Mucho podemos nosotros aferrarnos a nuestras ideas, a armarnos con argumentos en su defensa, a imaginar un mundo para nosotros, como nos guste, como nos cuadre. Pero a pesar de todo eso, la realidad siempre nos pone a todos en su lugar, aunque nosotros queramos huir de ella a otra, más a nuestro gusto.
Lo digo por varias cosas que sucedieron en esta semana. La primera de ellas, fueron los estragos que el huracán “Nora” dejó en Manzanillo el pasado sábado 28 de agosto pasado. Varias comunidades rurales y rancherías, quedaron totalmente incomunicadas por la creciente de agua en los ríos y arroyos que destrozaron carreteras o las invadieron de agua, ese fue el caso de nuestros compañeros de Canoas, de Cedros, del Charco y de varias rancherías más. En la zona urbana el daño no fue menor, miles de manzanillenses de las diferentes colonias, tuvieron afectaciones en sus viviendas; se colapsaron sus techos, se volaron las láminas de sus techos, se inundaron sus patios, se mojaron sus pertenencias, etc. Para todos ellos no hubo más que condolencias gubernamentales, pero nada de apoyos; el gobierno se ha declarado en crisis, en colapso financiero, para acabar pronto, nos manifestó que no tiene ni para pagar salarios; ni pensar en solicitarle apoyo de láminas, mejoramiento de vivienda, apoyo con despensas etc. La realidad, nuevamente se manifiesta de una forma grosera; la lucha de clases se hace presente; el huracán se vive diferente desde un techo de concreto que uno de madera. El gobierno atenderá pagos de trabajadores pero no le alcanzará la voluntad política para los de más abajo, para miles de colonos que requieren apoyo urgente.
El segundo suceso fue el regreso a clases presenciales, tema ya muy tratado en los medios, pero vigente y polémico. Tanto esperábamos el 30 de agosto para el inicio del al ciclo escolar; todos los padres y madres de familia deseabamos con todas nuestras energías, que esta pandemia terminara pronto, o cuando menos disminuyera su agresividad para que nuestros hijos regresaran por fin a la aulas, a socializar con sus amigos, a aprender directamente de sus maestros y correr por los pasillos y patios de sus escuelas; pero aunque nuestro deseo fue muy fuerte, la realidad lo fue más. El presidente López Obrador y la secretaria de Educación, Delfina Gómez, anunciaron en los medios que el regreso a las aulas se daría presencialmente, así “lloviera, tronará o relampagueara”; es decir, sí, porque sí.
Esta indicación fue para muchos una verdadera salvación, y para otros, una verdadera irreverencia que pondría en riesgo la salud de todos los menores estudiantes aun no vacunados e incluso a sus mismas familias. En esa misma sintonía, despertaron las opiniones encontradas de los que sí querían mandar a sus hijos, por un lado, y en ánimo de cumplir se dispusieron a ayudar para que el regreso se hiciera efectivo. Y por el otro, los que decidieron que sus hijos siguieran tomando clases virtuales, resignados a elegir esa opción por la falta de condiciones que garantizaran la salud de los menores en las escuelas.
Basto que en Manzanillo nos visitara un huracán, para que el escenario empeorara. Las clases presenciales no pudieron llevarse a cabo, pues algunas escuelas se inundaron, otras se quedaron sin luz, otras sin agua, y otras más sin internet, y algunos casos peores, todo lo demás junto. Pero ni es el único huracán que azota Manzanillo, ni será el último. ¿Por qué entonces no se han resuelto ese tipo de inconvenientes, que cada año aparecen? La realidad aquietó a los entusiastas papás, maestros y alumnos que de esas escuelas estaban listos para iniciar las clases; ¿cuál es esa realidad?, que a nuestras escuelas les hace falta mucho para tener condiciones mínimas de operatividad, que, después de tantos años no se ha resuelto el problema de conectividad en las escuelas, y no es por otra cosa, que por falta de inversión; está claro que ésto no es una prioridad para el gobierno.
¿Por qué si Manzanillo es el puerto número uno del país, y produce tanta riqueza, no tiene la infraestructura adecuada para protegerse de 20 minutos seguidos de lluvia, ya no se diga de una tormenta o un huracán? ¿Porque la mayoría de las escuelas en Manzanillo se quedan incomunicadas y sin servicios, cada vez que hay un fenómeno como este?
Es la realidad la que nos ordena las ideas, solo basta analizar el cómo suceden las cosas, para entender, que en todos los fenómenos aparece la lucha de clases, la disparidad de la sociedad, la inequidad. Por ejemplo, en el huracán se distingue claramente dos clases sociales, los que en el huracán compraran palomitas y se pondrán a ver películas mientras paso el mal tiempo, y los que reúnen a sus familias para amarrar con lazos, palos y piedras las láminas agujeradas que cubren sus pobres pertenencias en sus viviendas. O, en el caso del regreso a clases, donde también se distingue la misma lucha de clases; las familias que eligieron que sus hijos regresaran de manera presencial a clases tienen mejores condiciones para hacerlo, tal vez tienen un automóvil para llevarlos a la escuela, evitando así subirse al camión de transporte, tendrán dinero para comprar caretas, mascarillas y todo lo necesario para la protección; mientras que otros no tienen por ahora ni empleo, y por lo tanto ni dinero para hacer esos gastos, y aun tenido que elegir que sus hijos no vayan a la escuela, pues no tienen como protegerlos, pero tampoco tienen condiciones en casa para el estudio, ni tampoco tienen la facilidad para apoyarlos en sus actividades escolares, por lo tanto, están condenados al fracaso escolar.
Pero como dice el dicho: “no hay mal que por bien no venga”. Ambos sucesos nos enseñan claramente que urge la organización de los inconformes, de los desprotegidos, de los abandonados a su suerte en las diferentes colonias, o en las diferentes comunidades rurales de los estudiantes de bajos recursos, que, aunque quisieran, no podrán regresar a las aulas en estas condiciones. Es la organización de todos los que padecemos de algo, la que nos ayudará encontrar las raíces del horror, el porqué de las cosas, y conocerlas y entenderlas nos hará caminar hacia la solución de nuestros problemas.
Urge que vayamos a exigir ante el gobierno mejores condiciones para todos; somos muchos los que padecemos y son muchos los padecimientos, no podemos quedarnos callados sólo por creer que nuestros males no tienen solución. Sí la hay. Y de hecho, el camino para conseguirlo es exigiendo nuestros derechos como ciudadanos, pero todos unidos y organizados. De lo contrario, los problemas se agravarán y la solución estará más lejana. Ya es hora de reaccionar.
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