costar muy caro a los mexicanos: destruirá la naturaleza de la Península de Yucatán; costará miles de millones más de lo calculado, no será viable económicamente, pues debido a la baja demanda que tendrá y a los elevados costos de mantenimiento lo tendremos que subsidiar muchos años con nuestros impuestos. Hoy se sabe que el Tren Maya carece de estudios de impacto ambiental y de viabilidad financiera; ha causado graves daños a la selva, cenotes y otros cuerpos subterráneos de agua, despojó a campesinos y ejidatarios de sus tierras, afecta irreparablemente el patrimonio cultural porque destruirá sitios arqueológicos y múltiples vestigios de los pueblos mayas que ahí crearon una gran civilización y, sobre todo, a su elevado costo se agregará un 43 por ciento más de lo proyectado inicialmente, pues en total consumirá más de 200 mil millones de pesos provenientes de los impuestos que tú y yo pagamos al gobierno.
Al igual que un dictador, López Obrador ha cerrado las orejas al clamor popular que le exige que se detenga la obra y se diseñe respetando la naturaleza y demostrando que no se tirará el dinero que tanta falta hace para combatir la pobreza y la inseguridad. El presidente no le hace caso a los pueblos mayas, activistas ambientales, integrantes de la sociedad civil, artistas, académicos, ambientalistas y organizaciones sociales que han alzado la voz y rechazan el Tren Maya. Tampoco ha obedecido las sentencias de Jueces que ordenan suspender tramos del Tren Maya. Evidentemente, seguirá su capricho y en un par de años veremos otro elefante blanco, otra costosa y absurda obra como el aeropuerto Felipe Ángeles, ambas construidas para alimentar el ego de un presidente que será recordado como el que prometió ayudar a los pobres y lo que hizo fue hundirlos más en la pobreza gastándose el dinero público en construir obras caras e inútiles. El pueblo de México despertará entonces.
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