Llueve y hace un frío feroz, son las 7:30 de la mañana. A este clima se le suman unas ventiscas que le azotan a uno los cabellos en la cara. Aun así, de la mano de sus padres muchos niños se encaminan a sus escuelas. De una combi bajan unos cinco niños, no mayores de 11 años, en la misma combi que uno sube y que va repleta de gente, unos con cubrebocas y otros sin ellos nuestra distancia es tan mínima que puedo sentir como se me clava el codo de una señora en el costado y la mochila de un niño del otro.
Ésta es la realidad de muchos mexicanos. No solo ante el regreso a clases, sino ante el tránsito diario que uno debe hacer al trabajo. Las medidas no se relajaron, simplemente en algunos lugares no existieron, porque la necesidad fue más grande que el miedo. Eso no justifica que la población no adopte las medidas ante la contingencia, pero sí focaliza los problemas ante el alza de contagios.
Y esto claro que ahora se agudiza con el regreso forzado a clases, que sin duda tiene como vertiente el pésimo sistema educativo de nuestro país, su rezago es consecuencia del desinterés de las autoridades por brindar más atención a este sector.
Al inicio de la pandemia se decretaron clases en línea, a dos años de esta situación, en marzo de este año se dio a conocer a través del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) que 5.2 millones de personas en el país interrumpieron sus estudios, la mayor parte de ellos por falta de recursos económicos y que 738 mil 400 no concluyeron.
¿Las razones? Se perdió el contacto con maestros y no pudo hacer tareas, alguien de la vivienda se quedó sin trabajo y redujeron sus ingresos y, la más recurrente, se carecía de computadora, tableta o conexión a internet.
El regreso a clases es forzado porque muchos padres de familia, en especial aquellos que tienen hijos en preescolar y primaria destacaron que no pueden estar al pendiente de ellos con las clases, pues trabajan para mantener a su familia; muchos otros no concluyeron su educación básica y no tienen las herramientas académicas para ayudarlos; es por ello que, aunque tienen miedo, prefieren mandarlos a clases, para que continúen su preparación.
Pero las escuelas son otra trampilla mortal para la salud de los niños, pues muchas se encuentran en condiciones deplorables, donde no hay drenaje sanitario ni agua potable, es en estos espacios en que uno se pregunta: ¿si ellos son el futuro, por qué a nuestro gobierno no le importa? ¿Por qué los mandamos a la guerra sin armadura?
Si ánimo de ofender a nadie, la misma SEP dio a conocer que en Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec (Cenhch) existía ya un contagio de covid-19, así como en otras 12 escuelas del estado, pero está en particular, que se encuentra en la capital y cuyo prestigio es reconocido por tener todas las condiciones a su disposición, presenta ya un caso, ¿qué no pasará con aquellas escuelas que ni baños tienen?
Los menores no han sido vacunados, y la Secretaría de Educación no ha proporcionado lo mínimo indispensable, menos aún infraestructura ni seguridad para la salud de estudiantes y maestros. Las clases presenciales sí son obligatorias porque el sistema educativo en México no tiene alternativas para dar clases en línea que realmente sean productivas, porque las condiciones obligan a los padres a mandar a sus hijos para que se preparen y superen, para no sufrir el mismo destino de pobreza y servidumbre. Eso es lo que esperan.
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