Vivimos tiempos de lucha electoral (que no es otra cosa) maximizada por los medios de comunicación, disfrazada de lucha ideológica; que no la es, pues un debate serio de ideas no es un pleito de insultos de esos de, a ver quién dice el improperio más madreador o más altisonante, que deje atarantado al oponente u oponentes, “a ver quién se calla primero”, como si fuera un show de chismes de los que tanto están de moda en todas las plataformas de nuestro México, altercados que no son debate por carecer de argumento o de siquiera un intento de presentar un razonamiento lógico (aunque fuera falaz), sino frases hechas, slogans ridículos, hipócritas y huecos, además de, como ya dije, muchas injurias.
Sin embargo, podemos y debemos rescatar de ese pleito escandaloso, de ese fárrago de lodo, insultos, mentiras y demagogia las ideas trascendentes de un verdadero debate ideológico, que se debería limpiar y perfilar, rescatando las tesis que sí deben importar a las clases trabajadoras, tratando de darles el enfoque que corresponde a sus intereses de clase, pues su alcance es fundamental no solo para las elecciones en puerta y las campañas que le preceden, sino para el efectivo futuro de la Nación y de la misma humanidad:
La totalidad de estas contradicciones sociales tienen su raíz en la contradicción general entre el interés colectivo y el individual, así como la eficiencia y vialidad o no de las instituciones públicas (educación, salud, servicios, empresa productiva, las mismas ideas de libertad, derechos y sus normas e instituciones) como forma de propiedad social, frente a las privadas.
Por supuesto que este asunto da para mucho más de lo que se puede tratar en una colaboración como esta, y, por ello, me atreveré a solamente dar algunas ideas para perfilarlo.
El supuesto logro más importante de la teoría liberal y de todas las revoluciones burguesas en el mundo está en la elevación a preponderantes de los derechos individuales frente a la negación que de ellos hacían los sistemas que le precedieron al capitalismo, que convertía al humano, su individualidad y sus creaciones personales en “trapos de inmundicia” ante el todo poderoso poder universal, representado en la tierra por las clases privilegiadas; el renacimiento, la revaloración del individuo era la demanda de la nueva clase poderosa económicamente que necesitaba y demandaba acabar con esos privilegios.
La libre propiedad, la libre empresa, la “libertad” considerada como libre albedrío, la libre contratación entre individuos “libres” (de todo compromiso y, en el caso del obrero, de toda propiedad) e “iguales” ante la ley, las garantías individuales, se elevan así por encima del interés colectivo, que no era sino el de las clases dominantes.
Pero el capitalismo nació chorreando sangre y lodo por todos los poros y le bastaron unos años de dominio para mostrar su carácter inhumano, y que todas esas bonitas palabras no eran sino engaños para defender al libre mercado, la “libertad” y el derecho de las nuevas clases privilegiadas (económicamente privilegiadas) para amasar fortunas haciendo harina a los demás, sin taza ni control, lo que les ha dado, en efecto, los mismos y muchos más privilegios que las clases poderosas anteriores.
En México, en particular, la lucha de los revolucionarios mexicanos y el pensamiento de nuestros intelectuales más portentosos nos han heredado una Constitución que tiene muchos elementos progresistas, entre ellas las garantías sociales integradas por primera vez en la historia de la humanidad como fruto de la lucha armada del pueblo, y una serie de instituciones públicas que se han levantado frente al monstruo de la empresa privada demostrando su poder, y compitiéndole al tú por tú.
Sus productos sociales han sido causa de verdaderas tragedias y de un infierno de explotación, hambre, enfermedad y estulticia. El Nazismo, la guerra, la hambruna y la peste son en realidad engendros de esa “libertad” del capital y de sus personeros. Contra semejante infierno se han levantado pensamientos, voces y luchas de las clases afectadas y este pensamiento libertador y esta lucha ha dado origen a los derechos de los pobres, cuya máxima expresión dentro de este mismo sistema económico, es el sistema de garantías sociales.
Y más allá de este sistema, todas las creaciones de los más comprometidos humanistas, que proponían un mundo mejor, sin esas taras, en donde todos son felices, teorías sociales utópicas, hasta que el Prometeo de Tréveris las convirtió en ciencia y en instrumento de transformación social.
En el terreno de la práctica, pese a los errores y a todo lo que usted les pueda oponer (por eso digo que es materia para mucho análisis y debate), el producto de ese pensamiento fue la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS), cuyos logros en el desarrollo económico y la justicia social no tienen rival aún, y las demás naciones que han elegido ese derrotero, cada una de las cuales aportan diferentes elementos de análisis, pero que en general demuestran que el camino de la socialización no está cerrado ni es cosa del demonio o, como se han atrevido a gritar como orates algunos, vestigios anacrónicos de un pasado erróneo “casi extinto”, sino todo lo contrario.
En México, en particular, la lucha de los revolucionarios mexicanos y el pensamiento de nuestros intelectuales más portentosos nos han heredado una Constitución que tiene muchos elementos progresistas, entre ellas las garantías sociales integradas por primera vez en la historia de la humanidad como fruto de la lucha armada del pueblo, y una serie de instituciones públicas que se han levantado frente al monstruo de la empresa privada demostrando su poder, y compitiéndole al tú por tú. Por lo menos hasta antes de que cayeran en manos de quienes todo lo quieren privatizar y de los corruptos que solo ven el poder como una canasta para tomar y repartir a conveniencia.
Y las que han sobrevivido, como nuestra Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras, un sinnúmero de empresas estatales, que muy bien se podrían analizar una por una, pero que son la prueba incontestable de que la solución NO es solamente la empresa privada, y que siguen siendo parte de la justicia social, incompleta, pero viva, por la que pelearon nuestros héroes.
Pero en este camino hay también otros ejemplos, como son los llamados Estados de bienestar, en los que la intervención del Estado realiza un reparto más equitativo del ingreso (¡no a través de dadivas de dinero, que eso no es justicia social sino engaño!), los cuales, a su vez, son otros tantos ejemplos y elementos de análisis que valdría la pena considerar para saber qué es lo que podemos hacer en México para lograr una patria más justa.
Pero hay algo que, a mi parecer no tiene discusión y se demuestra con el fracaso en México, teniendo el poder, de los conservadores, de los liberales, de los neoliberales y ahora de los oportunistas alucinados y corruptos: nunca van a gobernar en favor de las clases trabajadoras y nunca van a lograr (ni siquiera a intentar) una transformación favorable al pueblo, sea con reformas, sea instaurando un Estado de bienestar, sea administrando bien la empresa pública, sea con cambios radicales o con la transformación revolucionaria de todo el sistema, para construir sobre sus ruinas una nueva sociedad, NO lo van a hacer ellos.
Tendría que hacerlo, en cualquiera de estas etapas u opciones, el pueblo trabajador organizado, convertido en fuerza política poderosa y con el poder de la nación en sus manos.
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