Para que una nación sea grande y respetada es necesario que sepa sentirse orgullosa de sí misma, de su historia y de sus tradiciones, obviamente, sin caer en chovinismos trasnochados frecuentes en ciertos sectores del llamado indígena, que rechazan ciegamente, por principio, el arte y el saber de las demás naciones. Vivimos en tiempos desdibujamiento de las culturas nacionales y de la expansión avasalladora de la imperial, uniforme, gris. El cine, la música y otras manifestaciones estéticas son instrumentos de colonización cultural y subyugación de los espíritus al servicio de un dominio económico, que necesita, como muestra la historia, imponer formas de pensar y actuar por parte de los países dominantes sobre las naciones débiles. En aras de la preservación del orden de cosas global se obliga estas últimas adoptar los hábitos y valores estéticos y filosóficos, toda la cultura, sin discriminación del país fuerte. Contra esta tendencia se enfrenta en los países pobres, la reivindicación cultural que busca fortalecer el orgullo nacional, dar lustre a la historia de los pueblos y enseñarles a creer en sí mismos.
En estas narraciones de Gabriel Hernández el verdadero protagonista es el pueblo oaxaqueño, como lo ha sido en los principales momentos de la historia nacional y en el quehacer cultural. En muy pocas regiones encontramos tanto cariño y apego a los orígenes. En Oaxaca la cultura indígena no es adorno ni pose, sino sentir profundo del pueblo, identidad, orgullo, parte de la vida misma. Toda expresión cultural, por sublimada que se presente, brota siempre del pueblo y, en nuestro caso en Oaxaca se encuentra una de las raíces más profundas de la identidad nacional. Es en este sentido precisamente que cobra toda su significación y relevancia la creación artística de Gabriel Hernández, como esfuerzo fresco, vivo, de rescate cultural.
Alguien ha dicho que es sorprendente descubrir la faceta artística del autor, después de haber conocido durante años como un destacado respetado líder popular. En lo particular creo que, por una necesidad profunda ambos aspectos están indisolublemente asociados en el espíritu del autor. Toda una vida de esfuerzo por contribuir a mejorar a la suerte de los más pobres que en Oaxaca no ha pasado en vano, no sólo por sus resultados concretos, tangibles, sino porque ha permitido al autor asimilar en toda su profundidad y riqueza la forma de vivir y pensar de su pueblo, entenderlo, sentirlo. Gabriel no ha conocido sólo por lecturas la vida de los oaxaqueños sencillos: la ha compartido durante muchos años, en su labor cotidiana, viviendo para el pueblo, siempre a su lado, sintiendo en lo más vivo sus problemas sus sueños, sus luchas. Gabriel, pues, no mira desde el cristal de un cubículo la realidad social oaxaqueña, ajeno a ella, distante; de ser así, su obra sería de artificio, vano. Aquí la experiencia y la sensibilidad del autor se comunican para engendrar las curiosidades históricas que el lector encontrará en este libro.
La relación de los cuentos escritos por Gabriel ha sido todo un éxito: la primera edición se agotó a los dos meses de ver la luz, y ahora se lanza la segunda, de esta obra que, sin duda alguna seguirá ganando la aceptación y simpatía espontáneas de lector deseoso de verdadera novedad narrativa, como sin duda lo es Magia indígena. Seguro estoy, que la clave de este triunfo no está en la cama del autor, pues está en su primera obra, sino más bien en el realismo de los relatos, a través de los cuales pueden contemplarse de manera diáfana el alma de un pueblo.
Toda obra expresa -no podría ser de otra forma- no sólo la realidad social en la que se gesta, sino la personalidad misma y la histórica de su creador, y los cuentos contenidos en este libro no son excepción. Muestran el muy peculiar sentido del humor de Gabriel Hernández, que hace de lo más amena y entretenida en la lectura de sus cuentos, sin caer en la frivolidad, pues intercala lo jocoso con la profundidad de ideas. Como todo en la vida, su obra es una combinación de opuestos: en este caso, de humor y seriedad. Así pues, creo que ésta y las ediciones venideras, que espero sea muchas, encontrarán también el beneplácito del público.
Abel Pérez Zamorano
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