La crisis de suministros evidenció la dependencia del entramado productivo mundial de la economía China, particularmente, pero de las economías asiáticas en general. Esta dependencia es un nuevo eslabón en el encontronazo, más que económico, de Estados Unidos con China; encontronazo que, el primero amenazan con escalar al terreno militar. Y es que en la última década los capitales imperialistas estadounidenses se han dado de bruces más de una vez ante el ingente desarrollo económico y tecnológico de China. El corte a las cadenas productivas ha pasado ya factura frenando la recuperación económica que se venía operando este año. En Estado Unido el tercer trimestre del año el PIB creció 0.5%, en los dos trimestres anteriores, ese mismo indicador fue hasta cinco veces mayor; la producción industrial disminuyó en septiembre 1.3%; y, espoleada por la escasez y el incremento de los combustibles, la inflación del país vecino empieza a prender alarmas sobre su comportamiento por encima de lo esperado.
En respuesta a este escenario nada tranquilizador para los trabajadores, pero tampoco para los capitales de ese país, hace unos días el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo pública su propuesta del paquete económico para 2022 que tiene el objetivo de dar la batalla al pujante desarrollo económico de China; esta propuesta aún tendrá que ser aprobada por el Congreso de su país. Pero por lo pronto, el paquete que originalmente era más del doble, contempla un gasto de 1.75 billones de dólares. En su anuncio, Biden prometió que este monto “creará millones de puestos de trabajo, hará crecer la economía, invertirá en nuestra nación y nuestra gente, convertirá la crisis climática en una oportunidad, y nos pondrá en el camino no solo para competir sino para ganar la competencia económica para el siglo XXI contra China”.
No obstante que pueda ser un paquete progresista, que promueva la distribución de la riqueza por las medidas concretas que implica, por el monto, no es sino un pellizco a la ingente acumulación de riqueza de ese país. Según los datos recientes, en los 19 meses de pandemia, las fortunas de los 10 más ricos de ese país se incremento en 2 mil millones de dólares. El paquete de Biden no es más que la milésima parte de ese incremento. Y hay que advertir que sin una redistribución de la riqueza, la desigualdad y la pobreza en ese país seguirán socavando las posibilidades de desarrollo económico de ese país.
El revés de la economía estadounidense es un problema para el desarrollo económico de México. El nivel de dependencia de la economía mexicana implica que esta esté sometida a la suerte que corra la estadounidense. Esa dependencia y su profundización a manos del neoliberalismo, es la madre del estancamiento económico, del desempleo y la pobreza que padece nuestra economía. No hay que olvidar que la base de nuestra economía es la exportación de materias primas y trabajo de baja calificación en forma de manufacturas; y que estas se exportan mayoritariamente, a los Estados Unidos.
En consecuencia, con el freno al crecimiento de la economía estadounidense, en México, la economía se contrajo en 0.2% a pesar de estar ya produciendo muy por debajo de la capacidad productiva instalada. La conciencia de que esto es así ha llevado a la Cuarta Transformación a plantear y hacer una política alcahuete de los Estados Unidos contra China; aunque implique negar la posibilidad de llevar a cabo una política soberana, que permita poner por delante los intereses de los trabajadores mexicanos. El gobierno de Andrés Manuel apuesta por vivir al amparo del desarrollo de este país, no obstante, la evidencia de su decadencia económica.
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