Desde sus inicios, la humanidad siempre ha vuelto la mirada al firmamento con curiosidad tratando de desentrañar sus secretos; explicándolo a veces con mitos o con teorías muy abstractas. Y, sin importar que tan fantásticas o complejas sean las formas de entenderlo, es fascinante el espectáculo que brindan a nuestros ojos: ya sea en un eclipse, una estrella o una lluvia de éstas, un cometa, algunos planetas. Pero también hay objetos que es imposible mirar, como lo son los agujeros negros.
En este siglo tuvimos la oportunidad de tener una imagen real de un objeto tan misterio: una impresionante dona luminosa que apareció en todos los medios alrededor del mundo el 10 de abril del año pasado. Pero consideramos necesario dedicarle algunas líneas por el halo enigmático que lo rodea.
Hablar de agujeros negros nos hace recordar a Albert Einstein y la teoría de la Relatividad General (RG). Sin embargo, darle el crédito a Einstein sería dejar de lado a físicos que sentaron bases para esta teoría como Hermann Minkowsky (quien fuera su profesor), Hendrick Lorentz o Herí Poincaré. Cuando Einstein publica las ecuaciones de la RG en 1916 supone que serían resueltas décadas después. Para su sorpresa unos meses más tarde Karl Schwarzschild ocupó el caso más simple como solución: un objeto que no gira y no se mueve; mientras servía durante la Primera Guerra Mundial en el frente ruso. De ahí surge el concepto mismo de agujero negro, así como el de radio de Schwarzschild.
Las ecuaciones de RG describen cómo se curva el espacio si un cuerpo masivo es introducido. Es parecido a colocar una bola de boliche en una sábana extendida, además, entre más pesada sea la bola de boliche, más hundirá la sábana. Entonces, si se conocía la teoría y se tenían las soluciones ¿por qué observamos un agujero negro un siglo después? Hacerlo implicaba ver un objeto invisible que está a 53.88 millones años luz de la Tierra, que es como observar una manzana que no se ve en la Luna.
Aquí jugó un papel importante la interacción entre la luz y la materia. Cuando la luz (o fotón) se acerca a un objeto celeste, empieza a curvar su trayectoria, pero en el caso del agujero negro no sólo sucede esto, sino que lo captura. Un agujero negro no interactúa con un fotón o una partícula sino con miles de millones que, al acercarse al mismo objeto, al mismo tiempo y a gran velocidad, generan una gran colisión y después, rebotan en todas direcciones. Las partículas que observamos son aquellas que vienen en dirección de la Tierra.
Por otra parte, se debe considerar que entre más lejano un objeto se requiere un radiotelescopio más grande, es decir, se necesita un radiotelescopio gigantesco, uno del tamaño de la Tierra, empresa imposible. Para eso los físicos sabían que en lugar de un radiotelescopio gigantesco era posible alinear varios radiotelescopios pequeños. Así nace el consocio Telescopio Evento de Horizontes (EHT, por sus siglas en inglés), que está constituido por 8 radiotelescopios. Para realizar la foto era necesario que los ocho telescopios observaran al mismo objeto al mismo tiempo, lográndolo con el uso de relojes atómicos, en abril de 2017. Una vez recabados los datos venía la parte interesante: armar el rompecabezas. Reconstruir a computadora los millones de datos recabados.
En esta tarea titánica participaron 250 investigadores que tardaron dos años en presentarnos un agujero negro, en observar lo que se esperaba, pero considerando que falta más por hacer
“Si he (hemos) visto más lejos es porque estoy (estamos) sentado(s) sobre los hombros de gigantes”…
Newton
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