Crátilo, alumno de Heráclito, siguiendo las enseñanzas de su maestro analizaba que dado que todo cambia y todo está en constante movimiento no es posible decir nada verdadero, pues cuando mencionamos algo inmediatamente ya no es aquello que pretendíamos conocer. Por esto, Aristóteles lo presenta como un heracliteo radical, que se limita a señalar con su dedo a las cosas para no decir falsedades sobre ellas.
Desde aquella época fecunda del pensamiento Aristóteles vio los problemas de una dialéctica que por decir verdades generales no dijera nada de lo particular, el ejemplo de Crátilo así lo demuestra. La opinión de quien para algunos es el pensador más grande de la antigüedad es clara: la filosofía debe ser un estudio serio que nos ayude a conocer la realidad, no una serie de pensamientos abstractos vacíos de contenido. Si bien el conocimiento de la totalidad es común a gran parte de la historia de la filosofía, esta aspiración no debe ser a costa de no conocer lo particular; más aún, hay una conexión entre lo particular y lo universal de tal manera solamente conociendo lo primero se puede conocer lo segundo.
Todo se mueve y todo cambia, pero si no analizamos con cuidado esta gran verdad corremos el riesgo de, como Crátilo, caer en un agnosticismo absoluto que no pueda decir algo certero de la realidad. Para Aristóteles el gran reto es descubrir qué hace que las cosas se muevan y que las cosas existan, sobre esto indaga en su famoso libro Metafísica, y por este camino desarrolla enormemente el pensamiento filosófico.
La exigencia que Aristóteles le hace a cierto pensamiento dialéctico de su tiempo es correcta, pero la historia del pensamiento, y con ella la historia de la dialéctica, se han desarrollado enormemente. Este tipo de reflexiones han pasado por mentes brillantes, por gigantes del pensamiento como Spinoza, Kant y Hegel. Este último tenía en gran estima a Aristóteles y lo consideraba “uno de los más ricos y profundos genios científicos que jamás hayan existido.” (Hegel, 1955; 237); sin embargo, consideraba que su gran limitante fue no comprender toda la riqueza y profundidad que ya contenía la dialéctica de su tiempo.
Para Hegel, el cambio perpetuo, el movimiento constante, no debe ser una traba para el conocimiento de las cosas. Que todo esté siempre en constante transformación no debe orillarnos a conocer entonces solamente aquello que no cambia, aquello que permanece dentro del cambio. Al contrario, ese es el gran reto, conocer las cosas en el cambio mismo pues eso es lo que son, un constante devenir. Hegel no hecha por la borda lo alcanzado por la lógica formal, pero nos dice que mientras no conozcamos a las cosas en movimiento no podremos conocer la verdad de nuestros objetos de estudio.
Si la dialéctica pudo ser en su momento criticada por una parte y utilizada por otra como un conocimiento abstracto de la realidad que solamente dice aspectos generales de las cosas, ahora este tipo de opiniones solo demuestran que hace falta estudiarla profundamente. Con Hegel, el pensamiento dialéctico, que nos permite entender a las cosas en su constante movimiento, se profundiza de tal manera que se dejan detrás los agnosticismos y relativismos, el decir todo para no decir nada.
Recordemos siempre que el pensamiento filosófico tiene su historia, que por lo tanto se ha desarrollado y profundizado, estudiar las distintas formas que han adquirido las distintas problemáticas nos sirve para ganar claridad respecto a cuestiones que en nuestros días se siguen planteando. Solo desde el conocimiento se puede criticar los límites del conocimiento, si no seguiremos usando las verdades abstractas que hace ya bastante tiempo fueron desterradas del pensamiento serio.
*Con autorizacón del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
Bibliografía
Hegel, G. W. F. (1955). Lecciones de historia de la filosofía, FCE, México.
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