En muchos sentidos, el camino al desarrollo, social y económico, así como el sentido de equidad en nuestro país, pasa por la capacidad de garantizar el acceso al agua, en la cantidad y calidad necesarias, para poder atender las necesidades de las distintas regiones, comunidades y sus habitantes.
La relación entre la pobreza y la falta de acceso al agua y otros servicios públicos es uno de los principales indicadores para medir la desigualdad de millones de mexicanos, principalmente de niños, niñas y mujeres que son quienes más padecen la falta de acceso al agua.
México enfrenta grandes retos y carencias en la materia. De acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua), 8 de las 13 regiones hidrológicas del país sufren de estrés hídrico; dos terceras partes de la población habita en regiones donde hay menos agua; de los 653 acuíferos, 157 presentan una situación de sobreexplotación; 14 entidades federativas tienen rezagos importantes en acceso diario a servicios de agua y saneamiento, y aproximadamente 10 millones de personas no tienen acceso a agua,
Esta circunstancia se torna más compleja, el calentamiento global es, sin duda, un factor importante, sin embargo, existen otros todavía más directos. Monterrey, una ciudad industrial de 5 millones de habitantes en la que las temperaturas superan habitualmente los 37 grados, donde las estanterías de los supermercados se han vaciado de agua embotellada en un ataque de pánico, donde los residentes de las zonas más afectadas por la falta de este líquido vital vagan de un barrio a otro en busca de un depósito, un grifo o cualquier cosa que les permita llenar los recipientes vacíos.
Como lo menciono al inicio de este escrito, es solo un ejemplo de la desigualdad y la sobreexplotación de nuestros recursos, Monterrey es también la sede de la industria nacional de refrescos y cerveza, cuyas fábricas —para enfado de los residentes locales— no han dejado de bombear millones de galones de agua durante toda la crisis. De hecho, quince de los mayores acaparadores de agua (entre ellos el gigante del acero Ternium y dos filiales de Coca-Cola) tienen su sede en la ciudad y representan, por sí solos, 11.800 millones de galones anuales, más de sesenta veces la cantidad asignada para uso doméstico.
Aunque Monterrey es solo el ejemplo más flagrante y grotesco, la crisis del agua en México es un asunto nacional. México ocupa el cuarto lugar global en cuanto a la cantidad de agua extraída del suelo. El problema radica en la salvaje desigualdad de su distribución. De esta agua, apenas el 1 por ciento se destina al uso doméstico; el 99 por ciento restante se destina a alimentar las voraces fauces de la agroindustria y el sector minero del país, junto con otras industrias a gran escala como la de alimentos procesados, la inmobiliaria, la química, la farmacéutica y la de autopartes. Una quinta parte del agua del país está en manos de un reducido grupo de 3304 concesionarios, que extraen agua de 99 de sus 115 acuíferos explotables.
Ante este escenario, es evidente la necesidad de promover un nuevo modelo económico que se aplique en nuestro país, que eleve la competitividad nacional y el nivel de vida de nuestro pueblo, además, de inversiones que permitan atender los rezagos que existen en el sector, así como a las personas y comunidades desfavorecidas.
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