“El precio de la codicia” (Margin Call), EUA, 2011. Guión y dirección de J. C. Chandor, con Kevin Spacey, Jeremy Irons, Paul Bettany y Zachary Quinto
Ubicada en septiembre de 2008 en Nueva York, la cinta nos narra el día previo a la caída de Bear Stearns, un banco global de tamaño medio, dedicado al manejo de valores respaldados por activos hipotecarios de alto riesgo pero de altísimos rendimientos, cuya debacle fue clave en el inicio de la crisis financiera mundial de ese año.
En las oficinas del banco, en medio de la agitación previa a la crisis, el día inicia con el despido masivo de ejecutivos de acciones hipotecarias. Una vez que los despedidos se han ido, el director, Sam Rogers (Kevin Spacey) en un speach cínico y memorable felicita a los que aún quedan sólo por tener la suerte de seguir con un empleo. “Se fueron, no piensen más en ellos”, dice de los despedidos, mostrando su ética de indiferencia y desprecio por los demás… y aun consigue amenazarlos para exigirles mayores resultados.
Como sus subalternos, el jefe de riesgos, Eric Dale (Stanley Tucci), después de 19 años de trabajo es despedido sin miramiento alguno, por lo que debe abandonar el trabajo de inmediato, justo cuando está a punto de descubrir la inminente y pronta caída de los activos hipotecarios del banco.
Cuando en esa misma noche, inquieto por los comentarios de su exjefe Dale, el analista Peter Sullivan (Zachary Quinto) logra completar el análisis de riesgo inconcluso, da cuenta de la inevitable caída de todo el sistema de hipotecas que gestiona. Al informar a su superior los catastróficos resultados de sus conclusiones, éste responde “francamente ni siquiera sé lo que ustedes hacen”. En cada ocasión que los subalternos tratan de informar las malas noticias a su superior jerárquico, el director de la cinta nos muestra cómo los vampiros capitalistas ignoran lo que sus subalternos hacen para obtener tan altos rendimientos, que es lo único que importa. “No estoy aquí por ser más inteligente”, dice uno de ellos, sino por la ambición, podría añadirse.
Lo siguiente es una sucesión de hechos, a la vez vertiginosos y calmos, que nos muestran el recorrido de la información en la cadena de mando y la toma de decisiones que el presidente del banco, John Tuld (Jeremy Irons), y sus socios adoptarán sin más consideración que salvar su parte del capital y vender en un solo día todas las acciones hipotecarias, lo que en unas cuantas horas desatará el infierno financiero global. “Mira esa gente, deambulan por las calles sin saber lo que está por suceder…”
Hay dos escenas fundamentales en las que el director parece querer mostrarnos la incapacidad productiva del capitalismo financierista (el casino financiero, decía Marx).
La primera es cuando, para asegurar que la información de la crisis no sea divulgada en el mundillo financiero, y con ello lograr su salvación (o sea, la salvación de su capital), se ordena la búsqueda y encapsulamiento de Dale, el exjefe de riesgos. Negándose a regresar, y como comparándolo con el trabajo financiero del que fue despedido, Dale narra a su excompañero el amor por su trabajo en que su actividad fue realmente productiva cuando, ejerciendo su profesión como ingeniero, pudo construir un puente que acercó a las personas de a pie, y les ahorró miles de horas de traslado. Los viejos tiempos, ya idos, del capital productivo, cuando el capital financiero aún no gobernaba al mundo.
Y la escena final en la que Sam, concluida su tarea febril de vender los valores de riesgo (quebrando a sus pares e iniciando el efecto dominó de la crisis financierista), al llorar a su perra muerta, nos muestra en su desgracia lo que podría ser su único (o tal vez el primer) acto humanizante, un trabajo real y productivo: cavar la tumba de su querido animal, el último resquicio de humanidad del viejo especulador, cuya “labor” improductiva esquilmó al planeta.
Una película enmarcada en el tema del mundo financiero al estilo de Wall Street (Oliver Stone, 1987), Margin Call es una cinta que narra las 24 horas previas al inicio de la gran debacle financiera de 2008, primero en Estados Unidos, y después mundial, que conserva el buen ritmo del cine hollywoodense, sin los desnudos fáciles ni las relaciones amorosas innecesarias, muy propios de ese cine.
Cuenta con las magistrales interpretaciones de Irons y Spacey, como nos tienen acostumbrados, y cuyos coprotagonistas cumplen dignamente su papel. La fotografía de Frank de Marco puede no ser excepcional, pero sus tomas cerradas y los sitios oscuros crean con efectividad la atmósfera ciertamente asfixiante de ese día de crisis. Recomendable.
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