El reclamo justificante que ha hecho el doctor Hugo López-Gatell a la población mexicana de renunciar a sus hábitos no saludables de alimentación, sin comida chatarra, sin exceso de azúcares, con mucho deporte, etc., y la campaña de algunos congresistas de Morena para emitir leyes que restrinjan la ingesta de estos productos entre la población infantil en algunos congresos locales no son únicos en el mundo. Es similar a la campaña política emprendida en el Reino Unido por el primer ministro Boris Jhonson; político de derecha, sumamente cuestionado por los medios por su pésimo manejo de la pandemia y que colocó a su país, por varias semanas, entre los tres primeros del mundo por su alto número de personas contagiadas y muertos. Al dar positivo de Covid-19, el político inglés admitió que su agravamiento se debió “a sus kilitos de más” y que eso reforzaba su campaña, emprendida antes de la pandemia, contra la obesidad de los ingleses.
El planteamiento está fundamentado: la condición de obesidad en los pacientes con covid-19 complica su situación médica. Lo cuestionable no está allí, sino en el manejo tramposo de esta verdad. Para el caso de nuestro país, ante los severos cuestionamientos de por qué no logra disminuir el número de infectados, el doctor López-Gatell arguyó lo mismo que el ministro inglés. Y fue más allá: culpó a las industrias de bebidas azucaradas y de comida chatarra. Pero varios advirtieron la trampa de sostener: “con una población así, es difícil domar la pandemia”. Es decir, el Gobierno de México es una víctima de las irresponsabilidades de su población. Aquí cabe decir: ¿esta condición de la población mexicana es un descubrimiento de las últimas semanas? ¿por qué se alega esta condición ahora que arrecian las críticas y no antes? Pero vayamos más de cerca.
Ha admitido que la obesidad está relacionada con la desigualdad económica. Cierto. La obesidad es un problema económico, como muestra un reciente estudio académico publicado por la revista Nature. El documento, reseñado por el diario The Guardian, explica la correlación entre una alta proporción de obesidad y el incremento de pobreza entre los Estados Unidos, esto evidencia, por cierto, que si ha crecido la obesidad es porque ha crecido también la pobreza en aquella nación. Agrega que un número cada vez mayor de estadounidenses de bajos ingresos se ha vuelto adicto a los alimentos procesados con un alto contenido de azúcar y, en particular, a los refrescos que contienen jarabe de maíz con alto contenido de fructosa. Subrayemos que usa la palabra adicción. Luego enfatiza: “las epidemias de obesidad y diabetes podrían ser impulsadas por el exceso de oferta comercial y la comercialización generalizada de alimentos baratos con alto contenido de azúcar, especialmente bebidas endulzadas”. Es decir, la causa fundamental es la pobreza y el complemento es la excesiva comercialización. La segunda no tendría éxito sin la primera.
Este problema del “primer mundo” tiene su paralelo en México. En 2016, en un estudio conjunto realizado por la UNAM y la UAM, se concluyó que en México los precios de las frutas y vegetales se alzan caprichosamente, mientras que la comida procesada se abarata; además la invasión publicitaria de comida “sabrosa”, a bajo costo, tiene un efecto mayor si el consumidor se esfuerza más en hacer rendir su insuficiente economía, que en mejorar la calidad de su nutrición. “El creciente costo de una dieta saludable” del Instituto de Desarrollo Internacional, refiere que el precio de las frutas y vegetales aumentó en un 91% entre 1990 y 2012, mientras que la comida ultra-procesada disminuyó su costo en un 20% en Brasil, México, China y Corea del Sur. Como puede verse, el combate a la pobreza es el factor determinante para disminuir la obesidad. De tal modo, que podemos poner etiquetados alertando sobre el peligro que representa la ingesta de aquello o se pueden retar a las empresas refresqueras y de comida chatarra, pero esto no servirá para nada si la pobreza sigue intacta. Como dijimos, de esto es consciente el doctor Gatell, porque él lo asegura. Él tiene perfectamente claro que las peroratas radicales contra las transnacionales botaneras son banales sin tocar el fondo del problema.
Pero eso no es todo, la parafernalia radical queda desnuda cuando recordamos el abandono alimentario que hizo el gobierno de López Obrador durante esta pandemia a los pobres. Desde el inicio, alertamos del peligro que corrían las clases populares de México, empleadas en una buena mayoría en la informalidad, al entrar en receso por la cuarentena. Les pareció ridículo decir que un programa alimentario por parte del gobierno aliviaría el problema. La respuesta: oídos sordos; y en algunos lugares como en Puebla, cárcel y persecución a los solicitantes de esta demanda. ¿No era una buena oportunidad para dejar constancia de que el Estado mexicano tiene un fuerte compromiso con los pobres y en ese periodo hubiera contribuido con una sana dieta para todos ellos, sin exceso de azúcares, sin alimentos dañinos? Era momento de combatir en lo inmediato el problema. Y, desde luego, medidas económicas, como un apoyo económico universal para todos los afectados por la pandemia. Pero no, no hubo nada; solo recomendaciones, discursos, mañaneras y artilugios de ese estilo.
En este mismo sentido, pedirle cuentas a todo el gobierno sobre el combate a la pobreza: ¿qué resultados ha dado efectivamente? Incluso en el periodo previo a la pandemia. Recitar incesantemente los programas asistenciales como respuesta, no sólo está trillado, sino que es cinismo: se sabe bien, también con estudios bien medidos, que el asistencialismo no sacará a la gente de su condición de pobreza y en cambio, sí convertirán a los beneficiarios en objetos de manipulación electoral; sí, justamente, al más estilo “prianísta” del que tanto reniegan y del que, sin embargo, no pueden desechar para sobrevivencia política.
Sin embargo, no pensamos que todo sea atribuible al doctor López Gatell. Desde el momento que aseguró que el presidente se hallaba protegido del virus por su fuerza moral y ha querido justificar el no uso de la mascarilla de éste, confirmó que cumple con el perfil requerido por el mandatario mexicano: ser obediente hasta la abyección. De este modo, su papel, es prescindible, si todas las decisiones torales aún deben pasar por el jefe moral de la “Cuarta Transformación” que actúa al capricho de sus intereses electorales y nada más.
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