No hubo sol. La deslumbrante e insaciable llama del sol no azotó las calles de la ciudad de Puebla como habitualmente lo hace. Las calles de la ciudad de Puebla estaban frías por la lluvia de madrugada. Su estela aún quedaba en la Angelópolis. Así lucía la ciudad… pero no su gente.
Pese al aire frío que se respiraba y cubría los cuerpos de las personas, cientos de antorchistas se reunieron en “El Gallito”. Primero 10, luego 20, 50, 100, hasta formar una gran columna que figuraba a las imponentes legiones romanas. Eran hombres y mujeres buenos. Dejaron sus casas, sus trabajos, sus actividades, por acudir en auxilio de sus hermanos de clase.
Estos hombres formaron una gran cadena irrompible, como eslabones de inquebrantable metal, uno a uno fue tomando su lugar: uno detrás de otro; uno a lado de otro; uno guiando a otro; uno junto a otro.
La avenida Reforma cambió de color. El gris triste de la calle se pintó de rojo con las banderas y cartulinas de estos hombres, de esos pobres que viven donde nadie los ve, donde todos los ignoran. Allá, apartados del corazón de su ciudad, en las orillas de Puebla, donde se aferran a un lugar para poder vivir, donde tener una casa para dar techo a sus hijos como cualquier otra persona que tiene derecho a una vivienda.
Todos ondeaban y caminaban bajo la misma bandera, bajo el mismo ideal y con el mismo objetivo. Por escudos llevaban pequeñas cartulinas de endeble papel, más no así su decisión, su coraje, su arrojo y su acometividad. Gritaban consignas para denunciar la gestación de una dictadura que se ha venido planeando en el estado de Puebla desde hace tiempo. Ahí en Casa Aguayo.
Estos hombres de corazón bueno y conciencia nítida salieron para exigir que en Puebla se respete la ley, la que está escrita en la Constitución y que esta no sea utilizada más como papel de baño por el gobernador Luis Miguel Barbosa, ese que se sueña como heraldo y conquistador de tierras para su amo y señor, el presidente de la República Mexicana.
Pero la estrategia le falló. Hay tierras donde viven hombres libres y esas, no se conquistan. Los hombres capitalinos de las banderas rojas, al igual que otros como ellos, salieron también en las demás ciudades importantes a defender lo que es justo: el derecho a elegir libremente a sus gobernantes.
Todos se unieron creando un importante frente en defensa de la democracia en Puebla, concretamente en Huitzilan de Serdán y Ocoyucan, ahí donde la gente eligió a los hombres que quieren que los representen como presidentes municipales, pero el resultado no fue del agrado del gobernador, por lo que comenzó su cruzada política para imponerse por la fuerza sin importarle violar el derecho de miles de ocoyuquenses y huitziltecos.
Para cuando los primeros contingentes de la imponente columna de hombres y banderas rojas llegaron al zócalo de la ciudad, el sol, tímidamente, pretendía asomarse entre las nubes. Entre tanto, los contingentes se fueron acomodando frente al palacio municipal donde varios oradores hicieron un planteamiento de sus motivos por los cuales salían a las calles a marchar.
No sólo eso, también, como quien cuida una flor que lleva como ofrenda, de las entrañas de esta columna de hombres sencillos, salió un contingente mucho más pequeño en comparación. Eran unos cuantos jóvenes llenos de energía que presentaron un banquete cultural con bailables, música y poesía. Eran esos mismos hombres pero en otra generación, en otros cuerpos, mucho más jóvenes, eran el cúmulo de su alegría y entusiasmo, quienes, de una forma distinta, también estaban en la misma lucha. Educándose, formándose en la lucha como aquellos hombres de corazón bueno y banderas rojas.
Por eso los hombres buenos de las banderas rojas recorrieron las principales calles de la ciudad de Puebla, porque ellos conocen la injusticia, porque han luchado todos los días de su vida contra un sistema político y económico caduco que se esfuerza por mantenerse vivo a costa del despojo del fruto de su trabajo a millones de personas; a costa de confinar a millones de familias a la pobreza; a costa de condenar a muerte a la clase trabajadora.
En Puebla, se está gestando una dictadura, allá en Casa Aguayo, allá donde despacha el gobernador emanado de las filas de Morena. Pero en la misma Puebla, hay un ejercito de hombres libres que darán la lucha por defender el derecho de elegir a sus gobernantes, por defender la tan prostituida palabra “democracia” a causa de los intereses mezquinos de la trivial clase política poblana.
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