Ante el autoritario y cacareado regreso a clases presenciales por el gobierno federal se han suscitado copiosos análisis sobre esta medida. Desde la institucionalidad gubernamental pretenden imponer la idea de que el regreso debe darse ya y los que se oponen son por mala fe o porque se oponen a la educación de los mexicanos. Nada más falso. La cuestión no es si regresar o no. A todos o a la gran mayoría nos queda claro que las clases presenciales otorgan mayores beneficios al tomarlas. La virtualidad ha ocasionado problemas en la enseñanza de los que el mismo gobierno nunca se quiso ocupar para otorgarles solución. Pero el problema no es tan simple como la dicotomía que se pretende imponer desde el gobierno. Las preguntas que nos debemos hacer para desentrañar el problema son: ¿Hay las condiciones para regresar a clases presenciales?
¿Será un regreso seguro?
Este regreso se ha venido preparando desde hace varios meses, ya en enero se dieron los primeros anuncios de ello y sobre esta misma línea a los maestros fue a los primeros en vacunarse. Mas esta preparación solo ha consistido en medidas instructivas y coercitivas, es decir, desde todas las instancias encargadas de la educación se dio la indicación de que el regreso era inminente y en muchísimos casos hasta se amenazó a los maestros con disminuirles el salario o quitarles su puesto en caso de no atender la indicación. Vemos pues, que la preparación para el regreso a presenciales no contempló para nada medidas precautorias ni sanitarias, en el mejor de los casos se citó a padres de familia para hacer aseo de las escuelas. Así, el regreso sigue una línea de insalubridad pues se retorna no a tomar clases, sino a un gran foco de contagio debido a las pésimas condiciones de las instalaciones, sin agua, sin luz, en aulas muy pequeñas que provocan hacinamiento, sin ventilación. Una medida a todas luces criminal sin un plan pensado y planeado, línea que es la costumbre del actual gobierno federal.
¿Por qué, entonces, ante la cruda evidencia de esta medida, se insiste rabiosamente en el regreso a clases presenciales? Para poner en mayor contexto la respuesta veamos lo que el Banco Mundial advertía en un comunicado de prensa: “La covid-19 (coronavirus) hunde a la economía mundial en la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial” y así ha sido, pues la economía mundial registró un promedio de caída de 4%, pero para el caso mexicano ha sido peor, llegando hasta el 7%. Ante ello, el gobierno mexicano adoptó medidas encauzadas a “salvar la economía”, abriendo todas las actividades y permitiendo y hasta promoviendo aglomeraciones de miles de personas. Todo ello, acompañado de un supuesto decálogo para protegerse del coronavirus, un documento que no fue más que una fachada en la que esconderse y lavarse las manos ante la inevitable subida de contagios y muertes por las medidas adoptadas.
Se siguió pues, una política neoliberal que pone a la economía por encima de todo y pretende cargarle la culpa a los que se ven obligados a arriesgar la vida. Una de las tantas variantes y transformaciones de esa fétida sentencia que dicta “el pobre es pobre porque quiere”. El experimento de abrir todo rápidamente alcanzó al ámbito educativo, y es aquí donde se llega al punto en que estamos. Un insistente y acalorado llamado del presidente y su jauría para que se retorne a las aulas. Una medida, que más que la educación, tiene la intención de movilizar a millones de estudiantes, maestros y familias, a sumergirse y movilizar tiempo y dinero para “favorecer la economía". Una política que pone, por encima de la salud y la vida de las personas, al dinero. Esa es la verdadera, cruel y criminal intención de esta iniciativa, que navega con una bandera mientras oculta el desastroso estado de las escuelas que gritan por todo lo alto: ¡No hay condiciones materiales para el regreso a clases presenciales!
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